Experimentar el gozo de ser la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

    


En el último trabajo que os he presentado, para felicitaros el año nuevo, veo que os he hecho una visión de lo que evidentemente debe ser nuevo en nuestro modo de vivir el año 2001. Me centré en que los valores deben ser puestos en su lugar, y por supuesto me quedé, sobre todo, hablando del valor de la palabra. Me pareció francamente un buen tema para el primero del año, ya que el dominio de la palabra, pues debe ser siempre hija del bien pensar, que empuja al buen hacer, supone de alguna manera el dominio del yo. Y sobre todo, porque es fundamental al tema de la familia, o mejor al tema del hombre y sus relaciones personales abiertas al diálogo, siempre. 
Hoy quiero hablaros de otro asunto candente, porque no cabe la menor duda de que si hemos de continuar en familia, debemos experimentar el gozo de la familia, vivir la experiencia gozosa de sentirse familia, y por consiguiente en familia.

A no dudarlo, todo el proceso del noviazgo ha tenido como fin claro, precisamente el saber si éramos capaces de darnos mutuamente el convencimiento, de que en el futuro podríamos luchar, por dar sentido a nuestras vidas, esforzándonos por la felicidad de los que nos aman, y en concreto de la pareja: poder vivir el gozo de sentirse familia.

Me da la impresión, sin embargo, de que esto no se piensa mucho en su momento oportuno, y que normalmente hasta perdemos,... y perdimos el tiempo del noviazgo, para este conocimiento mutuo, y en su verdadero momento, en el más significativo, probablemente, de toda nuestra vida, aunque los actuales son también muy buenos,... pero, en todo caso, saber a qué atenerse el uno respecto al otro es fundamental a la voluntad de casarse, y a amarse, después de casados. Porque, sin conocernos, vamos a dar palos al aire, en lo que a la relación se refiere, no nos vamos a poder exigir lo que creemos es necesario cambiar en una buena relación, y si no nos exigimos mutuamente el cambio de lo que no nos gusta, y ponemos todas nuestras fuerzas a la idea de hacer feliz a la pareja, de encontrarse de todas las maneras, el uno en el otro, y abrazarse en el encuentro, vamos a ir a ciegas, a un matrimonio sin sentido, que nos va a hacer dudar muchas veces,... más, nos va a imponer un mundo de dudas, desde el que no vamos a saber a qué atenernos con respecto a la relación. Es decir, nos vamos a encontrar sin la seguridad necesaria al hecho de una relación feliz, sin poder vivir el gozo de la familia. Y así, por supuesto, nadie debe casarse.

Claro que os acabo de decir que si no hemos aprovechado bien el tiempo del noviazgo, nunca es tarde si la dicha es buena, pero tampoco hemos de dejar de entender que ahora, nos es más difícil, porque el tiempo que tenemos está abierto a otras muchas posibilidades, económicas, profesionales, etc... que de hecho se interfieren con este muto conocimiento, y acaban por no darle importancia, socavando toda posibilidad de entendimiento, porque sicológicamente, nos vamos también dando cuenta de que estamos, cada vez, más lejos el uno del otro, y de que el amor se nos va, situación ya muy peligrosa para la estabilidad del hogar, cuanto más para un verdadero amor y goce de sentirse familia.

Me doy cuenta, no lo dudéis, de que la situación actual es bien difícil, de que todo está puesto, pareciera que, para envolvernos en las circunstancias que no vencemos, y desvincularnos de todos los valores que más hemos apreciado en otros momentos, y empezar a sentirnos vacíos y a percibir que la vida, así, no tiene sentido, y no vale la pena.

Pero también es verdad que soy muy optimista, y que creo en las causas de la verdadera libertad, y que frente a tantas dificultades que el medio nos pone hoy, podemos discernir en cada caso cuál es lo mejor para nuestro hogar y familia, y poner, por ende, los mejores esfuerzos a la realización del hogar. Sobre todo esto va a ser verdad si,...- cuanto antes, cuando empezamos a darnos cuenta de que nos falta el diálogo, y que las características condiciones del verdadero amor matrimonial, facilidad de sonrisa del uno con el otro, la normal ternura elevada, que en un verdadero matrimonio siempre se da, la atención esmerada que se abandona, los ojos que con solo abrirse se comprenden, comienzan a esfumarse,...- tan fácil como nos parecía en otros momento ser,-... buscamos ayuda espiritual.

No lo dudéis, mis queridos lectores, la verdad es que siempre podemos ser, lo que queremos ser, por más que hoy es difícil aceptarlo. Y de hecho, los verdaderos creyentes sabemos, que Cristo niño nos trajo en, su infancia incluso, la mejor muestra, de cómo Él sabía vivir el verdadero humanismo. Si algo vemos en Él, es el rostro del verdadero hombre, del hombre perfecto que El es, que sonríe, que pide el abrazo de su madre, que se deja envolver por la ternura que su madre le da, y su padre putativo le ofrece,... frente al hombre imperfecto, que, quedó en el paraíso, y que por ello su vida tiene, en sus hechos, mucho que enseñarnos, porque nunca se deja derrotar por la flaqueza, y,... de que se cansaba, por ejemplo, no hay que dudarlo, y a los mismos apóstoles les mandaba descansar, pero qué curioso, no encontramos en Él una duda que tuviese que ver con el cumplimento de lo que su Padre le pedía. Claro que en Jetsemany, como que el peso de la responsabilidad quiere doblarle, pero no olvidemos que se siente inocente, y solo, y ve en su conciencia que el peso del dolor no es broma, y lo que siente es injusto, y suda sangre,...Preguntemos a un psicólogo o psiquiatra, qué significa eso, y pongamos oído atento a la respuesta. Pocos casos se han visto en la historia,... pero al final, qué bello es, incluso para nosotros, oírle decir: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya”

Es claro que este hombre perfecto vive unos parámetros distintos de los que normalmente nosotros apreciamos, pero eso no quiere decir que los nuestros sean de otro orden que los de El. Caemos perfectamente en la cuenta de lo que es válido o no, y porque El es perfecto tenemos la ventaja de que nos comprende de todas todas. El pasó primero por eso, y sabe de las dificultades de la vida, y de las injusticias etc. etc. Y a El debemos nosotros agarrarnos a la hora de nuestras dificultades, es decir, debemos orar, debemos estar en El, debemos ser conscientes de nuestros actos, con El, debemos pensar en que cada circunstancia tiene su verdad propia, y esforzarnos por darla sentido. Todo ello nos haría ver que el esfuerzo está al servicio de la personalidad y por ende de la verdadera relación humana, y por tanto del encuentro familiar.

¿Qué nos faltaría entonces, junto a nuestro Cristo, junto al empuje que El nos da a cada momento, cuando se lo pedimos con fe verdadera, para poder vivir el gozo de sentirnos familia de verdad?