La ruta al Calvario

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Fue durante la Semana Santa del 59. Aquellos buenos chicos, que eran chicos buenos, me dijeron que estaban hartos del Via-Crucis del pueblo.
Eran sinceros scouts que se estaban iniciando ilusionados en la vida y querían hacer las cosas bien hechas. Yo no ignoraba que tenían razón. Cumplí con mis obligaciones ministeriales, asistiendo con los otros clérigos y la gente piadosa, al Via-Crucis parroquial y me reuní con ellos.

Hacia las diez de la noche nos encontramos en una esquina, a las afueras de la población. No recuerdo cuantos éramos, pero imagino que no mucho más de diez muchachos. Hacía bastante frío. Se respiraba emoción y una sensación de como si lo que íbamos a hacer fuera algo ilícito. Son dos sentimientos muy propicias para celebrar la devoción del Via-Crucis. Les
dije que iríamos caminando hasta una ermita próxima, de todos conocida.
Estaba a un escaso cuarto de hora de camino ligero, pero nosotros fuimos lentamente. Improvisé. Les fui contando la historia de la Pasión, como yo la tenía aprendida y meditada. A pesar de haber transcurrido tantos años, aquellos chavales, que ya no lo son hoy, todavía se acuerdan de este sincero acto.

Fui trasladado a La Llobeta. El primer año una patrulla scout pasó los días de Semana Santa conmigo, ayudándome en todo. Su propósito era servirme en las celebraciones litúrgicas y fueron fieles a ello, no recuerdo ningún detalle en concreto, excepto el arreglo, a pico y pala, de una vía de acceso al lugar. Era su Buena Acción de Pascua.

Al año siguiente se operó un gran cambio. Vino un clan de guías, chicas, y un equipo de rovers, chicos. Acampó una tropa de scouts y algunos jóvenes más, de otros movimientos. Explicaré una experiencia que durante más de treinta años celebramos, que aunque cambiando muchos de los asistentes, que llegaban de diferentes lugares. Antes de proseguir
contaré una anécdota. Había preparado a ciclostil un programa con el horario de los actos y una breve descripción del significado de cada uno de ellos. Fue a parar un ejemplar a manos del párroco del territorio, que me manifestó, con gran enojo, que aquello de ninguna manera podíamos practicarlo, que un Via-Crucis tenía 14 estaciones, estaban todas ellas
señaladas y no se podían modificar. Se me ocurrió entonces decirle que le llamaríamos Ruta al Calvario y se apaciguó. La treta resultó ser un gran acierto, no me volvió a molestar y a la gente les gustó siempre este nombre.

Debía el acto tener una cierta espectacularidad y dignidad, adecuadas a la idiosincrasia de los chicos. También era preciso que gozara de intimismo, sinceridad y proximidad a la historia a la que se refería la plegaria. Era necesario también que gozase de ambientación juvenil, acorde con la asistencia. Advierto esto para que se entiendan los detalles técnicos que explicaré antes de empezar la descripción. Creo que todos recordarán aquellas pequeñas plataformas, donde se llevaban en procesión las imágenes de los santos, andas, me parece que se llamaban.
Pues bien, en un tal artilugio, se montó una hoguera, que debía ir al inicio del cortejo. Con dos viejos troncos de pino, cogidos del mismo bosque del entorno, se formo una gran cruz, una tosca cruz, una pesada cruz. No la llevábamos elevada verticalmente, iba horizontalmente, sobre nosotros, que la sosteníamos con los brazos levantados, de manera que,
se lo había ya advertido al principio, el Padre Eterno, al mirar hacia la Tierra, lo primero que viera fuese la Cruz de su Hijo. Nosotros nos situábamos debajo, protegiéndonos con ella. Como pesaba mucho y trasportar cargas por encima de la cabeza resulta muy molesto, debían irse cambiando los que la llevaban. Flanqueaban el grupo, que de ninguna manera se parecía a una procesión en dos ordenadas filas, sino más bien a una manifestación tumultuosa, de las que entonces se organizaban ilegalmente y que gozaban de prestigio, seis u ocho chicos, con unos palos acabados en un bote, lleno de aserrín, empapado en gasóleo. Se inició el acto cuando el gran fuego estuvo bien encendido. Que quemaran las antorchas fue muy fácil. La luz rojiza y vacilante de estos focos, impregnaba la atmósfera de misterio. Se hizo total silencio.

