Recibid el Espíritu Santo

Domingo de Pentecostés, Ciclo A

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

A los cincuenta días del domingo de Resurrección celebramos la venida del Espíritu; y una semana después de la Ascensión llega Pentecostés, ese desbordamiento de la Pascua de Cristo sobre su comunidad. En efecto, el Espíritu Santo es el don que derrama sobre nosotros el Señor resucitado y sentado a la derecha del Padre. No podía enviar a su comunidad un don mayor.

La Palabra de Dios nos invita hoy a movernos en círculos concéntricos. Comenzamos por el evangelio. Jesús entrega el Espíritu a los discípulos para que otorguen el perdón de los pecados. El Espíritu es el que sondea lo profundo del hombre y el Espíritu es el que puede curar lo profundo del hombre. Es Él el que en cada uno de nosotros lleva a cabo la obra reconciliadora y restablece la comunión con Dios. Nada ni nadie puede penetrar tan hondo. Sólo Él, que está más dentro de nosotros que nosotros mismos, que nos es más íntimo que nuestra más escondida intimidad, sólo Él puede restaurarnos por dentro y hacer de nosotros unas criaturas nuevas. Por eso le hemos pedido: "entra hasta el fondo del alma, / divina luz y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre / si tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado / cuando no envías tu aliento". San Ireneo representaba al Hijo de Dios y al Espíritu Santo como las dos manos del Padre. Si creemos en el Hijo y en el Espíritu, si creemos que el Hijo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20) y si creemos que el Espíritu Santo está siempre con nosotros (cf Jn 14,16-17), no podemos luego decir: "estoy dejado de la mano de Dios", "estamos dejados de la mano de Dios". No, Dios nos sostiene y nos lleva con sus dos manos. Nos sostiene y nos lleva con su Espíritu.

El segundo círculo es la Iglesia, esta comunidad que a veces se siente inmensa, porque está extendida por toda la tierra; esta comunidad que otras veces se siente un pequeño rebaño. El Espíritu, que restablece la comunión con Dios, nos hermana a unos con otros, nos hace estar en comunión. Somos Cristo, somos el cuerpo de Cristo. El Espíritu nos ensambla, crea esa unión horizontal entre los que han entrado en la unión vertical con Dios Padre. El Espíritu nos mueve a que pongamos al servicio de los demás los dones que hemos recibido: el de la sabiduría, el del consejo, el de la fortaleza, el de la piedad. Él impedirá que podamos decir: "estoy dejado de la mano de los hermanos", "estoy dejado de las manos de la Iglesia". Con la presencia y compañía, con la oración, con la escucha y la palabra, con la ayuda concreta, generosa y gozosa, estamos cercanos unos a otros. Cada uno pone el don que tiene al servicio de los otros. El Espíritu Santo, que nos da un corazón filial para con Dios, nos da también un corazón fraterno para los hermanos. Quizá hoy nos invite e impulse a que vivamos más y mejor esta dimensión de nuestra vida, a que nos sintamos Iglesia, a que seamos más Iglesia.

El tercer círculo es la humanidad, representada por los 17 pueblos que ha mencionado el libro de los Hechos de los Apóstoles. El Espíritu desborda los límites de la Iglesia y a la vez mueve a la Iglesia a ser misionera. Misionera porque es una comunidad reconciliada, fraterna, porque es para los pueblos un signo de la unidad que están llamados a formar. Misionera porque trabaja al servicio de la reconciliación y de la unidad entre esos pueblos y naciones, entre las poblaciones enfrentadas. Hace unos años, la comunidad cristiana de Sant’Egidio contribuyó de manera decisiva a la pacificación en Mozambique y en Guatemala. Mons. Giorgio Biguzzi, en la década pasada, contribuyó con su actuación negociadora a la superación de la guerra civil de Sierra Leona. El comboniano Tarsicio Pazzaglia fue propuesto por el gobierno ugandés para mediar en el conflicto entre el propio Gobierno y el grupo guerrillero Ejército de Resistencia del Señor. Es la lengua que nos ha enseñado a hablar el Señor, la lengua de la reconciliación. A través de estos gestos de Iglesia que trabaja por la solución de los conflictos, intentamos que las sociedades sepan que no están dejadas de la mano de Dios.

Quiera Dios, quiera el Señor, quiera su Espíritu que no nos salgamos nunca de estos tres círculos. Así perteneceremos siempre al mundo de la Pascua y no habremos cerrado las puertas al paso del Dios de la vida y la comunión.