¡Feliz año 2002!

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


No quiero dejar pasar el año sin que tengáis mi felicitación. La verdad es que es una fecha muy calificada que no debemos olvidar. Por eso os digo muy de corazón: FELIZ AÑO NUEVO.

Lo que no quisiera hacer es decir que os deseo el año nuevo, y fuera una actitud de espaldas a la realidad o incluso peor, un doble de mí mismo. Y la verdad es que esto no cuesta nada decirlo, y menos hacerlo. Convengamos en que hoy no cuesta nada mentirnos a nosotros mismos y pretender que todo va muy bien a nuestro alrededor. Y, o, mentirnos casi siempre, en la seguridad de que eso no cuesta nada, pero sintiendo dentro el cosquilleo de algo inaudito como el vacío personal y familiar que destruye el medio, porque antes se ha denegado el camino a la persona. Todo menos ser uno mismo, y pretender establecer una línea clara de actitud, donde cada cosa significa exactamente lo que se piensa o dice, o se proyecta, o se insinúa.

Por eso, me da cierto miedo la cultura de hoy, porque al no saber lo que nos decimos, porque nos plantamos fácilmente desde afuera, negando la interioridad humana, y destrozando las posibilidades del encuentro abortando el diálogo, espanta el aluvión de incertidumbres que rompen la normal contextura de lo humano. Y ya aquí, convengamos en que nada hay seguro para el buen entendimiento de las relaciones entre los hombres, ni mucho menos para gozar estos momentos únicos que el hombre tiene para, irónicamente, reírse de sí mismo, o de su sombra, si viene a cabo, a cuenta del tiempo que tan ligeramente nos abandona en la esperanza de que el que viene nos abrace de veras y nos haga sonreír en la vida, porque somos capaces de vivirla en gozo.

Lejos quedan pues los años en los que al mirarnos sabíamos a qué atenernos el uno respecto al otro. Hoy, incluso en familia, tenemos que estar muy atentos a lo que decimos, no sea caso de que por no saber lo que decimos, nos encontremos metidos en un suculento lío de familia, del que no nos saque ni la fortuna de estar celebrando la despedida del año 2001.

Y es que la cultura, hermanos del alma, se ha ido enfriando de tal manera, que ya no quedan confianzas mutuas, y por ello resulta muy oneroso meterse dentro de ella y querer auscultarla en la seguridad de ese encuentro tan necesario del hombre con lo que crea, tanto sicológicamente, como moralmente. Hoy el colmo de esa insensibilidad humana viene definida por lo que los grandes artistas de la pintura llaman el arte hiper-dramático. El arte hiper-dramático ya no es un cuadro o un lienzo de un gran pintor. Eso es la cultura del pasado, Velásquez o Goya. No interesantes del todo ahora, o interesan menos. Hoy necesitamos recrear el arte, y no hay manera mejor ni más bella que hacer de las personas obras de arte. El arte es una persona humana, una joven súper hermosa, que se deja hacer y manipular para que un gran pintor la firme y la acredite como una verdadera obra de arte. Aquí el artista se olvida de que es un hombre, o mejor persona, y se convierte en un dios. Por eso usa y abusa de la muchacha bella, la despersonaliza y la convierte en un objeto de sus caprichos y malévolos deseos. Aparte su inmenso afán de dinero, dios de nuestros tiempos, que efectivamente obtiene despersonalizándose. Y eso sencillamente es inhumano, y contra los valores del hombre.

Pues bien, todo esto hay que superarlo, y yo añadiría que debemos luchar contra toda forma de deshumanización, tan frecuente hoy en niños, en mayores, en jóvenes mujeres y varones, si queremos decirnos familiar y amorosamente Feliz año Nuevo, si queremos darle sentido a lo que decimos. Gozar las doce uvas. Cantar y reír y abrazarnos y querernos conscientemente, como hermanos que somos, como familia que damos sentido a la fiesta, desde el corazón y la esperanza, que el Señor aporta para todos los que le aman y se aman en El. Y quiero deciros que vale la pena que celebremos juntos esta bonita fiesta de fin de año cristiano, en nuestras casas, con nuestra familia, con nuestros hijos, sacándola del escándalo que la TV o los grandes hoteles nos ofrecen, donde se cena y se vive hasta las tantas de la mañana pagando precios increíbles a un sensato, y que escandalizan al mas negado, por la falta de justicia social y sentido común en nuestros países.

Celebrar la marcha del año viejo y con alegría es poner en nuestro corazón el toque de la elegancia, que atrae a todos, y disfruta todo bien nacido. Es deslindar los momentos para hacer de la vida una oportunidad nueva, y rendirnos ante la evidencia de nuestra falta de elegancia familiar, y ser en muchos casos, para prometernos en la alegría de la fiesta y la esperanza de lo nuevo, es decir, de nuestro esfuerzo por realizar con más esplendor la familia, y vivirla gozosamente. Porque seamos honestos, y convengamos, en que todo pasa, felizmente, por ese esfuerzo personal por hacer felices a los que nos rodean. Y esto es vivir anticipadamente ese futuro que ahora nos llama y nos prometemos, en la plenitud de la fiesta, en la seguridad de que conscientes de lo que hacemos, no le tenemos miedo, y le retamos en nuestra actitud caballerosa. Quién puede temerle al futuro, al nuevo año 2002, cuando este se anticipa en la responsabilidad que asumimos, retándole bien conscientes de que el mejor futuro es el presente intensamente vivido. Y es claro, el que vive su presente con intensidad, se supone que se esfuerza por dar sentido a todo lo que hace. Y este, no solo hace su felicidad, porque nuestras circunstancias, todas ellas van asumiendo el temple que cada una necesita para hacerlas brillantes, sino que nos forman, y esto es lo mejor, como hombres verdaderamente responsables de lo que tenemos entre manos, y satisfechos por el contenido nuevo y más humano, personal, que llevan estas acciones.

La celebración del año que se va y del año que viene, es cantarle a la vida desde la experiencia más cristiana, que siempre han tenido estas fiestas en otros momentos, por cierto, con una ironía, siempre creadora y abierta, pero que nosotros hoy los renovamos en nuestra actitud de servirnos con la elegancia que los buenos gestos conllevan. Y es verdad, que el tiempo en nuestro pensar se contrapone a otra realidad que llamamos eternidad. Hoy la palabra cuadra poco, pero eso no quita la evidencia que en nuestro corazón tenemos de que ella es la mejor realidad, la que más tira de nosotros, y la que a la postre, nos influye y nos llama como nada, y que al final todos quisiéramos para nosotros. Pero todo ello tiene un costo: la responsabilidad que abre siempre rutas profundas.

Todas estas cosas que os he expuesto, deben hacernos pensar en cómo vamos a confrontar esta fiesta, para que teniéndolas en cuenta, nos metamos de lleno en el corazón de los que sabemos que van a estar con nosotros, y haciéndonos a ellos, empecemos a sentir que la fiesta es diferente, los rencores se van, los amores se encuentran, y las ilusiones comienzan a escribir líneas nuevas en nuestros corazones, desde las que nos reconocemos a nosotros mismos como débiles, y sabiéndolo nos reforcemos con el dicho vivido: ¡Feliz Año Nuevo 2002! ¡Y viva, la fiesta... !