El arte en el ser de la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

   


Hace unos días hemos tenido, saliendo de nuestro patio y recorriendo parte de la ciudad, una magnífica carrera atlética, como unos diez kms., que nos ha hecho pensar en muchos momentos, por qué entre nosotros nos movemos tan poco, porque como os decía no es muy importante ganar, o mejor si queréis, sí es importante ganar, pero es más importante llegar, hablando antropológicamente, porque es evidente, y todos estamos convencidos, de que aquí, ganamos todos, ya que al movernos deportivamente, todos experimentamos el gozo de la salud, en las ganas de vivir, y en general en una sintonía mejor con la vida, que vale la pena renovar constantemente.

Ello es tener ilusión y vivir por y con el deporte. Pero a mí, ahora, me interesa el arte y voy a hablaros sobre él y sus ventajas en la familia.

Tenemos que decir que una preocupación importante del pueblo griego estuvo en el arte. Incluso anteriores a ellos como los Egipcios y Mesopotámicos crean espléndidos exponentes de lo que el arte significó para sus pueblos, como aspiración a más, y a la belleza en todos sus modos, y por supuesto, a la hora de la verdad, ella es soporte del ser en toda la humanidad. De modo que digámoslo enseguida, es evidente que también el arte es una expresión genuina del ser humano, en su más auténtica entrega. Ningún otro ser es capaz de expresarlo igual, y sobre todo vivir sus exquisitas experiencias que transforman. No importa qué clase de técnica se posee, cuando al alma le urge de verdad el arte, el hombre lo expresa de la mejor manera posible, dentro de su unidad personal, y crea. Y crea maravillas que hacen palpitar de emoción a los hombres que lo viven y además lo contemplan. Fidias, por ejemplo, entre los Griegos, culmina la belleza del ideal artístico. Nadie como él sabe crear un mundo de seres plásticamente tan perfecto, ni de equilibrio expresivo tan absoluto. Sus personajes son los verdaderos prototipos, que solo raras veces y de manera imperfecta, se reflejan en los mortales.

Claro, seamos sinceros, entonces se vivía un tanto más recogido en la familia y en general el pueblo estaba ajustado a las verdaderas exigencias del arte. Hoy, la dispersión nuestra, nos inhibe de esto, y además sabemos que la primera condición del arte moderno es liberarse de cualquier apego a la moral, en nombre de una autoproclamada autonomía. Y la verdad, es difícil saber de qué autonomía hablan cuando saben muy bien que no tienen casi ninguna, si no es la de su propio miedo enraizado en la nada de sus valores, que los aplastan. Claro es la misma lucha post-modernista que busca en absoluto eludir lo que ellos llaman toda manipulación, venga de donde viniere. Aquí no hay más principios que los de mi aparente y soberano propio hacer, en función, por supuesto, de su propio saber y querer egoístas. Los hombres de fe, sin embargo, no se sienten manipulados, y creen además poder hacer y crear en función de la alta valoración que dan por ejemplo a esa gran opción del amor. Y de ahí puede y debe arrancar una fuerte posibilidad creadora.

No hacía falta estudiar para ser artista, solo eso sí, dedicación y apertura a los libros, donde se podían encontrar lo que uno no sabía sobre el arte. Tenemos múltiplex ejemplos en los creadores artísticos de las catedrales cristianas de los siglos medievales. La gran mayoría, prácticamente autodidactas y creadores de sus propias leyes estéticas. Posteriormente, la edad media avanzada, las grandes escuelas eran la cartilla de estudio de los grandes maestros. Y allí acudían los ya probados. Porque el arte, es más que todo una disposición, interna, anímica con una visión grande de la belleza encarnada tanto en el mundo, como en el hombre, que viviendo esa experiencia extraña y sobrecogedora de la inspiración, plasma en su obra el sentir de lo bello.

Hoy parecerá difícil esto de ser artista. Y muy pocos son los que llegan, sin que tengan, por lo demás, los que hoy lo alcanzan, esa capacidad de convencer a los que contemplan el arte, como los antiguos. No tienen hoy, lo que llamamos, la sanción histórica. Son unos pocos los que hoy viven del arte y lo practican de verdad. Quizá por ello, hoy nos falte esa característica fundamental de saber observar y vivir el arte. Nos falta, por de pronto, la sensibilidad exquisita de otros tiempos para sentirlo y para crearlo. Hoy somos demasiado individualistas y fríos calculadores, además de distraídos, a la hora de nuestras relaciones personales, y por supuesto, para participar del arte.

Nos hace falta, me parece, una vida espiritual más fuerte, y delicada al mismo tiempo, y esto se crearía, desde luego, como una fuente poderosa que el hombre posee y que es capaz de vivir en su familia, y en sus relaciones con los demás. Me refiero al amor. Hoy nos falta este precioso momento, que funde todas las características de la familia y dándole el sentido más genuino y auténtico de la relación nos eleva incluso a las mejores condiciones artísticas y creativas del hogar.

