La pasión del Señor

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Esta semana celebramos la semana grande, que es justamente la de la Pasión del Señor. Desde hace siglos, y bastantes, la venimos llamando de esta manera, y no sé si por costumbre, nos hemos enviciado al vivir la vida como cosa de nada, o por irreflexión, porque, de otra manera, nos debiera recordar la profunda incoherencia en que la humanidad viene viviendo, incluso si nos retrotraemos al momento histórico en que estas cosas sucedieron.

Pues sí, mis queridos lectores, no he de negaros que tengo la intención de celebrar esta semana Santa lo más cercana a la realidad de lo humano que pueda. Es tan significativo el hecho histórico de la muerte de este Hombre, Dios, Señor de la historia y de la humanidad que se me hace casi imposible aceptarlo, si no fuera por la profunda fuerza de la fe, que el mismo Señor me da, como un don precioso. Es tan ridículo lo que sucede desde el rincón de la humanidad, que si no fuera porque es una tremenda tragedia, daría para reír todo lo que uno necesitara. Desde lo puramente humano parece increíble que hayamos podido caer tan bajo. Pero lo cierto es que seguimos ahí, si miramos lo que ahora está pasando en los diferentes rincones del mundo que vivimos. Desde la mentira hasta la traición son pan comido hoy en día, tantas mujeres golpeadas por el hecho de serlo, tantos niños irrespetados, porque debieran vivir la cercano del abrazo y de la ternura más entrañablemente humana...etc.

Pero, claro, el hecho de la resurrección se impone, y tengo que admitir felizmente que de la misma manera hay hombres y mujeres, menos desgraciadamente, que han entendido y aceptado este gesto que se dio hace ya muchos siglos, y cuya fuerza sigue encandilando al mundo. Es desde él, desde donde se entiende la pasión por cambiar el rostro humano de la muerte y la desesperación vacía, desde donde se hace paz alegre, el tormento pensado desde la fragilidad del insulto a la dignidad, y el manipuleo de lo más grande que el hombre tiene, su libertad de expresarse como quiera o le de la gana. Porque creédmelo, no puedo entender, ni creo que haya otras motivaciones, desde las que se pueda uno entregar al hombre para dinamizarle o darle el valor del Espíritu, para reanimarle y hacerle creer en la hermosura de la creación, salida de las manos de Dios, para hacerle sentir que es bello y bueno aceparse a sí mismo, y hacerse caminos a la esperanza humana de futuro y eternidad.

La Pasión del Señor es siempre, con todos mis respetos para los que no creen, una llamada a la interioridad y al hombre salido de las manos de Dios, para encontrarnos con la estructura más recia y clara de lo que el hombre es. La tentación de repetir las escabrosidades que rompen la armonía de lo humano son frecuentes, y siempre, por supuesto, por esa dejación de lo divino que en nosotros llevamos, como imágenes de Dios. La Semana Santa, así es una nueva demostración de lo que el hombre puede y debe encontrar, en esa su opción maravillosa, la oportunidad de ser él mismo, que, después de todo siempre tiene en sus manos, y desde la que opera esa nueva creación que siempre sucede cuando el hombre se hace desde sí mismo, desde esa su propia imagen, incluso, la que siempre ha soñado... Es importante connotar la fuerza que la compasión actúa en situaciones claras de injusticia, o la misericordia levanta cuando todo parece estar caído. No debiéramos despreciar esas manifestaciones claras de lo más nuestro, y que tanto se repiten en el mundo de hoy, y que a la postre nos unen a lo más sagrado de lo que en esta semana celebramos, la grandeza de ese Cristo que calla, sufre, se deja manipular, abofetear, para levantar justamente todos eso gestos repetidos en nosotros, y desvirtuarlos en la grandeza de su entrega.