Advierto dos cosas. Primero, que la comunidad juvenil había vivido la experiencia de la Vela de Getsemaní, que había producido un gran impacto espiritual y sentimientos de profunda conversión. Segundo, que en un gran panel se habían escrito los títulos de los episodios de la Pasión del Señor, según los relatos evangélicos, como va al final de este relato. Las patrullas, los equipos, años más tarde las familias o hasta las mismas monjas del convento próximo, habían escogido las que más les interesaban y en el seno de cada grupo se había previamente analizado y discutido el episodio. Esta labor duraba sus buenas dos horas, dependiendo, claro está, de las características del grupo. Los menores acababan pronto. Los quinceañeros discutían, a veces acaloradamente, un episodio. Los matrimonios, con sus hijos o ellos solos, reflexionaban con más calma y serenidad. Al acabar esta fase, se les había dicho que debían poner por escrito el resumen de su reflexión y uno de ellos debía ser el encargado de leerlo. Lo de ponerlo por escrito asegura un cierto ritmo, nada desconcierta tanto a una comunidad como un silencio inoportuno o la discusión, aunque sea amistosa, sobre a quien le toca intervenir. Exige además disciplina, tanto en la reflexión, como en la redacción. Dado que los episodios anotados se encadenan los unos con los otros, con frecuencia se repetían ciertas reflexiones. No importaba, aunque trataran del mismo acontecimiento, eran vistos de diferente manera, según fuera el núcleo redactor, que nada sabía de lo que hacían los demás, ya que en una habitación, dentro de la tienda de campaña o en una iglesia, cada grupo hablaba, resumía y escribía sobre el tema que había escogido. La Pasión de Cristo impresiona a cualquier persona sensible, independientemente de la orientación que haya dado a su vida.
Recuerdo haber pasado en una ocasión junto a una tienda y haberme metido dentro. Eran chicos cercanos a los 20 años. Oí como uno afirmaba con energía: es que Jesús era un tío coj... (omito la palabra por respeto) Pasado un tiempo, el chico, comunista entonces, derivó a la anarquía y murió finalmente, junto a la frontera francesa, después de la fuga del
penal de Segovia. Me refiero a Oriol Sole, que gozó siempre de mi amistad, aunque nuestras apreciaciones pudieran ser diversas. Espero que en la Eternidad se encontrara con aquel Jesús que admiraba, de aquí que sobre su tumba, pegando al suelo, le pusiera yo una cruz, semejante a la que había trasportado en la Ruta al Calvario. Los sacerdotes nos quedábamos con las que nadie se había reservado o, previamente, habíamos puesto nuestro nombre en la que nos interesaban comentar. Y confieso que nunca lo tuve escrito en el momento de expresarlas. Defectos del oficio.
Algunas de las “estaciones” siempre he querido reservármelas, como diré al final.

Cada grupo, a la luz de una de las antorchas a las que me refería al principio, leía su resumen escrito. En acabando se cantaba, monótonamente, cualquiera de los estribillos ya conocidos de los Via-Crucis tradicionales. Era el momento de avanzar un trecho.

El final era siempre en la capilla, en donde se habían retirado los bancos, dejando un gran espacio libre, cercano al altar. Colocada la desnuda cruz de troncos secos, en el suelo. Invitaba entonces a estar un rato en silencio y tratar de observarla respetuosamente, como la pudiera haber mirado Santa Maria el primer Viernes Santo de la historia. Por aquello de que siempre hay que acordarse de las enseñanzas del Maestro, rezábamos después, lentamente el Padrenuestro. Acabada la oración, lo sabíamos de cada año, repartían, a los que quisieran quedarse, pan y agua. Todo el pan y agua que quisieran, pero sólo eso. Empezaba entonces otro acto sobre el que escribiré en otro momento.

