El arrepentimiento

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

 

No sé por que me está pidiendo cuentas este tema desde hace su tiempo, y como que no le presto atención, a pesar de que en el fondo, estoy seguro, tiene una importancia antropológica y cristiana de primer orden, hoy. Nunca como ahora tenemos en nuestra familias problemas de resentimientos, que son el resultado de errores cometidos en nuestros hogares y relaciones personales no resueltas, después de algún altercado serio, pero que en muchas ocasiones esto demuestra ese desajuste personal profundo, resultado de un turbio y escabroso momento que hirió profundamente a una parte de la relación, y que ahora tampoco se encuentra a tono, debido a esa falta de arrepentimiento que en la otra parte, es decir en la ofensora, se puede observar.

Efectivamente estamos viviendo unos tiempos en los que el arrepentimiento no tiene buena literatura y está de más casi siempre en la visión práctica del hombre de hoy. Es evidente que con ello podemos dar la impresión de que somos poco personas, y de hecho, el aceptar que nos hemos equivocado ofendiendo e hiriendo, y por tanto sentirnos molestos e importunados por ello, lleva, a ratos, a risas malévolas o de cualquier talante, casi siempre negativo, en los que nos rodean,... pero también, en nuestras reuniones importantes de empresa, incluso podemos llegar a mirar las exigencias de nuestra contraparte ofendida como impertinencias, de ninguna importancia, o cosas por el estilo. Pero no llegamos a creer fuertemente en nosotros mismos, y a hacernos respetar exigiendo que estos temas no se conviertan en juego de interés público, sino que siendo un asunto puramente personal, nos exijamos de tal manera que nadie juegue con nuestra esposa o nuestros hijos, es decir con nosotros mismos, y que en verdad, nuestra autoridad se imponga, para que nadie cometa el error de perjudicar la paz de ningún hogar, y menos, tolerar que estos asuntos se conviertan en comidilla pública, sabiendo que son problemas estrictamente personales e internos.

Por supuesto que nadie podrá negar que el arrepentimiento es una experiencia profundamente humana. Max scheler dijo de ella que tiene un carácter catártico y transfigurador. Y es que si advertimos lo que sucede en nuestro interior cuando hemos cometido un error tremendo, guiados tal vez por un odio personal infundado que nos lleva al grito y al desprecio de la persona amada, quien recibe una puñalada sangrante y alevosa, incapaz de comprender, además, el por qué del momento traidor, veremos que en nuestro corazón demoledor se produce también una herida, que tiene que ver con la confusión que en nuestro interior se instala, fruto evidente de nuestra inmadurez, que en principio habla sin pensar lo que ello puede provocar, o se enfurece sin medir las consecuencias, que el desatino deja, pero que, en todo caso, procrea un resabio de descontento interior, difícil de aceptar con humildad y sencillez. Los momentos que siguen son simplemente amargos y duros, hasta no decir más. Desde la rebelión, hasta la frustración profunda con nosotros mismos, incapaces de concebir lo que ha pasado con una explicación razonable. Pero también pertinaces, y confundidos para no abrirnos a la exigencia de la verdad que hemos ignorado. Cuando con más calma podemos pensar sobre nosotros mismos, advertimos, tal vez, el mal que hemos hecho, y la reacción más humana, a no dudarlo es, por supuesto, el arrepentimiento, que implica una revolución interna, pues ahí están los motivos o confusiones que provocaron el hecho, y que exigen una verdadera lucha feroz con nosotros mismos, con nuestro egoísmo y soberbia, incapaz de dar la mano a torcer, porque reclama sus derechos falsamente heridos y contradictorios, pero también, y se percibe perfectamente, honesta para clarificar nuestra situación, y ponernos en orden. Pasa un tiempo, y quizás llegamos a entender, por fin, y a aceptar que dimos un fatal resbalón en nuestra relación. Esto significa purificar toda nuestra conciencia, hasta estar seguros de que podemos caminar con calma a pedir el consiguiente perdón, resultado de una catarsis claramente profunda. Y se escribe, quizás muy fácilmente esto, pero qué difícil es motivarnos, hoy, internamente, a vivir esta nueva y creativa realidad del perdón en el arrepentimiento.

