Madre de los conversos. II

Autor: Padre Pablo Largo Dominguez

           

María y un hermano de raza: M. Alphonse RatisbonneEstamos en pleno siglo XIX, una centuria particularmente convulsa. Marie Alphonse Ratisbonne (1814-1884) es un judío descendiente de una familia notable de Estrasburgo. Su hermano Théodore se había convertido al catolicismo, y este desgarrón familiar provoca agrios reproches por parte de Alphonse. Era éste un hombre de mundo, culto, cortés. Instalado de nuevo, tras su estancia en París, en la ciudad natal, se preocupa por la regeneración de sus hermanos judíos. En 1842 va a contraer matrimonio, pero antes quiere hacer una gira por las costas mediterráneas. Se detiene un mes en Nápoles. Contra lo previsto, en vez de ir a Sicilia remonta el viaje con dirección a Roma, adonde llega el día 6 de enero.

1. Visitas romanas

Traba contacto con diversas personas, contempla monumentos, asiste a espectáculos y veladas. Visita la iglesia de Aracoeli: «el aspecto imponente de esta iglesia, los cánticos solemnes que resonaban en su vasta nave, los recuerdos históricos que surgían en mí como despertados por el mismo suelo que yo pisaba, todas esas circunstancias provocaron en mí una impresión profunda. Yo estaba emocionado, impresionado transportado» (Conversión de María Alfonso Ratisbonne, Barcelona, 105). Pero al bajar del Capitolio atraviesa el barrio judío. Allí siente una emoción muy diferente, hecha de lástima y de indignación: «Así, pues, me dije al ver este espectáculo de miseria, ¡aquí tenemos un ejemplo de la caridad romana de la cual se habla tanto!... Di cuenta a mi familia de todo lo que había visto y sentido. Recuerdo haber escrito que yo prefería estar entre los oprimidos a estar entre los opresores».

Dos días antes de regresar a Nápoles visita al Sr. M. de Bussières, con quien había convenido verse por motivo de su viaje a Oriente. El barón de Bussières le propone, a él, que detesta la superstición y profesa opiniones muy liberales, que se someta a una prueba: llevar una medalla de la Virgen. El viajero se ríe, encogiéndose de hombros, pero acepta por lo extravagante de la propuesta y con ánimo de incluir el episodio en su anecdotario del viaje. Luego le insta el barón a que rece la oración Memorare, o piissima de San Bernardo. Ratisbonne siente que se le renueva la indignación: "¿Qué me cuenta usted con su Memorare? ¡Dejemos estas tonterías!". Su cargante interlocutor insiste y él, por deferencia, acaba cediendo. La oración se convierte en un estribillo pegajoso. Comunica al barón al día siguiente, 16 de enero, que ha sacado billete para partir17, pero de Bussières lo retiene unos días más en la ciudad. En los paseos hablan de todo, también de religión, y los insistentes apremios del barón a que se haga católico despiertan en él el sentimiento contrario de aversión y rechazo. La noche del 19 al 20, se despierta sobresaltado: se yergue ante él una cruz grande, negra y desnuda, imagen persistente que tarda en borrar de su retina, hasta que por fin concilia de nuevo el sueño.

2. El visitante visitado

El día 20 tiene varios encuentros y a mediodía, al salir de un café, tropieza con el barón, sube a su carroza y lo acompaña. De Bussières se detiene unos minutos en la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte para gestionar los preparativos del funeral de un amigo, el conde de Laferronnays, que acaba de fallecer. Ratisbonne desciende del carruaje y entra en el templo. Pasados unos diez o doce minutos, hecho el recado, el barón vuelve a la iglesia. Descubre a su acompañante arrodillado ante la capilla del arcángel San Miguel. Se le acerca, le da unas sacudidas. Por fin, Ratisbonne vuelve hacia él el rostro bañado en lágrimas y le dice: "¡Oh, cuánto ha rezado por mí ese señor! [el conde]". De Bussières se emociona como quien presencia un milagro. Levanta a Ratisbonne; lo saca de la iglesia; le pregunta qué le pasa, a dónde quiere ir.

¿Qué ha sucedido? El relato de Ratisbonne es más parco en explicaciones que en sentimientos e imágenes: «Yo echaba maquinalmente una mirada alrededor mío... la iglesia entera desapareció y yo no vi nada más... pero sí, Dios mío, vi una sola cosa.

