Viernes Santo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Es preciso, mis queridos jóvenes lectores, pensar la realidad histórica de la muerte de Cristo en la cruz. Este instrumento de suplicio resultaba tan repugnante entonces como para nosotros pueda serlo la horca o la silla eléctrica. Además del dolor, hay muchos y buenos estudios al respecto, la desnudez, aunque no fuera total, suponía someter al reo a la total indefensión, a ser el hazmerreír de todo el mundo. Se pretendía que la muerte fuera lenta y que resultase
vergonzosa. La compañía de su Madre y de las otras santas mujeres sería para Jesús consuelo y a la vez mayor dolor.

Sin insistir en detalles del sufrimiento hay que llegar a comulgar de tal manera con él que resulte ayuda en nuestros momentos de dolor. Antiguamente, en una situación médica precaria y una vigencia mayor de la espiritualidad, la cura paliativa del cristiano en fase terminal de su enfermedad, era que le leyeran la Pasión de Cristo y el sentirse junto a Él, empapado de dolor, le era una ayuda para soportar su sufrimiento. Como el buen ladrón, sentían merecido su tormento y solo querían escuchar aquella impresionante sentencia: hoy estarás conmigo. Es un matiz de la celebración, pero no el único.

El Papa, en su último documento, publicado hace pocos días, dice: “el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a la Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus “nupcias” con la humanidad”. Tal vez no captéis el sentido, sacado como está de su contexto. Procuraré daros una corta explicación. No sabemos
si existen seres con capacidad trascendente en otros lugares de nuestro cosmos, ni si existieron o existirán otros universos, lo que se nos ha dado a conocer es que Dios se ha enamorado del linaje humano. Creada nuestra especie un día, cargada con múltiples infidelidades a través de los tiempos, Él no ha dejado de seguir enamorado, y ha querido, como
todo novio, casarse con su chica, que en este caso es la humanidad. Toda boda tiene un precio, todo compromiso un sacrificio. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, movida por un amor inmenso, se viste de hombre, se hace hombre, para que el género humano se una en íntimo encuentro matrimonial con la Divinidad. ¡Cuanto sacrificio supone para algunos el desembolso de los gastos del banquete de bodas! Mucho más fue el precio que tuvo que pagarse por convertirnos en esposos del Altísimo.
De aquí que, al mirar el Crucifijo, debamos admirar el alto precio que por nosotros se arriesgó a pagar. La literatura universal guarda
múltiples historias de amor, sentimentales ejemplos de osadía, de quien quiere conseguir el aprecio de la amada... Ninguna historia tiene la grandeza de la nuestra, nunca nadie pudo gozar de tanto amor.

Volvamos a realidades históricas. Sin duda el Señor en los ratos de soledad, mientras sabía que el tribunal estaba reunido para decretar su muerte, sin que Él pudiera defenderse, se preguntaría, como hombre que era ¿para qué va a servir todo esto? ¿qué hago yo aquí, estúpida e injustamente encarcelado? ¿quiénes son estos que se creen capaces de juzgarme y condenarme? Como Dios sus reflexiones se fijarían en nuestra realidad y de nuevo, al pensar en nosotros, se diría ¿qué caso va a hacer de lo que ahora estoy haciendo yo por él? ¿qué caso hacemos? Debemos preguntarnos con radical sinceridad.

Día de dolor es el Viernes Santo. Día de conversión si somos conscientes de lo que Jesús hace por nosotros. Paradoja cristiana. El entierro de Cristo es salvación nuestra, con Él se entierran nuestros pecados. El patíbulo se convierte en estandarte de victoria. Debemos hacernos inmediatamente un propósito: sentir profundo respeto por el signo de la
cruz, tan profanado hoy en día, ante la indiferencia de la gente.

¡Cuantas veces en los entierros nos encontramos y nos saludamos recordándonos los unos de los otros! Algo semejante es la solemne Oración Universal. Nuestra alma gira por el mundo entero, recorre actitudes, aciertos, errores, penas y dolores varios y se los encomienda al Señor. La oración esta noche debe envolver nuestro planeta como las ondas de los satélites de comunicaciones o los de los GPS salpican nuestro entorno.

Luego, antes de acabar, adoramos la Cruz. Leño sagrado, aunque el símbolo sea sencilla madera, lo significado que es lo que adoramos es Cristo serenamente muerto. Y si no os atrae la idea de besarlo, os quedáis en vuestro sitio. Adorad a Jesús crucificado desde el interior de vuestro corazón. Hacedle sitio. Abrazadlo. Comulgad después con el misterio de su muerte. Y cantad con mucho brío: Victoria tu reinarás, oh Cruz, tu nos salvaras. Y repetidlo muchas veces esta noche. No hemos abandonado un cadáver en descomposición. Acude Jesús allá, si así se puede hablar, donde están los antiguos justos, y se los trae consigo, abrazados para resucitar con Él

(Como post data a mi mensaje quisiera deciros que la famosa desnudez total de Jesús en la cruz, si es que así pudo ocurrir, no resultaba importante en aquel tiempo. El pueblo judío era sexual, pero raramente sensual. A nadie le gusta detener morbosamente la mirada en la desnudez de su padre o de su madre. Probablemente, para no herir susceptibilidades, taparían su bajo vientre con cualquier trapo, sin valor alguno)