Getsemani

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado
él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones
triturado por nuestros crímenes.


Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.


Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.


Maltratado, se humillaba y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿Quién meditó en su destino?

Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo
hirieron.

Isaías, 53, 2-8

Desde pequeño he oído muchas explicaciones sobre la pasión de Jesús. Me las contaban en casa, la familia, después en el colegio de los Maristas, al que fui antes de empezar el bachillerato también me instruyeron. Añádase a lo dicho las estampas, las imágenes y los “pasos” de las procesiones de Semana Santa, a las que siempre asistíamos. Puedo decir por tanto, que estaba desde mi infancia, bien informado de lo que había sucedido a Jesús.

Se añadió a los hechos que me habían explicado, la reflexión sobre los mismos. Eran comentarios de libros religiosos o meditaciones, sermones y pláticas de buenos sacerdotes. El tono de lo que decían era siempre piadoso, enternecedor. No lloré nunca de pena, pero entendía y admiraba a los que, según decían, lloraban, al pensar en lo que le ocurrió..

Me hice un poco mayor y me di cuenta de que los predicadores y los escritores, añadían unas ideas que nunca había tenido en cuenta hasta entonces. Insistían en que todo lo que le pasó a Jesús fue por nuestro bien, por nuestra salvación. Sabía desde pequeño lo que aconteció en el Paraíso, que entonces yo creía al pie de la letra, y la herencia perversa que habíamos recibido, el pecado original. Lo limpiaba el bautismo, gracias a la Redención que nos había traído. Entendía que
necesitáramos un revulsivo para corregir nuestra vida. Era la época que, de alguna manera, sabía ya lo que era el pecado. Comprendía que el buen Jesús se hubiera ofrecido por nosotros a Dios Padre, en nombre nuestro, en provecho nuestro. Y me sentía agradecido.

Me tocó dar un paso adelante. Seguramente fue en los Ejercicios Espirituales, en completo retiro y absoluto silencio, del final de 4º curso de bachillerato. Se insistió mucho en la pasión y muerte de Cristo. Recuerdo muy bien que escuchaba que los latigazos recibidos durante la flagelación eran sufrimientos ofrecidos especialmente por nuestros pecados de impureza, por los mío (Ay, Dios mío, aquella obsesión por todo lo que referente al 6º mandamiento, que por otra parte no sabíamos con exactitud qué significaba). Recuerdo también que en el ejercicio piadoso del Via Crucis, una estrofa decía textualmente: yo he sido su verdugo. Se cantaba en catalán, una lengua que yo empezaba por entonces a entender, y decía exactamente: jo he sigut el seu botxí. No entendía como podía yo, dos mil años después de aquel momento, infligir tortura al buen Jesús. Aquello fue el principio de mis dudas, posteriormente la idea se repetiría muchas otras veces. Continuaba sin entenderlo, quiero decir, sin sentirme implicado personalmente en la Pasión. Yo, a lo sumo era un espectador interesado, pero no tenía arte ni parte en ella.

No sé cuando ni como di un paso adelante, pero con seguridad que era adulto y seguramente ya sacerdote ordenado. Avancé cuando entendí que en Getsemaní sí que había estado yo presente y muy cerca de Jesús. Fue mi gran descubrimiento. En Getsemaní sí, tal vez como verdugo, compañero dormido, defensor atolondrado o siguiéndole de lejos, como lo hicieron algunos de sus discípulos.

Las reflexiones que ofrezco a continuación son, pues, fruto de una evolución interior, de estudios bíblicos y de comentarios exegéticos y de mis visitas al mismo lugar de Getsemaní, donde he observado el paisaje, he sacado muchas fotografías, y he rezado y meditado, especialmente por la noche, admitido al mismo lugar de los acontecimientos, bajo aquellos antiquísimos olivos, por el buen amigo que allí preside la comunidad franciscana: Fra Rafael Dorado.