«¿Cómo sería posible hablar de ella? No, la palabra humana no debe intentar expresar lo que no puede expresarse: toda descripción, por sublime que fuese, no sería sino una profanación de la verdad inefable. Estaba yo allí, postrado, bañado en lágrimas, el corazón como fuera de mí cuando el señor de Bussières me reanimó. No podía yo contestar a sus preguntas precipitadas; por fin cogí la medalla que tenía yo sobre el pecho y besé con efusión la imagen de la Virgen resplandeciente de gracias... Sí, era ella misma.

No sabía yo dónde me encontraba; no sabía si era yo Alfonso u otro; sentía en mi persona un cambio total, a tal punto que pensaba ser otro... La alegría más ardiente estalló en el fondo de mi alma; no pude hablar, no quise revelar nada; sentía en mí algo solemne y sagrado que me hizo solicitar un sacerdote... Todo lo que puedo decir es que en aquel momento preciso la venda cayó de mis ojos; no una sola venda, sino la multitud de vendas que me cegaban desaparecieron sucesiva y rápidamente como el hielo y el fango bajo la acción de un sol ardiente» (Ibid., 118-120).

Es de Bussières el que referirá la declaración que Ratisbonne hace en presencia del P. de Willefort, en la iglesia del Gesù. El recién converso saca su medalla, la besa y exclama: "¡La he visto! ¡la he visto!". Logra contener la emoción que se apodera nuevamente de él y prosigue, según la versión que ofrece de Bussières: «de repente, me sentí sobrecogido por una inquietud indecible. Levanté los ojos; todo el edificio había desaparecido de mi vista; una única capilla había, por decirlo así, concentrado toda la luz y en medio de este resplandor se me ha aparecido, de pie sobre el altar, alta, brillante, llena de majestad y de dulzura, la Virgen María, tal como está representada en mi medalla; una fuerza irresistible me ha empujado hacia ella. La Virgen me hizo con la mano señal de arrodillarme y pareció decirme: "¡Está bien!". No me ha hablado, pero lo comprendí todo» (Ibíd., 32).

3. Lo comprendí todo

¿Qué quiere decir con estas últimas palabras? Es el propio Ratisbonne quien las completa en su narración personal: «Creo decir la verdad afirmando que yo no tenía ningún conocimiento de la Escritura, pero entreveía el sentido y el espíritu de los dogmas. Sentía estas verdades más bien que las veía, y las sentía por los efectos indecibles que producían en mí. Todo se verificaba en el interior de mi ser; y estas impresiones más rápidas que el pensamiento, mil veces más profundas que el raciocinio, no sólo habían conmovido mi alma, sino que la habían cambiado completamente y orientado en otra dirección, hacia una nueva meta y una nueva vida» (Ibíd., 121). El amor a Dios ocupa en él el lugar de todo otro amor. Ahora ve a su misma novia desde otro punto de vista. La quiere como alguien a quien Dios tiene en sus manos, como un don precioso que hace querer más al donante. Pide ser bautizado al punto. Recibirá el sacramento de la fe en el Gesù 11 días más tarde. Se ordenará sacerdote en 1947 y desde 1852 se consagrará con denuedo a la obra naciente de Nuestra Señora de Sión en que estaba empeñado su hermano Théodore.

En 1855 parte para Tierra santa y al año siguiente compra las ruinas del Ecce homo, en Jerusalén, donde funda un convento para las Hijas de Sión. Establece el orfelinato de San Juan in Montana y, como escuela de artes y oficios para los niños, el de San Pedro de Sión. Viaja por Europa y recauda fondos para estas instituciones. Promueve la educación de las judías convertidas y se dedica a actividades misioneras y de intensa caridad. Tropieza con mucha oposición en una Jerusalén que describe con estas palabras: "Es el campo cerrado de todas las sectas, de todas las rivalidades nacionales, de todas las envidias, de todas las miserias del globo terrestre". Su divisa es: "Hay que ensanchar el corazón, no hacer distinción entre el latino y el griego, el mahometano y el judío, sino abarcarlo todo en un abrazo de amor". Agotado por el trabajo, muere en Ain Karem el 6.5.1884. Dicen que su última palabra fue "María".