Madre de los conversos. V

Del Confucianismo al Catolicismo. Hsiung Wu

Autor: Padre Pablo Largo Dominguez

           


Por las pocas historias contadas, no vayamos a creer que las conversiones se producen en Roma, Lourdes o París; ya nos asomaremos a otras geografías de la conversión. Ni sólo se convierten gentes atormentadas de Occidente. En este número evocamos la conversión de Juan Ching Hsiung Wu, que relata su proceso en una obra autobiográfica titulada Del Confucianismo al Catolicismo (Bérriz [Vizkaya], 1948). En la historia de Hsiung Wu percibimos cómo cada historia de encuentro con Dios tiene trazos propios. Es que, como señalaba León Felipe, para cada hombre tiene un camino Dios.

1. Un sueño extraño

Las madres tienen sueños premonitorios (aunque no sólo ellas: recordemos el sueño de José de Nazaret narrado por san Mateo). Una de esas anticipaciones debió de tener la madre de santo Domingo de Guzmán. También la madre de este converso chino, que comienza así su relato biográfico: «Voy a contar un sueño algo extraño, que mi madre tuvo la víspera de mi nacimiento. Vio, como me han contado, un anciano de barba blanca, que conducía hasta el umbral de la habitación de mi madre a un joven a caballo. El anciano se paró y dijo a mi madre: Señora, aquí está su hijo, y se marchó. El caballo entró y fue directamente a mi madre. Al mismo tiempo el joven, sin cansarse, ensayaba cabriolas sobre la grupa del caballo hasta que entró, al fin, en el seno de la madre...
Este sueño puede servir como una alegoría de mi odisea espiritual. Mi madre simboliza la Iglesia Católica. El hijo soy yo. Las continuas cabriolas, ¿no significan acaso todos los cambios, búsquedas y turbaciones que había de experimentar en mi larga y agitada noche antes de abrazar la verdadera fe? El umbral simboliza quizá el Bautismo que recibí en la secta de los Metodistas. Pero ¿quién podía ser el anciano? Pues bien, para mí representa a Confucio y todo lo que hay de bueno en la vieja cultura oriental. En cuanto al caballo, pienso que representa a la Providencia, porque se acerca directamente a mi madre, a pesar de todas las cabriolas del hijo inquieto». Casi podría decirnos el autor como el profeta: “ese es el sueño y tal es su interpretación verdadera”. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que la trayectoria de Juan Ch. Hsiung Wu contó con varias etapas. La primera fue su educación en los grandes valores del Confucianismo. Según esta tradición, el sabio respeta tres cosas: la voluntad del cielo, los hombres eminentes en virtud y santidad, por ser representantes del cielo, y las máximas de los santos, que enseñan la ley natural. En la escuela aprende Wu las ciencias naturales, y el conocimiento de los enigmas del universo aumenta en él la adoración hacia el Creador. Se siente fascinado por la personalidad de Confucio, que era «afable con gravedad, severo sin dureza, respetuoso sin tener nada de forzado... filial respecto a Dios».