Por eso es grande esta semana, y por ello deberíamos poner toda nuestra personalidad por respetarla, y hasta desearla y acariciarla cuando llega, con la expectativa de nuestro mejor rostro, no solo a nivel político, pero sobre todo a nivel personal donde en el fondo se fragua todo el contexto de la historia, y por supuesto se genera la realización, que tan pomposamente decimos, de nuestro yo.

Desde el Domingo de Ramos, pasando por el Jueves y Viernes Santo, incluida la Resurrección que sucede el Domingo siguiente, se fragua el mejor contexto de lo humano deseable y soñado, como presupuesto divino para poder andar por la vida como hombres, y ahí se levanta, me parece también, la base de nuestro mejor humanismo, ahí se gestan las hazañas que tantos veces hemos soñado los hombres y que lamentablemente hemos confundido o al menos tratando de confundir, que es peor, cuando por que en este siglo hemos hecho cosas maravillosas en lo técnico, nos estamos dejando, tirados, en lo humano, hasta niveles casi inauditos.

La Semana Santa no es solamente el señuelo, es la posibilidad real de lo que hasta ahora nos pareciera como imposible. Es la realidad nueva que genera esa opción de que antes os he hablado, y que nos acerca al mundo de la creatividad de Dios, donde podemos encontrar el consuelo a nuestros desencantos, el relleno de nuestras debilidades y vacíos, y siempre la satisfacción de mirarnos y aceptarnos como hombres que sabemos donde vamos y qué queremos.

La pasión del Señor es el espejo donde podemos mirarnos y vencer, desde luego, porque ella no se entiende sin la Resurrección. Y es verdad que si repasamos nuestra historia personal, sobre todo la de los que estamos ya en años, podemos darnos cuenta de que también hemos tenido nosotros la nuestra. Ella es un encuentro con lo pequeño y con lo grande nuestro, y su medida al mismo tiempo, con los sueños aquellos que parecían llenar el mundo, para al mirarlo después, ver de verdad correr un pequeño ratoncillo que no se aprecia en la historia, como dice el autor clásico. Y sobre todo para sentir en nuestro ser personal que en aquel grito de “ Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado, donde El se hace Dios Salvador de la Historia y de toda cultura humana, El hombre, a su vez, se realiza en el Dios triunfador que es el Hombre, Jesús, que conscientemente se hace ofrenda por todos, pero exige así, en aquel momento el abandono del Padre, y de todos nosotros, para que haciéndonos en Él, ofrenda del todo, lo que somos nosotros, quede saldado, y en su nombre, quedemos glorificados también con nuestro Padre Celestial, que le ha puesto por esto, por su abandono en Él, por encima de todo nombre.

Qué bello es esto, y qué esperanzador contra toda esperanza humana, y también para hoy, donde, porque ya no hay valores que elegir, al ver en Jesús su entrega, y su lucidez para aceptar que es Hijo de Dios y Rey del Universo, podamos nosotros iluminar nuestro andar, y encontrar el camino de ese orden de valores tan necesario al ser, como que sin él no es, y no nos avergoncemos en una sociedad difícil y abandonada a sí misma, de enfrentar nuestra lucha diaria, confesando su Nombre, y aguardando, por ende, esta semana, y nuestras múltiples semanas de Pasión, con gozo y esperanza.

Llevaba roja la túnica, y enrojecido el cabello. ¿De donde, con pies sangrantes, avanzas tú, Lagarero? “Del monte de la batalla y de la victoria vengo; rojo fue mi atardecer, blanco será mi lucero.”
Llevaba roja la túnica,
Roja de sangre y fuego.

Por toda la negra tierra el chorro de sus veneros: sangre preciosa su sangre que hace blanco el sufrimiento. ¡Oh Cristo, de sangre roja! ¡Oh Cristo, dolor supremo! A ti el clamor de los hombres, en ti nuestros clavos fieros.
Llevaba roja la túnica,
Roja de sangre y fuego. Amén.

Himno de segundas Vísperas del Domingo de Ramos. Breviario sacerdotal.