Santísima Trinidad, Ciclo B

"Peregrinos de Dios".

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

En el breve curso de ocho días estamos celebrando tres fiestas señaladas. Y para cada una se nos ha propuesto un reflejo eclesial correspondiente: el domingo pasado, solemnidad de Pentecostés, fue también el día del apostolado seglar; el jueves, fiesta de Cristo Sumo y eterno Sacerdote, fue el día de oración por los ministros de la Iglesia que participan de modo especial en el sacerdocio de Cristo; hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad , es el día de oración por los contemplativos.

En cierto modo, en estas tres jornadas se nos invita a tener ante la mirada las tres grandes formas de vida de la Iglesia : el laicado, los ministros ordenados, los religiosos. Todas comparten lo esencial de la vida cristiana, pero cada una tiene su perfil propio, sus señas de identidad, su acento peculiar en la misión única de la Iglesia. Vamos a recordarlo.

Empecemos por la forma de vida laical. Misión de los laicos es abrir paso a Dios y al evangelio en los variados contextos humanos en que se desenvuelve su vida. Lo que solemos llamar “transmisión de la fe” ha sido y es empeño de todos, pero cobra relieve singular para el apostolado laical. Espacios apropiados para la transmisión son el seno de la familia, la instrucción catequística, y esa catequesis que es el ejemplo de fidelidad al Señor en la vida diaria y en las responsabilidades y los desvelos propios de la convivencia. Sabemos que la transmisión de la fe, en los tiempos que corren, es una labor difícil, y que parece malograrse en muchos casos; con todo, hay que proseguirla, a tiempo y destiempo, y para ejercerla mejor importa orar más y formarse más. En segundo lugar, el laico ha de poner también sello evangélico al trabajo y a la cultura en sus más variadas expresiones. En fin, el compromiso por la justicia y la paz, el respeto y cuidado de la vida en todas sus fases, la atención a los más desfavorecidos y a los que sufren son otras tantas tareas en que ocuparse: a través de todos estos cuidados y afanes cobra cierto rostro y espesor la realidad que Jesús llamaba “reino de Dios”; la gente puede percibir que ese reino no es una quimera, espejismo de unos pobres ilusos; el reino de Dios no se va a realizar plenamente en este mundo, pero ya ahora puede y debe tener esbozos y anticipaciones. Por todas estas vías se realiza el apostolado seglar. No podemos quedarnos en consumidores pasivos; hemos de tomar parte todos en las arduas tareas del evangelio.

A su vez, los sacerdotes representan en la comunidad cristiana a Cristo. Lo llamamos “el Señor”, pero sabemos que es aquel que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos, y que estuvo en medio de los discípulos como el que sirve; los sacerdotes serán servidores de la comunidad en pos de él. Asimismo, hacen presente el amor salvador de Cristo en la celebración de los santos misterios.

Se cuenta de un rabino que estaba en un momento de crisis de apostolado. Comenzó a pasear sin rumbo por su ciudad, y observó cómo un soldado caminaba hacia adelante y hacia atrás, y siempre con los mismos movimientos. El rabino le preguntó: “Pero ¿tú sabes bien para quién caminas”? El soldado replicó: “(Claro que sí! Camino al servicio de mi señor el rey. Y estoy orgulloso de ello”.

Aquella contestación animó al cansado rabino, que volvió otra vez a patear su ciudad buscando personas a quienes prestar ayuda. Y cuando él se hacía la pregunta en su interior, también tenía contestación: “Y tú ¿para quién caminas? Camino para mi Señor. Aunque parezca que pierdo el tiempo”. El sacerdote no tiene que hacerlo todo en la comunidad cristiana. Bastaría que, al representar a Cristo y al hacer actual y eficaz su amor salvador, nos estuviera recordando sencillamente para quién caminamos. Y nosotros, sabedores de que caminamos para el Señor, recobraríamos el ánimo, porque “si vivimos, vivimos para el Señor, y, si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor”.

Este domingo de la Trinidad , la atención se centra en las religiosas y los religiosos contemplativos, que, con su forma de vida, ponen un acento propio en algo que nos es común a todos los creyentes. Los contemplativos nos recuerdan hacia dónde caminamos, hacia quién caminamos: nos dicen que somos peregrinos de Dios. Aunque es verdad que en Él vivimos, nos movemos y existimos, también es verdad que, como creyentes, caminamos hacia Él. Esa pequeña porción de la Iglesia , ese resto contemplativo, nos trae a la memoria las palabras de san Agustín: «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti»; o quizá también los versos de Unamuno: «méteme, Padre eterno, en tu pecho, / misterioso hogar, / dormiré allí, pues vengo deshecho / del duro bregar». La vida presente está marcada por los esfuerzos y penalidades, y también por las alegrías; pero no tenemos aquí ciudad permanente. Somos peregrinos que han de caminar hacia la patria y el hogar misterioso que es Dios.

Abrir paso a Dios, recordarnos para quién caminamos, señalarnos hacia dónde o hacia quién caminamos: esos son nuestros cometidos. En una palabra, nuestra misión, la de todos, es dar noticia de nuestro Dios, para desmentir la queja del poeta:“Estamos sin noticias, / sin noticias de esperanza; / estamos sin noticias, / sin noticias de amor; / estamos sin noticias, / sin noticias de Dios” (R. Mogin)

¿Qué nos legitima a nosotros para dar esa noticia? ¿Acaso alguien de entre nosotros ha visto una sola vez a Dios? A Dios nadie lo ha visto nunca (cf Jn 1,18), pero lo conocemos y tenemos noticias de él por las obras que ha realizado en la creación y la historia de la salvación; lo conocemos sobre todo y especialmente porque su Hijo único, Jesucristo, nos lo ha revelado; Recordemos unas palabras del Señor: «el que me ha visto a mí ha visto al Padre». De ahí que lo llamemos “rostro de Dios”. Y conocemos a Dios gracias a que el Espíritu nos abre los ojos para que percibamos esas manifestaciones de Dios. Cuando hayamos llegado al hogar, lo conoceremos como él nos conoce, porque lo veremos tal cual es; lo conoceremos cara a cara.