*ANTECEDENTES*

Se habían reunido en la sala alta de la mansión de un amigo. Él había dicho que era su última cena pascual. Se le había visto ilusionado y meticuloso en la preparación. No obstante también se le notaba que no estaba tranquilo. Trataba de esconder el miedo que siempre sentía en la Ciudad, en la que no le gustaba pernoctar nunca. No entendían bien los discípulos porqué, si peligraban, había tenido tanto interés en encontrarse y encerrarse en aquel lugar, situado tan cerca de los centros de poder y decisión de las autoridades, que le eran tan hostiles. Si siempre había sido mal visto por las autoridades de Judea, mucho más ahora que se les había entrometido y, sin miedo ni precaución alguna, había resucitado a Lázaro en sus mismas narices. El milagro, no por sorprendente, había dejado de ser, según lo consideraban ellos, una
grave provocación.

Tampoco entendían la preparación de aquella cena. La llamaba el Maestro Cena Pascual y no tenían el cordero inmolado por los levitas en el Templo. Seguramente le preguntarían al Señor, a semejanza de lo que había preguntado el niño Isaac a su padre Abraham: Señor tenemos las verduras, las tortas, el vino ¿Dónde está el cordero para la Pascua? Y Él lentamente, así hablaba aquella noche, les contestaría: No os preocupéis por eso, acordaos de los pajaritos y de las gacelas…

Un halo de misterio lo invadía todo.

Jesús presidía la reunión, presidía mientras lavaba los pies a los demás, como un siervo cualquiera…La paradoja de su Reino…

Por fin se decidió a hablar y con voz firme les dijo:

-No tenemos cordero porque no lo necesitamos. Hay suficiente con este pan, que es mi cuerpo. Podéis estar seguros de esto que os acabo de decir, aunque esta noche no lo entendáis. Es mi cuerpo, aquí lo tenéis, comedlo, que os es muy necesario, y os lo será siempre, estar bien alimentados. Es mi cuerpo que es, no lo dudéis, alimento de vuestro espíritu.

En cuanto al vino, que no he querido que os olvidarais de traer, es en realidad mi sangre. Tampoco lo entendéis ahora, es suficiente que lo bebáis porque yo os lo digo. Que lo bebáis en mi nombre.

Acordaos bien: no volveré a celebrar esta Pascua con vosotros. Pero no quedaréis desamparados de mi Padre. Aunque alguno, traicionándome, me abandonará.

Cenaron, pues, pan y aquella mermelada típica, el jaroset, que el amo de la casa tenía preparada de antemano, como cualquier buen israelita preparaba aquellos días. La buena ama de casa la hacía con dátiles y miel, almendras y vino dulce y algún ingrediente más que cada uno se sabía. Tenían también verduras. El plato fuerte, el que llenó su
estómago, ni se acordaron de contárnoslo, era lo de menos.

Lo que no olvidaron nunca, y lo contaron machaconamente, fue aquel Pan que partió solemnemente y repartió ilusionado, ante la mirada perpleja de los suyos. Y aquella Copa, no era un vaso cualquiera que había tomado en sus manos, la que todo buen israelita reservaba por si se presentaba Elías. Es que Él era más grande que Elías. Y el énfasis que puso cuando
proclamaba que su Sangre se derramaba por los suyos, y por muchos más, para la redención de sus pecados.

Cantaron himnos y salmos. No falto gritar, esta noche sin entusiasmo, aleluya que se repetía con frecuencia en aquellos días…y fue entonces cuando el Maestro empezó a hablar con emoción. Aquel chico que vivía encandilado por el Señor y todo lo que hacía. Aquel chico que tanto le admiraba y le quería, cuya edad no superaría los 13 años, escuchaba más
atentamente que los demás y fijaba con memoria taquigráfica todo lo que Él decía.

Podéis leer el texto que se pone a continuación. Es preciso señalar que se repite en varias ocasiones “no tengáis miedo” o “no os turbéis” . Lo recalca con interés, porque Él se lo decía insistentemente en su interior. No debo tener miedo, se repetía machaconamente, ha llegado la hora, este es el momento, desde la eternidad se espera este instante, para esto he venido...

