La vela de la Adoración de la Cruz

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

(Quien había dirigido la “Pasión del Cristo Místico”, generalmente, debía marchar. Las personas mayores, también se iban. Siempre he lamentado este proceder, es un mal ejemplo. Parece que lo de entregarse totalmente, unos pocos días, a la reflexión y la oración, sea cosa de jóvenes, no de adultos. Tal conducta prepara, induce de alguna manera, a apartarse de tales prácticas, en llegando a la madurez.

La cruz continuaba en el suelo, en su lugar, muda, tosca. Llegado este momento se ponían unas lamparitas a su alrededor. Era la única iluminación que quedaba. Poco a poco nos situábamos a su alrededor, casi todos sentados en el suelo. Era preciso mirar bien a la cruz. Jesús, como otros en la horca, en la cámara de gas, en la silla eléctrica o ante el pelotón, había sido condenado a muerte y ejecutado. Ante nosotros, por nuestra salvación, para nuestra conversión, estaba allí el
instrumento de suplicio. Yo personalmente, en esta situación, recuerdo la visita en Ako a una cámara de ejecución y las fotografías que se nos han ofrecido de reos sometidos a la última pena. Es una visión desagradable. La grandeza está en el gesto generoso de Jesús aceptando este final para su estancia histórica en la Tierra.

La oración continuaba sin apenas ceremonias. Quedamente repetíamos lentamente algún canon de los que llamamos de Taizé. Después silencio.

Jesús muere y es enterrado y al sepulcro se lleva nuestros pecados, para lavarlos y presentarnos a nosotros ante el Padre, sin ninguna culpa.
Somos conscientes que por muy fervorosos que nos sintamos esta noche, mañana, o al día siguiente, volveremos a caer. Se trata de que con humildad y sinceridad reflexionemos y nos preguntemos ¿qué pecado deseo que este año sea enterrado en el sepulcro, para no resurgir ya más? Largo silencio.

Al pie de la cruz se ha colocado un vulgar macetero con carbón encendido. Se reparten unos papelitos y, a quien lo solicita, se le da un bolígrafo. Hay muy poca luz, pero es suficiente para escribir una palabra, una sola palabra, la que significa el pecado que deseamos sepultar para siempre.

Sin ningún orden previsto, lentamente, cada uno acerca su frente, reposándola en el leño. Pasa un rato, su oración es siempre misterio. En acabando, deposita el papelito en las brasas y estas consumen el fragmento, sale un poco de humo. Se toma un pellizco de incienso que estaba preparado previamente al lado y se eche en el macetero. El humo
que se eleva esta perfumado por la resina, siempre he procurado que fuera de primerísima calidad, para que inundara el ambiente y quedáramos y se notara al salir fuera, que estábamos perfumados, que algo nuestro había cambiado.

Marchamos a nuestras casas. Nadie se preocupa de arreglar el recinto, solo, por precaución extinguir los fuegos. Empieza entonces el periodo del Santo Aburrimiento. Sólo a quien ha amado intensamente le hiere la ausencia del amado, que sabe que con nada puede sustituir. Es preciso que experimentemos que a la Tierra le falta Cristo. Ha partido a visitar, a salvar, a aquellos que desde el justo Abel, pasando por la madre Eva, Abraham nuestro padre, Elías y tantos otros, estaban
esperando su santo advenimiento.