La virgen del Pilar

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La verdad es que estando en Zaragoza se hace difícil no escribir sobre la Virgen del Pilar. Y ello es una insistencia increíble que me ha estado urgiendo como una quemazón desde el momento en que al comenzar la fiesta decidí vivirla, lo mas entrañablemente posible. 

Y me lancé a la calle a sacar de las mismas piedras el mejor sabor de esta fiesta, ya que me daban la impresión de que ellas, ante todo, estaban en fiestas. Y limpias, muy limpias como si tuvieran conciencia de que debían servir un gran momento del encanto de esta humanidad que se olvida de todo por celebrar el entusiasmo, perdido hace mucho tiempo, pero que ahora aflora, como si se tratara de una ilusión profunda que renace desde el inconsciente con el mejor resorte de poder experimentado y que empuja con fuerza provocando todo el interior de esta Madre. No es fácil, por otra parte, encontrar situaciones tan socorridas en las que los primeros referentes sean las piedras, que bien asentadas sobre sí mismas, me han dado un criterio fuerte de cómo cada uno debiera devolver, en conciencia, lo recibido para bien del Cosmos, de la Humanidad. Y no es para menos, ya que todo Zaragoza, y mucho Turismo, se ha movido para honrar a su Patrona la Virgen del Pilar. Y tienen que ser ellas las que se expresen es ese continuo moverse de las gentes, sin dejarles respirar, ni darles un resquicio para mejorar su situación, evidentemente quebrantada durante estos días, esa es su misión, ser base para todos y para todo. Menos mal que al estar tan pulidas se les viene el aluvión de gente con una armonía exquisita, y se sienten como si nadie las pisara, más allá de lo esperado en estas multitudes, que se mueven,.... sin que a la verdad les den ni siquiera la oportunidad de quejarse, ya que sería inútil, y a lo mejor se les encararan las gentes, en una conciencia clara de pueblo que se siente orgulloso, y en su casa, en la calle Alfonso, recientemente adornada y etiquetada como solo de recreo y para transeúntes.

Ya la noche anterior a la fiesta, es decir el 11 de Octubre, me quedé anonadado al contemplar la torre, que en la plaza del Pilar erguida y satisfecha iba a servir de soporte a la Virgen del Pilar que desde el pico de esta imponente mole, bien asentado y establecido para los actos de las fiestas y para sostenerla en ellas, iba a contemplar gozosa las toneladas de flores que en su honor el pueblo quería dedicarle. Lo admirable es ver cómo la gente se mueve, las cosas aparecen aquí y allá y el orden se expresa en cada una de sus gestiones integrando en valores la acción del hombre motivado por la fiesta y su sentido. Pero las flores, iluminadas por primera vez ahora, cantaban a la Virgen su fulgor de estrellas en la noche, que se enciende en el corazón de cada creyente, restallando en un momento importante y ensoñador hacia dentro, de verdad. 

Venirse de América, desde luego en vacaciones, para ver una cosa como esta es increíblemente bello, al menos para mi, que vengo expectante porque he oído muchas veces la grandeza de esta historia de la Virgen del Pilar, y me he convencido de que es más allá de lo que uno puede escuchar o imaginar. Nunca me he encontrado en unas calles tan abarrotadas de gente, que me costara andar de un lado al otro de la calle casi una hora, en una extensión de 500 metros. Y todo para observar el fervor de la gente que se mueve continuamente por la calle rezando el rosario de Cristal. Rosario de Cristal porque llevan en urnas de cristal los diversos y cada uno de los misterios del Santo Rosario, que al mismo tiempo reza el pueblo, al moverse por las calles, el día siguiente del Pilar.

Pero el día del Pilar hay que ver a todo un pueblo comprometido y feliz a la escucha del canto de sus jotas y música aragonesas que llena el espacio de ritmo y esencias mañas, y en fila, esperando el momento de entregar su ramo de flores, en movimiento lento, para que poco a poco y con calma, pero sin parar se vaya llenando la imponente torre de flores de que os he hablado. Las filas están a kilómetros de distancia de la plaza del Pilar Las representaciones de todos los pueblos y villas importantes de Zaragoza, provincia y región, e incluso de América caminando por las calles de Zaragoza que confluyen en el Pilar, es simplemente imponente.

A las doce la Santa misa, con un templo bello de por sí, y encendido ahora como si la gloria de Dios le llenara con fuerza y esplendor. El Obispo presidente, hoy Monseñor Alfonso, el Auxiliar de Monseñor Elías Yanes, que ahora está en el Sínodo episcopal, se esfuerza, con altavoces y todo por hacerse oir ante esta multitud, y creo que lo consigue. Después, la procesión por la plaza de gente del Pilar, donde se ha reservado un caminito para que la procesión pueda avanzar, y para tener, como el pueblo, la oportunidad de que la Iglesia y el Gobierno ofrezcan sus flores a la Virgen.

El día siguiente al Pilar, es decir el 13 de Octubre, se hace la procesión de las ofrendas y otra vez la filas como para la entrega de las flores a la Virgen. El pueblo se mueve desde muy distante para entregar a la Virgen las primicias de los frutos de los campos, guardando en sus pasos la rica esperanza de poder celebrarlo en su ofrecimiento. Los frutos de este momento otoñal son gustosos y atractivos a los ojos de los que observamos la ceremonia. Resaltan y se observan melocotones, uvas, peras, frutas secas y un montón de ofrendas que espero muchos pobres gusten. Y el espectáculo de fervor y de emoción que se enciende es enorme. El color de los trajes regionales bellísimos destaca en estas fiestas, como en todas, pero aquí al ser toda la ciudad da una impresión de encanto que es muy difícil deshacerse de el. Ya mires adonde mires te encuentras con esos vestidos de incandescente atractivo, que alegran a no dudarlo el contorno de la ciudad pisada. Pero todo dentro de un orden de fe que aquí se masca. Dicen que cuando Juan Pablo II visitó el Pilar, al darse cuenta de la gente que movía dijo: "Oh, una Virgen tan pequeñita y que tanta fuerza tiene". Y es verdad.

Mis queridos lectores, os prometo que cuando llegue a Costa Rica os pondré las fotos de estos bellos momentos que hay que vivirlos para poder hablar con sensatez de ellos. Pero qué bueno darse uno cuenta que la fe mueve montañas, aquí de hombres y mujeres, que motivados por el entusiasmo que la Virgen les provoca, les hace no solo salir de casa para llenar estas calles, sino sobre todo, para en la fuerza de su fe escanciar lo mejor de sí mismos en el altar de la reverencia y devoción a la Virgen del Pilar.

No podemos negar que la Virgen está en el corazón de esta gente, como bellamente lo expresan en sus cantos, la jota sobre todo, que no se avergüenzan de cantar, porque en ello encuentran el camino a una realización más humana, dentro de un mundo deshumanizado, y sobre todo para que al poner con delicadeza su voz y sus frutos a los pies de la Virgen, sienten que contactan otra vez con un mundo interior, su mundo humano, que pide a gritos la atención del presente de la humanidad.

Pero hay más... ¡Qué armónica me parecía esta cultura Aragonesa, penetrada por el calor de la Virgen del Pilar! Y me preguntaba ¿pero es que hay calor más brillante en este sol cultural que el que este pueblo creyente y libre proyecta cuando canta y ama a su Madre del Pilar? O esto es cultura, o estamos equivocados en nuestra frialdad nosotros.