Sus reflexiones llegaron a momentos sublimes que no se pueden olvidar. Hablaba con ellos, pero hablaba en voz alta con su Padre, y le pedía y rogaba, que ellos estuvieran tan unidos entre sí, como el Padre y Él eran una sola cosa. Ellos, hombres, debían amarse como Dios se ama a sí mismo. ¿Quién es capaz de entenderlo?

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Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los
pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: « Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? » Jesús le respondió: « Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde. ». Le dice Pedro: « No me lavarás los pies jamás. » Jesús le respondió: « Si no te lavo, no tienes parte conmigo. »
Le dice Simón Pedro: « Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza. » . Jesús le dice: « El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos. » Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: « No estáis limpios todos. » Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: « ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.
« En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. « Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. « Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado. » Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: « En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará. » Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le
dice: « Pregúntale de quién está hablando. » El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: « Señor, ¿quién es? » Le responde Jesús: « Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar. » Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: « Lo que vas a hacer, hazlo pronto. » Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: « Compra lo que nos hace falta para la fiesta », o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

Cuando salió, dice Jesús: « Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. » « Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. » Simón Pedro le dice: « Señor, ¿a dónde vas? » Jesús le respondió: « Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde. » Pedro le dice: « ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti. » Le responde Jesús: « ¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas
negado tres veces. No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le
dice Tomás: « Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? » Le dice Jesús: « Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. ». Le dice Felipe: « Señor, muéstranos al Padre y nos basta. » Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo
hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"?. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. » Le dice Judas - no el Iscariote -: « Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo? » Jesús le respondió: « Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como
la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.
Levantaos. Vámonos de aquí. Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si
no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en
mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me
han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre.
Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo. Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os
escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. « No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros. Pero ahora
me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?". Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo
referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado.
Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. « Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver.»

Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: « ¿Qué es eso que nos dice: "Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver" y "Me voy al Padre"? » Y decían: « ¿Qué es ese "poco"? No sabemos lo que quiere decir. » Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: « ¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: "Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?" « En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre. » Le dicen sus discípulos: « Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios. » Jesús les respondió: « ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo. »

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: « Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo
te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo
lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los
que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu
Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y
yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplan mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el
amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»



LA RUTA NOCTURNA


Por fin salieron y se deslizaron en silencio por un camino que descendía hacia el Cedrón, dejando a un lado Siloé y, posteriormente, el manantial del Guijón. Se sabían de memoria la ruta, la habían seguido muchas veces, camino de la casa de los amigos de Betania.

Iban en silencio, no porque les hubiera mandado callar el Maestro, sino porque ellos mismos no sabían que decirse y nadie se atrevía a interrumpir su silencio, dado su estado de ánimo.

Cruzaron el torrente con displicencia, pero no subieron la empinada cuesta que conduce a Betania, se desviaron a la derecha y se adentraron en un olivar. El lugar les era conocido, se habían retirado allí otras veces a orar. Por entre los árboles se levantaba una casita que albergaba, además de aperos de labranza, una prensa de aceite y unas
piletas para lavarlo y decantar las impurezas. Precisamente el lugar, Getsemaní, recibía el nombre de esta prensa. Cabía en el recinto un hombre, si era preciso, aquella noche muy probablemente estaría durmiendo allí, pero nadie se molestó en avisarle de su llegada.

Estaba nervioso, nunca había sido introvertido el Maestro, su hablar y decidir siempre había sido claro y decidido, pero aquella noche no era así. Había estado repitiendo que no se debía tener miedo y Él estaba temblando. Quería estar solo y pedía a sus más íntimos amigos que le acompañasen, un poco más lejos. Añadió poco después que le permitiesen alejarse un poco, parecía como si sintiera vergüenza de algo. Nunca le habían visto así. Ellos mismos se extrañaban y se les había contagiado su zozobra.