Por de pronto convengamos en que hoy también la juventud cree que la espiritualidad es una aspiración inútil, porque claro, no les da nada aparente de momento, ellos viven de cara a lo útil por sistema, y en casi todo, qué duda cabe. Les importa aquello, de lo que en principio, se le puede sacar jugo de inmediato. Son utilitaristas, en gran medida.

El arte, por otra parte, es participado desde todas las condiciones fundamentales humanas. Es decir se hace arte al hablar. Hay personas que son muy específicas en su modo de expresarse y bien podemos decir que viven el arte al hablar y lo expresan así. Escucharles, es siempre un gozo especial. Claro, no son muchas las personas que gozan de un don como este, pero de que las hay, las hay.

También se expresa el arte en las tablas. Fijaros qué bien pusieron el toque filosófico, los Griegos, en sus famosas tragedias. Y hay autores de hoy, cuyas obras, que son bien preciosas y artísticas, proyectan el arte a través de los actores, que suelen vivir el mensaje que el creador quiere darnos, generalmente sus inquietudes sociales.

Dígase lo mismo en la música. Hay artistas geniales. Véase un Beethoven. Pero lo mismo pasa con los inventores de melodías geniales de hoy; por la íntima unión entre la letra y la inspiración musical, pasan a ser obras de todos los tiempos.

Pues bien, cuando hablamos del hogar, por qué no habría de ser el modo de vida de sus componentes un verdadero canto a la vida , al arte, al amor del hogar. Todo arte para que lo sea, necesita una armonía entre sus partes. Es decir, el buen hacer, una verdadera unión, entre lo que los antiguos llamaban materia y forma. Armonía entre los elementos y componentes diferentes del ser. Claro, el hogar nos presenta como diferentes, el padre y la madre. Diferencias que se han ido limando, qué duda cabe, durante un noviazgo serio, bien llevado. Y sobre todo, una vez conocidas esas diferencias, cuando se quieren, cada uno se ha ido preparando con fuerza, para que desde su propio sacrificio sea posible esa armonía tan necesaria al desenvolvimiento y futuro de un hogar. Esto entendido por los dos, ha provocado el matrimonio Eso crea lo que llamamos una relación estable, en mutua armonía. De tal manera esto ha sido posible, que ello, es decir, el esfuerzo por conseguir lo que vale la pena, me parece, debe ser también el nexo del presente con el futuro, de modo que la relación sea una obra de arte, y aún cada día más, expresión del amor que mutuamente se tienen.

El amor resultante de esta unión armónica, es, a no dudarlo, la mejor experiencia de la pareja dentro del matrimonio. Y como experiencia genuina y creativa se mantiene, porque ese es el valor. Y ya pueden venir dificultades, que, las habrá, pretendiendo descompensar esa armonía de la que hemos hablado. Pero, porque cada caracterización de la pareja se conoce a la perfección, y se han buscado los caminos más adecuados, que es lo propio de un agente reflexivo, en este caso de los que quieren vivir de verdad en su coherente visión de pareja, pues va a resultar difícil, que esa obra de arte, que la relación ha creado, pueda romperse así, sin más. Yo diría que la armonía de la pareja se abre al esplendor de la casa, cuyo conjunto, con la acción bella e imaginativa de la mujer, y de los dos mejor, acaba por ser una obra de arte. De la misma manera que letra y expresión artística de la música siguen por siempre unidos, formando la canción que siempre se añora y desea. Así el sonar de la armónica relación entre padre y madre o esposo y esposa, y todo el contexto del hogar, revierte siempre a esos valores que se vieron claramente reflejados en la felicidad de los dos, y los hizo sentirse auténticos en el pasado, y que conformaron la auténtica y armónica relación, y ya hábitos fuertes, en nuestro modo particular de ser, encuentran el camino adecuado a cada difícil situación, y no se rinden fácilmente. 

Precisamente porque el hábito es una manera de ser diferente, resultado de la repetición reflexiva de actos, de los que hemos valorado su fortaleza y verdadero ser, el hábito me entrega en cada caso una disposición igual, o mayor si ya es fuerte en nosotros, a la que comenzó en mí, cuando a principios de mi jugada de novio, creía ser lo que no era, pero que, poco a poco, y por la fortaleza de la relación insistente en los valores, consciente de querer repetirlos por buenos, se ha ido conformando y ahora, me viene a la ayuda de lo que sé, muy bien, tengo que llevar hacia delante.

Una melodía armoniosa al ser del Cristianismo era aquella primera orquesta, actitud de amor abierto a todos, que tanto llamaba la atención de la gente pagana. Mirad cómo se aman, decían algunos escritores paganos.

Pues creo que imitándolos podríamos llegar a ser una fuente de amor original que nos hiciera sentir creadores, es decir hacedores de la realidad del ser, de ese arte maravilloso de amar. La sensibilidad del arte se palparía en cada respiración del hogar. Y el hogar sería el fuego limpio y sabroso que quemara esa ambición de armonizar en el amor los valores de todos. Una orquesta que dirigida por el amor, da una caracterización armónica de la unión del hogar.