APÉNDICE

1.-Getsemaní: Mt 26, 36-37 / Mc 14,32 / Lc 22,40

2.- Agonia: Mt 26, 37-44 / Mc 14, 33-40 / Lc 22, 41-45

3.- Beso del traidor: Mt 26, 45-50 / Mc 14, 43-45

4.- Simón-Pedro hiere a Malcus: Mt 26, 50-54 / Jn 18, 10-15 / Mc 14,
47-48 /

Lc 22, 50-51

5.- Jesús prisionero: Mt 26, 55-56 / Mc 14, 49-52 / Lc 22, 23

6.- Jesús ante Anás: Jn 18, 13-24

7.- Caifás: Mt 26, 57-66 / Mc 14, 53-64 / Lc 22,54

8.-Primera negación de Pedro: Mt 26, 71-72 / Mc 14, 66-68 / Lc 22, 54-57 /

Jn 18, 15-18

9.- Segunda negación de Pedro: Mt 26, 71-72 / Mc 14, 69-70 / Lc 22,58
/Jn 18,25

10.-Tercera negación de Pedro: Mt 26, 73-75 / Mc 14, 70-72 / Lc 22, 59-60 /

Jn 18, 26-27

11.- Mofas y burlas: Mt 26, 67-68 / Mc 14,65 / Lc 22,63-65

12.- Ante el sanedrín: Mt 27,1 / Mc 15,1 / Lc 22 66-71

13.- Desesperación de Judas: Mt 27,3-10 / Act 1,18-19

14.-Jesús ante Pilatos: Mt 27,2 / Mc 15,1 / Lc 23,1 / Jn 18, 18-32

15.- Interrogatorio: Mt 27,11 / Mc 15,2 / Lc 23,3

16.-Ante Herodes: Lc 23,6-12

17.- Jesús o Barrabás: Mt 27, 15-18 / Mc 15,6-10 / Lc 23,17

18.- Intervención de la esposa de Pilatos: Mt 27,19

19.- Barrabás es dejado en libertad: Mt27,29 / Mc 15,15 / Lc 23, 24-25

20.- Azotado y coronado de espinas: Mt27, 26-30 / Mc 15, 16-19 / Jn 19, 2-3

21.- Condenado a morir en la cruz: Mt 27, 24-25 / Mc 15,15 / Lc 23,24-25

22.- Simón, el cireneo: Mt 27,31-32 / Mc 15,20-21 / Lc 23,26

23.- Encuentro con las mujeres de Jerusalén: Lc 23,27-32

24.- Jesús es crucificado: Mt 27,33-34 / Mc 15,22-28 / Lc23,33

25.- La inscripción en la cruz: Mt 27,37 / Mc 15,26 / Lc 23,38 / Jn 19,
19-22

26.- Se sortean los vestidos de Jesús: Mt 27, 35-36 / Mc 15,24 / Lc 23,34

27.- Las blasfemias a Él dirigidas: Mt 27, 38-44 / Mc 15, 29-32 / Lc
23,35-37

28.- El buen ladrón: Mt 27,44 / Mc 15,32 / Lc 23,40-43

29.- La Madre de Jesús Jn 19,25-27

30.- Últimas palabras: Mt 27,45-49 / Mc 15,33-36 / Jn 19,28-30

31.- Muerte de Jesús: Mt 27,50 / Mc 15,37 / Lc 23,46 / Jn 19,30

32.- El centurión y la multitud: Mt 27,54 / Mc 15,39 / Lc 23,47-48

Añado algún comentario adicional.