Por fin se apartó un poco y empezó a hablar con su interlocutor de siempre, el Padre. Rezaba como se estilaba en aquel tiempo, pronunciando en voz alta las palabras que expresaban sus más íntimos sentimientos. Se le oía repetir una y mil veces: Abba, balbuciendo, mientras temblaba todo su cuerpo. No obtenía ninguna respuesta, ni consuelo. No podía mantenerse de pie con las manos alzadas, como se oraba siempre. Se dejó caer sobre una losa que sobresalía entre la hierba un poco, aún así continuaba temblando…

Al llegar aquí será bueno intercalar una reflexión aclaratoria.
Aclaratoria, aunque todo lo referente a Jesús es siempre misterio.
Misterio sí, pero nunca engaño. Aproximación sí, pero no diafanía de su ser

 

 

INTENTO DE BREVE APROXIMACIÓN A LA IDIOSINCRASIA DEL SEÑOR


Tratando de permanecer en la ortodoxia, sin querer dar a los términos un valor teológico estricto, nos adentraremos en algunas características cognoscitivas de Jesús.

*.- Ocurre en cualquier hombre que está en sus cabales, que es capaz de discurrir, de aprender y sacar conclusiones prácticas. Razona y descubre que de lo que ha aprendido se deduce algo O que lo que acaba de saber con seguridad proviene de unas verdades superiores. Esta forma de pensar se llama razonar. Puede ser inductiva y, lo más común: deductiva. A la persona capacitada en este terrena la llamamos lista y, si se le añade una gran dosis de memoria, decimos además que es erudita. Jesús, por poseer ambas, se merece el apelativo de sabio.

*.- Pero ya de niños estamos dotados de unas facultades desconcertantes para los demás. Sorprenden y molestan a veces, de manera que, sin saber como, se van perdiendo estas facultades que llamamos intuitivas, llegando a vivir como si uno no las tuviera. Pero a veces descubrimos sorprendidos algo inesperado, sin poder dar razones, sin conocer el
porqué de algo, estamos convencidos, es evidente, nos decimos, aunque no podemos demostrarlo. Es otra ciencia humana. La intuición, esa cualidad, si no se ahoga, convierte al hombre en genio. Sin duda, Jesús lo era.

(Son dos maneras de conocer, de saber, de asimilar. Pero a veces estas dos ciencias, la discursiva y la intuitiva, entran en contradicción. No coincide el resultado de sus logros. Pongo un ejemplo que espero no ofenda ahora a nadie o que para algunos sea difícil de recordar. Es el momento, común a la mayor parte de personas, del enamoramiento, del “flechazo”. En el ardor del gozo, de la pasión, surge la duda, se analiza los momentos de intensa emotividad con frialdad (ciencia
discursiva). Se repiten las palabras escuchadas, se comparan con los sentimientos que brotan del corazón(ciencia intuitiva). ¿me quiere? Pero si me dijo el otro día…¿pero por qué se expresó de aquella manera? Esta lucha interior, este someter la propia interioridad al análisis riguroso, a la vez que se da rinda suelta a los sentimientos mas vitales(al quinto sentido, se le llama a veces), produce con frecuencia unos trastorno de orden psico-somático que se manifiestan en dolores de estómago u otros trastornos digestivos. ¡qué compleja es la interioridad humana! ¡qué incómodo resulta entonces no ser un vulgar caradura!)

Si resulta complejo el hombre normal, dotado de las dos facultades de conocimiento descritas, cuanto más lo será si al sujeto se le añade otra ciencia. La ciencia divina, presente en Jesús siempre, por su misma constitución personal.

La ciencia divina no está sujeta, no está encerrada, ni aprisionada, en el espacio ni el tiempo. Vaya un ejemplo ilustrativo. Todo el mundo ha visto una cinta de video. Todo el mundo sabe que es preciso que se deslice junto al cabezal, que irá leyendo y después la máquina reproduciendo, lo que en ella está grabado, si se quiere saber de que se trata. Pero ¿os imagináis esta cinta sacada de su casete y esparcida por el suelo? ¿os imagináis que uno fuera capaz de leerla de una sola
mirada? Este hombre sabría en un instante todo lo que esta grabado, sin dañarla, sin siquiera tocarla, sin peligro de que se rompiera o desgastara. Así es la mirada eterna, del Eterno. Todo lo ve actual. No necesita el transcurso del tiempo, ni la máquina, ni ningún intermediario. Ha sido una burda descripción de una realidad sublime, por ser divina. Que se me perdone, que me perdone Dios, pretender entrometerme en su interioridad.

