Las campanadas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Advierto desde el principio que ya sabíamos que en estos días se suprimían los signos externos alegres en las iglesias y, entre ellos, los toques de campana. De todos modos nuestro proceder en este sentido fue “peccata minuta”. No sé como empezó, lo que estoy seguro es que se trató siempre de sonido grabado, de toques de campana de los que uno encuentra en los discos de efectos de sonido. (Al inicio era el clásico “minuto de silencio” pero un tan corto periodo de tiempo no era
suficiente para empaparse del sentido del acto, por otra parte es prácticamente imposible suspender de repente una actividad en curso). Lo teníamos anunciado: a las tres de la tarde, hora en que ocurrió la muerte de Jesús, saldría cada uno de donde estuviera reunido y colocados todos reverentemente, de cara a Jerusalén, prácticamente el Este, nos
dejaríamos llevar por lo que la soledad y los campanazos tristes y solemnes que golpeaban nuestros oídos, nos sugiriesen. Sin olvidar la fundamental acción del Espíritu de Jesús crucificado. Unos arrodillados, otros postrados, las personas mayores, las ancianas, simplemente de pie, en total silencio, transcurría aquel cuarto de hora. Lo que pudiera acontecer en la interioridad, era experiencia personal intransferible.
Siempre se dijo que resultaba positiva, sin más comentarios.

El que el sonido fuera grabado permitía que nadie tuviera que estar pendiente de la duración, ni de la ejecución. Empezaba cuando se apretaba una tecla de la megafonía, en el aparato colocado en medio del bosque, o, después, fue en la orilla de un riachuelo, sonaba hasta que acababa, no se necesitaba ninguna otra intervención personal mas.
Después de esta inmersión, tocaba ir a la iglesia a ensayar los cantos de la celebración litúrgica. Nadie comentaba nada. Las campanas siempre sonaban igual. Lo único diferente sería la actitud personal, el encuentro místico de tu a tu con el Cristo agonizante. Que cada uno, pensando en la actitud que tuvieron los que acompañaron aquel momento histórico (Sta.María, Juan, la de Magdala, el centurión...) adoptara la que le pareciera que se merecía Jesús por parte nuestra. La oración destroza el tiempo y es capaz de situarnos en presencia real, mística empero, con el misterio celebrado. La conversión íntima es una exigencia presente, que cada uno sea consecuente.