2. Dante y Teresa de Lisieux


A los 18 años entra en contacto con el cristianismo: W. Rankin, metodista americano, lo instruye en el evangelio y lo bautiza. Pero este inquieto buscador no se siente todavía en su casa: «el significado del tiempo es evocar la eternidad: el del viaje, el hogar». Se siente del todo identificado con los versos de Dante: Nel mezzo del cammin di nostra vita / Mi ritrovai per una selva oscura / Chè la diritta via era smarrita (En medio del camino de mi vida / vine a encontrarme en una selva oscura: / había perdido la buena vía). Impelido por su búsqueda, prosigue la lectura de La Divina Comedia y en el última canto siente una profunda conmoción, porque ahora va a identificar su verdadera madre: Qui se’ a noi meridiana face / Di caritate, e giuso, intra i mortali, / Se’ di speranza fontana vivace (Eres para nosotros meridiano / rostro de amor, y para el mortal eres / hontanar de afán esperanzado). La oración de este canto final va dirigida a María, que será para él aquí abajo, entre los mortales, fuente viva de esperanza. En la belleza de María se representa la belleza de la Iglesia. Esta será el hogar y la madre que mantiene encendida la lumbre. El Dr. Wu confiesa: «Dante fue mi guía hasta la puerta de la Iglesia. Pero ¿quién me hizo entrar por la puerta? La Santísima Virgen y su humilde hija, Santa Teresa de Lisieux».
En efecto, todavía se mantiene indeciso. Reza y llora. Llama a la puerta, deseoso de entrar en la Familia divina, integrada por Padre, Madre y Hermanos. El conocimiento de Teresa de la Santa Faz lo lleva a dar el paso. La primera vez que oye nombrar a la Santa es en casa de un amigo, el Dr. Yuan Kiahoang, católico que lo hospedó durante el invierno de 1937. Le impresionó el modo de rezar en familia el Rosario. Ve un cuadro de Santa Teresa del Niño Jesús, y pregunta si es la Virgen María. Le responde el Doctor que es la Florecita de Jesús, Teresa de Lisieux. Y nos narra: «incontinenti puso [el Doctor] en mi mano un pequeño libro titulado Santa Teresita del Niño Jesús, que contenía una breve noticia de su vida y muchos extractos de sus pensamientos. Al azar vi estas palabras: “Estoy persuadida de ello; aun cuando tuviera sobre mi conciencia todos los crímenes que se pueden cometer, no perdería nada de mi confianza, iría con el corazón desgarrado de arrepentimiento a echarme en los brazos del Salvador. Sé que esta multitud de ofensas se abismaría en un instante como una gota de agua echada en una hoguera ardiente”. Esto hizo que me decidiera a volver a mi Padre como el hijo pródigo, pues la gracia había tocado mi corazón... Y me dije: “si esta Santa representa al Catolicismo, no veo ninguna razón para no hacerme católico”. A fuer de protestante, tenía derecho a escoger la interpretación que mejor cuadrara a mi razón y la interpretación de Teresita era exactamente racional para mí... Desde mi primer contacto con la dulce Santa, siempre ha ido en aumento mi amor hacia ella, que me ha enseñado a amar a Jesús y a nuestra Madre, la Virgen bendita».

3. Madre e Hijo son inseparables

En 1947, durante un Curso Cristológico de Asís, declarará: «he sido protestante durante diecinueve años y hace diez que soy católico. Mi conversión se ha basado sobre la veneración a la bienaventurada Virgen. Desde mi conversión, la devoción hacia ella, gracias a Dios, ha ganado en intensidad y profundidad». En su fe ha integrado el misticismo de Lao Tse con el humanismo de Confucio. Cristo, el Verbo hecho carne, Dios y hombre, celeste y terrestre a la vez, es finalmente confesado por él más allá de los dos extremos entre los que oscilaba siendo metodista: considerarlo sólo como un héroe humano, el más perfecto hijo de los hombres; reconocerlo como Dios que puede revestirse y despojarse de su humanidad como un vestido exterior y que cruza el trance de la Pasión sin experimentar ningún sufrimiento real. Y María entra en la constitución de la humanidad de Jesús. El Dr. Wu declarará en dicho curso: «A mí, como chino, me es imposible adorar a Cristo sin venerar a la Bienaventurada Virgen... Madre e Hijo son inseparables».

4. ¿En qué mundo vivimos?


Tenemos experiencias vitales muy variadas: de sufrimiento y gozo, de salud y enfermedad, de intemperie y cobijo, de rechazo y acogida. La sabiduría de Confucio no acababa de despejar lo que para Hsiung Wu era la gran incógnita: ¿vivimos en un mundo indiferente, o en un mundo a la postre amigo? El cobijo y la acogida, ¿son algo más que fugaces consuelos que nos procuramos frente a un sino despiadado? Halló la respuesta, sobre todo, en dos mensajes: primero, en la palabra poética de un hombre eminente, que le mostró a María como manantial de esperanza; y luego, en la máxima de una santa, que le reveló, no la mera ley natural, sino el amor infinito de un Padre al que podía abandonarse con ilimitada confianza. Y a partir de ese momento, el mundo le supo a pan y a hogar.