Jesús, en su íntima unidad, en su integridad, gozaba de esta complejidad. Y raciocinio, intuición y evidencia divina, dominaban su Ser. Este Ser que permanecía anclado en un cuerpo humano, con todas sus funciones, con todas sus limitaciones, con todas sus dependencias…

Antes de iniciar la contemplación, es preciso señalar algunas de las consecuencias que tenía la situación histórica de Jesús. Los mismos evangelistas se dieron cuenta de algunas de ellas y lo que explicaron es suficiente para que sepamos algo de lo que ocurrió.

Su conocimiento divino le evidenciaba que si de la eternidad se había hecho presente en la historia humana, era precisamente para coronarla con el hecho salvador del que iba a ser protagonista. Como Dios se sentía satisfecho. No era tonto, imaginaba el dolor, el pánico a la tortura y la muerte, que sentiría toda su humanidad. La fachada era su cuerpo, aquel que por ser mortal le permitía la total solidaridad con todos los humanos. Este cuerpo estaba dotado de un organismo interior que no solo eran el cerebro, intervenían en su vivir las glándulas de secreción interna, especialmente la hipófisis, que regulan las funciones. De aquí que el miedo fuera primero temblor, después estiramiento superficial de su piel, nariz afilada, aquello que vulgarmente se dice que a uno se le ponen los pelos de punta. Más tarde viene la relajación de los esfínteres, la alteración del control de las funciones del bajo vientre y la incapacidad de permanecer erguido…

Cuando la situación es extrema además de lo dicho, que ocurre en todos los mortales, se le añade lo que los evangelistas llaman sudor de sangre. Trasvasarse glóbulos rojos y mezclarse con el sudor, atravesando la piel. Jesús en ese momento daba asco, como cuando, yendo por carretera se ve un perro atropellado y muerto, todos vuelven la cabeza y nada comentan, dicho sea contados los respetos y en actitud de adoración intensa. Léase el texto profético de Isaías, que encabeza esta reflexión. En clínica se llama al fenómeno hematihidrosis o hemohidrosis, dicho para quien quiera abundar en conocimiento del episodio.

Hay que añadir, para quien no haya estado en el lugar, que Getsemaní, está determinado con certeza arqueológica, sabemos que el lugar actual coincide con el del acontecimiento que narran los cuatro evangelistas.
Está situado junto al torrente, teniendo al Este la empinada cuesta que conduce primero a la cima, después a Betania. En total, a buen paso el trayecto dura unos tres cuartos de hora. Toda la ladera estaba cubierta de olivos, de aquí que se le llamase Olivete. Al Oeste, como un enorme y alargado telón, discurre la muralla de Jerusalén. En la parte sur estaría la puerta por donde había salido Jesús del Cenáculo, la misma puerta por la que más tarde saldría el pequeño escuadrón en busca de Jesús, para capturarlo. Como el camino transcurre, la mayor parte del recorrido un poco elevado respecto a la mirada del observador y la guardia se iluminaría con antorchas, quien se situaba entre los olivos de la margen izquierda veía sin ser visto, acercarse al grupo lentamente, durante, por lo menos, veinte minutos. Era tiempo suficiente, si se quería escapar, para marchar por el bosque y refugiarse en Betania. La agonía de Jesús, término griego que significa
lucha, duraría algo más de media hora.

Explicado esto, habiendo tratado de hacerlo con respeto, prosigue la reflexión.

Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado
Hebreos 4,15

La duda, el miedo, la angustia, hasta la depresión, ¿no son situaciones humanas? Pues si tal lo son, el mismo Señor estuvo situado en ellas ¿Por qué no creer que el diablo que le abandonó después de las tentaciones del desierto,(Lucas 4,13) no estuvo esperando esta situación más propicia, para intentar de nuevo la derrota?



