Vigilia Pascual

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, como y cuando celebráis la Pascua. Yo recuerdo, no hace demasiados años, que era una noche que nadie quería pasarla durmiendo prosaicamente. No nos íbamos a dormir hasta que se despertase la aurora. Era la luminosa noche de Pascua. No importaba que los más pequeños se durmieran, tal vez fuera una imagen de la paz que la Gracia y salvación que habían recibido en el bautismo, les proporcionaba. Casi siempre bautizábamos a alguien, niño o mayor, lo cual nos obligaba a repensar nuestro bautismo.

El fuego, ese fenómeno que aunque conocido su mecanismo al que llamamos combustión, siempre sorprende, iluminaba con cálidos tonos nuestros rostros. Hay que mirarlo siempre enigmático, que siempre calienta y alumbra, como el Espíritu del Señor Resucitado. El pregón es un texto precioso. Por una vez la hierática liturgia latina se reviste de sensibilidad, dice disparates y habla poéticamente. Lo de los disparates es porque afirma que la culpa de Adán fue feliz culpa. Es muy gordo el desatino si lo analizáramos con la lupa de un riguroso teólogo. Pero esta noche la Santa Madre Iglesia nos permite estos deslices y tornarnos un poco locos de contentos.

Las lecturas, las largas lecturas, monótonas algunas, fileteadas con cantos responsoriales, no os importe aburriros, si esto os pasa. Toda espera es molesta, pero a la vez aumenta el ritmo del corazón a medida que se acerca el momento culminante. Yo no sé si vosotros hacéis esto, ni si os gustará lo que os propongo, si os es desconocido. Entre vosotros, gente joven, os lo podéis pasar al oído o con el móvil. Cuando se proclame el evangelio y se diga: no está aquí, ha resucitado, vosotros interrumpís aplaudiendo con entusiasmo, obligando a que la gente mayor, tal vez muy seria y cargada de viejas y desfasadas costumbres, se una a vuestro entusiasmo. Cuando esto os escribo, yo presbítero, que cada año me toca proclamarlo, se me pone la carne de gallina y casi lloro de emoción pensándolo. Siempre me cuchichean secretamente, como si estuvieran confabulándose: este año también aplaudimos, ¿verdad que sí?

Siempre comulgamos con Jesús resucitado, pero esta noche la liturgia pone el acento en este misterio, sin olvidar la Encarnación, Muerte y Sepultura. Si habéis preparado, tal vez decorado vuestro cirio, debéis guardarlo como el más precioso “souvenir”. Estar un cristiano celebrando la Pascua sin un cirio, es como si un torero bajase al ruedo sin espada.

Yo no sé si al salir veréis la Luna, pues es lunática y nunca se sabe cuando se presentará. Los astrónomos si que lo saben, pero no es día para preguntar a estos sabios. Un momento u otro la podréis ver y comprobareis que ha cambiado de tonalidad, que parece que no sea la misma que contempló impotente y triste, la agonía de Getsemaní.

La Resurrección de Jesús, que llamamos Pascua, ya que este misterio que conmemoramos es el del PASO de la vida terrena a la muerte y sepultura, para concluir en una nueva VIDA real, definitiva, gloriosa. No es un hecho repetible en laboratorio. No está encadenado al espacio y al tiempo. Empezó en Jerusalén, concluyó en la Eternidad, no estando sometido a ninguna clase de coordenadas. Se inició probablemente a principios de abril del año 33 (la exactitud de la fecha no es lo
importante, ocurrió con toda seguridad un día de primavera de aquella década) pasó a una Eternidad definitiva y trascendente. Nada de revivir, para continuar como antes, estos fueron los casos de Lázaro, la chiquilla de Cafarnaún o el joven de Naín. Os he hecho estas precisiones para que no os desorientéis si un día os dicen que no fue un hecho histórico. No, no lo fue, ni tampoco geográfico. No lo estudiaréis en la asignatura de ciencias sociales, donde aprendéis fenómenos, guerras, victorias o derrotas, que un día sucedieron y después pasaron a los textos o se recuerdan en frías lápidas, pues dejaron de ser realidades.
La Resurrección es única, exclusiva de Jesús, pero no nos es indiferente. Nosotros hemos sido incorporados a ella por la Fe y la Gracia. Al celebrar hoy este Misterio disfrutamos anticipadamente nuestra resurrección futura. Sentimos en nuestra interioridad que se nos ha introducido una semilla esperanzada, que germinará, crecerá y lucirá esplendorosa en el Cielo.

Los cristianos orientales acabada la Santa Liturgia se saludan diciendo:
Cristós aneste, a lo que responde el saludado: Alezos aneste
(que significa: Cristo ha resucitado, realmente ha resucitado)

Mis queridos jóvenes lectores, gozad de esta Fiesta suprema y que seáis felices siempre y vuestro júbilo lo empape todo y me llegue a mí. Que el mío, no lo dudéis, brotará de mi corazón con potencia, deseando que os llegue a todos doquiera estéis.