El arrepentimiento es un tipo de experiencia humana que se opone radicalmente al resentimiento. Precisamente todo lo que anteriormente he descrito es lo que podemos llamar el fenómeno catártico, o purificador que vive el hombre honesto, que cae, pero sabe que tiene que levantarse, que le cuesta pero que al final, digámoslo así, da su brazo a torcer y acepta lo que en otros instantes parecía imposible. Pero es que además, me parece, que todo hombre está llamado a esta actitud de arrepentimiento, ya que el mismo Dios que murió por todos, espera este gesto liberador en todo hombre, que sabiéndose pecador, o limitado, debe entender que el error es propio nuestro, pero que no debemos quedarnos en él, porque evidentemente es tonto. El Señor en la Sda, Escritura nos dice, muy de continuo, que si pedimos perdón el no se acordará más del pecado cometido y exige el arrepentimiento, es decir estar dolidos de haber hecho tal maldad, para ser perdonados. Exige decimos, porque, es evidente, que de no ser así, se rompe el camino normal al crecimiento y maduración que como persona sentimos que estamos llamados a vivir. Por ello experimentamos, también, que el arrepentimiento es transformador, porque sin él no hay caminos para andar ampliamente por la autopista de nuestra personalidad. Recordáis que el poeta decía “caminante no hay camino se hace camino al andar” y ese proceso de andar, que exige esfuerzo físico y humano, unas veces más duro, y otras más suave, conscientemente, es el que nos lleva, de hecho, a sentir que nos vamos cambiando y transformándonos poco a poco en seres más armónicos. Vamos mudando nuestra vida, de pecadora a hombres con espíritu de sensibilidad y transformación, que a través del arrepentimiento siempre tienen la oportunidad del perdón, y de avanzar en el camino de la santidad al que todos estamos, sin duda, llamados. Aparte de que así, entendemos como realidad vital que el arrepentimiento y su perdón, son siempre cosas muy serias, e intimante insertas las dos, en nuestro ser personal y humano.

Esta realidad es evidentemente liberadora, la que sentimos normalmente los que andamos por la vida queriendo ser más humanos, como ese gran señor y teólogo mártir Bonhoeffer que nos dice “sigo aprendiendo que es viviendo la vida terrestre como uno llega a creer. Cuando se ha renunciado completamente a llegar a ser alguien –un santo o un pecador convertido o un hombre de Iglesia- (...) entonces uno se pone plenamente en manos de Dios, uno toma en serio, no sus propios sufrimientos, sino los de Dios en el mundo, donde vela con Cristo en Getsemaní (...) y es así, como uno llega a ser un humano, un cristiano”.

Claro, este hombre que obra como razonable e incluso como un hombre de fe, vive a no dudarlo en el amor del Señor, en su gracia, entendiendo a la perfección este sentido de la vida desde el que nos vemos obligados a vernos en la debilidad y muchas veces a pedirnos perdón, porque sentimos que no hemos hecho bien las cosas, y sobre todo porque nos hemos ofendido gravemente unos a otros, pero además, porque esperamos que alguien ofendido encuentre un arrepentido de verdad, que tomándose en serio su vida, dé sentido a los que ama con el ejemplo de su cambio, resultado de un arrepentimiento verdadero, porque le duelen, por cierto, las cosas desde las que deshumanizándose, ha hecho sufrir a los suyos.

Nietzsche pensaba en su obra, la genealogía de la moral, que la raíz última de la moral cristiana “moral del rebaño” decía, radica en el resentimiento de los débiles. Sin embargo Max Scheler nos dice que la raíz originaria de la moral cristiana no está en el resentimiento, sino en la experiencia de la gratuidad, del amor entendido como ágape. En este diálogo con el más grande de los maestros de la sospecha, Scheler ahonda en la experiencia del resentimiento y de la praxis activa del perdón. Contrariamente a lo que sostiene Nietzsche, en la Genealogía de la moral, Scheler afirma que la semilla de la ética cristiana no ha germinado sobre el suelo del resentimiento. ( Max Scheler: La Moral del resentimiento, PG. 22)

Por cierto que puede haber patologías sobre este tema, de vivir la experiencia cristiana, pero esto no nos aparta de la idea que es saber que el sabio y el necio, el rico y el pobre se salvan por el amor, y que es ese amor el que nos hace vivir la experiencia más hermosa que el hombre se puede imaginar. Esa lucha por encontrarnos con el perdón, que hace unos momentos tratamos de definir, nos hace ver perfectamente cual es la fuente de nuestra experiencia humana. Y no vemos otra que la necesaria coherencia de nuestra armonía personal con el mundo del amor que en nuestro corazón llama por una justicia original.