*LA LUNA*

Se tratase o no de una Cena Pascual con todas las de la ley, o de una cena ordinaria (como piensan muchos autores), lo que no se puede dudar es que el episodio de Getsemaní ocurrió al inicio de la Luna llena de primavera. Uno no puede asegurar si lucía esta durante el camino del Cenáculo al Huerto, pero en uno u otro momento lució esta Luna.

Desde los tiempos más antiguos el hombre se ha fijado en nuestro satélite, sea para divinizarlo, para fijarse en el, para establecer un calendario o para regular los tiempos de siembra o de tala de los árboles. Con toda seguridad ni Jesús ni sus discípulos serían indiferentes al astro que gobierna la noche (Sal 136,9).

Si el Huerto con los siglos ha cambiado, si los edificios donde ocurrieron los hechos ya no existen, lo único que nos queda idéntico a aquellos días es la Luna.

Será pues bueno que la miremos atentamente, tal vez distingamos en ella el rictus del dolor que todavía le queda, al contemplar la agonía de Getsemaní, aquella noche.

La Luna es coqueta y cuando la miramos no se ruboriza, resplandece orgullosa. Pero su luz cuando ilumina la superficie de de la Tierra es azulada, melancólica, triste. Este color azul, al chocar en la piel humedecida en el sudor de sangre, daría como resultado un color cárdeno desagradabilísimo. De nuevo Jesús, en Getsemaní, daba asco. Quien no lo acepte, que recuerde el texto de Isaías, vuelvo a decir.

Vuelvo a advertir que hay que recordar el patético texto de Isaías del principio.

Quería estar solo y temía la soledad. Jesús en Getsemaní es el solitario que añade a su dolor el sufrimiento de los hombres.

Lo había anunciado repetidas veces con serenidad: en Jerusalén seré torturado y muerto. Pero una cosa es decirlo como una cosa futura y otra encontrarse en su inmediata frontera, en la proximidad del acontecimiento.

La primera reflexión es preguntarse, y Él se lo preguntaría ¿por qué precisamente a mí? Era el eco de su conciencia humana.

Me he declarado Hijo de Dios, lo consideran ellos blasfemo, y seré condenado inmediatamente, mañana mismo, a la lapidación pública. Le da un vuelco el corazón, nada más ocurrírsele. Es el grito, también humano, que nace de su intuición.

Pero vengo desde el Padre para desempeñar la salvación. Y esta misión comporta el sufrimiento y la muerte. Es su divinidad la que acude a la reflexión.

La humanidad entera, los hombres, esos hombres que ahora contemplo en su multitud y en sus detalles. ¿Vale la pena este esfuerzo? ¿Merecen ellos este trance? ¿Servirá para algo mi dolor?

En este momento es cuando nosotros entramos en escena en Getsemaní. En la visión divina de Jesús aparecemos. Somos sus amados. Quiere nuestra salvación. Nos ama tanto que piensa merecemos su dolor. Pero, aterricemos en el tiempo, y seamos nosotros los que ahora reflexionemos ¿Qué caso hacemos? Él lo sabe mucho mejor. Él nos contempla. Contempla a
los grandes pecadores, a los genocidas, a los egoístas injustos acaparadores de riquezas. Nos contempla a los que, en nuestra pequeñez, nunca hemos cometido grandes fechorías, pero hemos llenado nuestro minúsculo interior de la maldad que en él podía caber.

En esta situación del primer Getsemaní, Jesús se atreve a levantarse y observar a los suyos, a los más cercanos. Quiere, de alguna manera que compartan su angustia. Pero están dormidos. Y ¿como estamos nosotros?.
Los despierta, trata de que nosotros nos despertemos hoy ahora y le hagamos compañía. ¿Cómo nos encuentra?