He redactado esta “Ruta al Calvario” en estilo descriptivo. Es la forma que mas me gusta emplear para las cosas que aprecio, huyendo de definiciones dogmatizantes. Quería además que el lector supiera que no se trataba de una invención propia, imaginada utópicamente, pero irrealizable tal vez, sino de un acto celebrado durante más de treinta años. Habrá observado el lector que he utilizado adrede una cierta imprecisión, parece que esté describiendo un solo acto, pero utilizo, no obstante y con frecuencia, el plural. Hacer distinciones sobre como fue el primer año y como fue perfeccionándose era innecesario. Ciertamente que vivido dentro de un bosque resulta mas sugerente, pero no ha disminuido su ambientación, cuando ha transcurrido por caminos vecinales. Imagino que celebrarlo por un claustro o por los pasadizos de un gran edificio escolar, resultaría igualmente provechoso, atendiendo que en Semana Santa con facilidad llueve y si los asistentes no son gente joven, o con humor muy juvenil, resulta difícil dejarse mojar, mientras se entrega uno a la oración. Una generación nueva va creciendo junto a mí, algunos son hijos de aquellos del inicio. Espero, deseo, que Dios me conserve la vida, para que pueda, dentro de poco tiempo, reiniciar esta piadosa práctica.

Me gustaba empezar siempre con la descripción detallada del huerto de Getsemaní. Quería, quiero, que explicada la situación del lugar respecto a las murallas de Jerusalén, imaginando la puerta por donde salieron los soldados a hacerle prisionero, el tiempo que transcurrió hasta llegar a donde Él sufría reflexionando ásperamente, viendo el resplandor de las
antorchas acercarse, sufriendo agonía, teniendo como tenía escapatoria, con solo marchar por el camino que a sus espaldas llevaba a Betania, donde gozaba de seguro refugio, se apreciase que Jesús no se escapó.
Estos detalles logísticos hay que describirlo para que, desde un principio, se sepa que el Señor, voluntariamente, se dejó coger y por ende morir.

Me gustaba hacer hincapié en que Jesús murió desnudo (nada de morbosidad, podía perfectamente tener cubierta alguna parte de su cuerpo). Para llegar a la entrega total de sí mismo se fue desprendiendo de todo. Las zorras tienen guaridas, los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reposar la cabeza, había dicho un día Él. Ahora, en este momento supremo de su vida, hasta se quedó sin vestidos protectores. Hubiera sido ridículo que hubiera invocado el derecho de
propiedad sobre su manto y túnica, antes de dejarse ajusticiar.
Nosotros, muchas veces, defendiendo vehementemente lo que nos pertenece en propiedad, lo único que logramos es que nuestro peregrinar por esta vida sea más lento y tal vez hasta lleguemos a perder de vista a Jesús.
Para seguir al Maestro y llegar hasta el fin junto a Él, hay que irse desprendiendo de riquezas, por pequeñas que estas sean.

Puede sorprender el final. No se menciona ni el Santo Entierro, ni la permanencia en el sepulcro, ni la resurrección. Me he limitado a describir una experiencia concreta dentro de un marco de celebraciones.
Quien quiera añadir lo que falta, puede hacerlo. Sobre la permanencia en el sepulcro es asombroso el texto de una homilía antigua, que se nos ofrece en el Oficio de Lectura del Sábado Santo. Teniendo los asistentes una fotocopia y escuchando la lectura pausada, en formación circular, en un calvero, al amanecer del Sábado Santo, la meditación con facilidad deviene profunda y empapa el espíritu más que el rocío la ropa. Hablo por experiencia. Se trata de un misterio muy olvidado en la Iglesia latina, no en las Iglesias Orientales, visión que trasforma la idea profana que tenemos de la historia y del lugar que Cristo crucificado ocupa en ella.

Como es obvio, esta Ruta al Calvario siempre resulta diferente. Carece de precisiones teológicas y de elocuentes exhortaciones emotivas, propias de un experto predicador. Si uno está atento y con el corazón abierto a lo que el Señor le quiera sugerir, se enriquece espiritualmente mucho. La gente joven y los que no lo son, aunque no hayan pasado por un seminario, ni tengan estudios superiores, tienen mucho que enseñarnos.