Me diréis que en el mundo actual mucha gente vive movida por el resentimiento, y no os lo voy a negar, pero tampoco voy a dejar de decir que no creo que sean muy felices, “porque el resentimiento queda circunscrito por su base a los siervos, a los que se arrastran y suplican, vanamente contra el aguijón de una autoridad”, (Max Scheler El resentimiento en la moral PG 27) y porque estoy convencido de que no hay otra salida a la realización digna del hombre, ya que “el resentimiento es una autointoxicación psíquica” (ídem PG 19), que la de dar la mano al hermano en la mejor intención del abrazo fraternal. Una vez que aceptemos el hecho de que nos hemos enfriado o malentendido nuestra vivencia cristiana, podemos entender el amplio mundo del resentimiento que tantos estragos está produciendo hoy en el medio en que vivimos. Yo diré más, hoy hay tanto resentimiento porque no se sabe perdonar. Y solo perdona, el que ama en profundidad, ¿tampoco sabemos amar?. Por ello, no deja de ser menos cierto que, siempre, el esfuerzo por salir de esa noche oscura del alma nos viene de la grandeza del amor, que solo los que lo viven, pueden entender de verdad, en la seguridad de que esta vivencia les abra a mundos nuevos y exigentes consigo mismo, cierto, pero que llevan horizontes de futuro y que, sobre todo, les asegura con dignidad su entrega, y que su entrega les da el sabor de la vida, que tiene su encanto precisamente en saber perdonar al que se arrepiente, en la seguridad de que muchas veces más, nos tendrán que perdonar a nosotros, que hemos perdonado.

Si hemos dicho que el amor es abertura, porque el hombre vive como tal abriéndose a lo personal y al mundo en su Verdad, no es menos cierto que es, el acto interno más puro y auténtico que el hombre puede expresar en su conducta habitual, como humano e hijo de Dios. Es desde ahí desde donde arranca la necesaria coherencia humana de hacer el bien, y es haciéndose el bien como el hombre se siente seguro y con la autoestima en su sitio. Desde el amor podemos valorar al otro como para que sea digno de perdón, y no me digáis que el acto de perdonar no es el más creador del sabor de pertenencia a la debilidad que queda en el corazón del que ofende, levantada en el amor del que perdona, y que más tarde seguro, necesita del abrazo y compresión del perdonado. Y sin el amor, cómo entenderíamos, la necesaria visión, que al entregarse como parejas se muestra nítida, de ayudarnos a crecer y madurar en la seguridad de que el amor de Dios es perfección, y a nosotros nos llama también a practicarla en el esfuerzo de cada día, por ser mejor el uno para el otro. Es hasta posible que en la etapa final de vuestro noviazgo sintierais esa fuerte experiencia, ese tirón hacia fuera, muy personal y humano, de que “sin ti, mi vida no tiene sentido”. En otras palabras, el sentido de tu vida, también las ganas de crecer y madurar, te lo dan el amor del otro. Aquí, Buber, tendría mucho que decirnos sobre la importancia del tú, pero es cierto, que el amor es la raíz de toda actuación verdaderamente humana, y por cierto, religiosa.

Pascal decía que hay razones que entiende el corazón, y no entiende la razón. Lo mismo quiero decir a nuestros hermanos que me leen. Saberse arrepentir, es cosa de Sabios, porque todos sabemos de las necedades trágicas del resentimiento. Cuantas muertes, cuantas infidelidades, cuantos sufrimientos inútiles, de tantos que por negarse a perdonar permiten que su corazón se vacíe, y actúe el resentimiento como guía de una vida inútil y frustrada, sin sentido, y aburrida de no experimentar nada decente en su corazón, ni siquiera para los más queridos, que, se ven desde esa monstruosa actitud pequeña y resentida, que, a pesar de todo, está hecha para amar y ser amada.

¿Por qué creéis que el Señor en el Padre nuestro nos mandó: “perdonanos como nosotros perdonamos”?... Pero sin arrepentidos... ¿Cómo puede haber perdón...?