Vuelve a la oración. Solicita con urgencia la presencia del Padre. Y nota o presume, que se ha hecho ausente. Todo está oscuro en Getsemaní.
Piensa en Judas. Nosotros somos judas. ¿cae en desesperación? ¿el demonio ahora le tienta al suicidio? ¿suicidio de Dios? ¿Tiene ahora la decisión y brío del que gozó en el desierto? ¡si al menos se sintiera, si estuviera acompañado…! Se levanta a ver que hacen sus amigos. Mira, y nos mira en el horizonte de la historia. Ellos, los apóstoles duermen de nuevo. Nosotros hemos vuelto a caer en la indiferencia, en el olvido.

Vislumbra una luz junto a las murallas. Se lo temía. Serán ellos. Tienen que ser ellos. Podría escapar. A tres cuartos de hora de camino, además de la libertad y protección de los hermanos de Betania, tendrá su amor.
¡se vive tan bien amando y siendo amado! No, a Benania no huirá. Nos mira, nos contempla, desea nuestra comprensión, nuestra compañía, nuestro amor. ¿hacia donde estamos mirando? ¿en qué estamos pensando?

Piensa: si me dejo coger, si me dejo torturar, si me dejo matar, ellos cambiarán y este mundo será bello, bueno, cargado de creaciones ingeniosas. Todo lo que hagan conmigo redundará en su bien, los enriquecerá. Yo sufro ahora y ellos se santifican con su esfuerzo ¿pero es verdad que esta es nuestra respuesta a su gesto? Seamos radicalmente leales en nuestro examen y en la sentencia.

Están a punto de llegar, no puedo perder el tiempo, es preciso que me entiendan los apóstoles amigos, que colaboren, voy a verlos. De nuevo están dormidos. Lanza un grito. Todavía se oye este grito. Todavía, si agudizamos nuestro oído espiritual, lo oiremos. ¡Levantaos! A pesar de vuestra indiferencia, de vuestro egoísmo, de vuestro desinterés, de
vuestro miedo…¡ya lo veis como estoy yo!. Mi miedo es superior al vuestro. No obstante salgo al encuentro de los que vienen buscándome ¿qué vais a hacer vosotros? ¿qué vas a hacer tú?, nos pregunta a cada uno.

Se ha dejado coger y ahora se lo llevan preso. Los discípulos se quedan solos. Nosotros ahora estamos solos. Ellos, algunos de su gente, las mujeres ¿por qué la fidelidad tiene nombre de mujer? lo buscan para no abandonarle. Algunos, Juan y Pedro, lo siguen de lejos. ¿y nosotros?

Esta noche fresca, húmeda, de claro de Luna como aquella, nosotros, si podemos, debemos irnos solos por el bosque, por cualquier bosque.
Podemos tener en nuestras manos un clavo grande, unos doce centímetros tendrían los que atravesaron las muñecas del Señor. Tener el clavo y amasarlo con los dedos. Y contemplar a Jesús que ya ha perdido la libertad, que en la mazmorra, sólo, sabe que el Consejo está decidiendo su suerte, su mala suerte. En aquella oscuridad se pregunta ¿mi suerte
será mala, si ellos se corrigen?

Históricamente no podemos corregir la historia. La historia de la Pasión ya está escrita para siempre. Sabemos lo que dirá, cuando oigamos su lectura en la liturgia. Pero la narración evangélica no lo dice todo. Se le escapan muchos detalles, que los podemos escribir nosotros. Porque la oración, la contemplación, nos sumerge en la Trascendencia, y en ella, trascendentemente, podemos escribir nosotros, cada uno de nosotros, la historia de la Pasión ¿Consolaremos ahora, hoy y siempre, con nuestra soledad, la soledad de Jesús? ¿Cambiaremos la historia cambiando nuestra historia?

Señor, acuérdate de nosotros, acuérdate de mí ahora que estas en tu Reino

Escucha bien, es importante que trates de saber esta noche, si a ti te dice: hoy, cualquier día, en la Eternidad todo es actual, estarás resucitado, en mi Reino.