Llanto desgarrador con y junto a María, la de Mágdala

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Nadie como tu le supo amar

al Maestro, a tu maestro,

Rabbuní,

como siempre le llamabas.

María, la menudita

la de los ojos grandes

como tu Lago.



Le encontraste,

tienes fijo y claro, su recuerdo

en ti, al pie del Tabor

aquel día

después de un encuentro

como tantos

desafortunado.

Frustrada

estabas,.

perfumaste sus pies

se rompió el alabastro

donde llevabas la esencia.

Besaste sus plantas

suavemente,

dulcemente,

sin a penas rozarlos

con tus labios

impuros

sensuales,

deseados por otros,

por tantos

Para ti eran

esperanza de que un día

con ellos

amar pudieras

y con ellos

consiguieras

tu volcán interior

de amor feroz,

apasionadamente tierno,

entregado,

vaciarlo.

Esperabas

besar con ellos

castamente,

amorosamente,

a tu amado del alma,

al que buscabas.

de antiguo

sin conocerlo

Con tus cabellos le secaste

y por primera vez fuiste

con un hombre,

humilde, tú

la altiva mujer,

poderosa hembra,

codiciado cuerpo,

insatisfecho.

Se fijó en ti

le conmovió tu gesto

algo se desgarró

en tu interior,

algo horrible se escapó de ti

con dolor dulce,

que dejó en ti,

feliz, descansada,

un lugar para que alguien

lo poseyera y se aposentara en él feliz.

Tal vez era

el momento

de que ocurriera,

eras libre,

sin duda,

ante Él,

como nunca lo fuiste.

Su mirada penetró

en tus ojos inmensos,

infantiles,

insatisfechos,

pedigüeños eternos

de amor.

Fue lo que inundó tu cuerpo

Menudito y vivaracho.

Deseaste ser suya,

de otra manera,

diferente

a la que hasta entonces

habías sido de otros.



Pensaste en aquel día

que te dejaste estrujar, manosear

por primera vez,

sin quererlo,

ansiosa

de que se abriera un camino

para ti.

Tus ojos inmensos,

curiosos,

preguntones,

como los de una niña

que ya no eras,

miraron sus corazas,

las de los soldados romanos

que te abrazaron,

las manos callosas

de los pescadores

que te poseyeron.

Fuiste infeliz,

sobada sin tino.

No conseguiste

ningún cambio

en tu vida,

como ansiabas.

La decepción

te invadía

mientras apretabas

furiosa, sin tirarlas

monedas relucientes

que aquellos miserables

te habían dado.

Todos los encuentros,

furtivos, cortos o largos,

todas las manos

que te tocaron

acabaron sembrando miedo en ti,

decepción,

pavor,

pensando que nunca

amar y ser amada, de verdad,

pudieras serlo.



Marchas

cambiada por dentro,

ligera,

cuerpecito saltarín.

Bulle en ti

La imaginación repleta,

de ensueños.

estás a punto de explotar

de emoción por la esperanza

que en ti ha plantado



(Algo de ti se ha ido,

que no era tuyo,

que vivía en ti,

pegado a ti.

poseyéndote a ti:

el demonio)



Notas pronto

que germina y crece

en ti

la ilusión,

el ensueño

¿podrás volverlo a ver?

te preguntas

¿de quien se tratará?

piensas dentro de ti

¿qué será el pecado?

te interrogas

después de que Él te ha dicho

que de él te había limpiado,

que podías alejarte

perdonada

¿volverás a encontrarlo?

es lo que te inquieta

esta noche,

al dormirte dulcemente

junto a tu Lago



Cambió tu vida,

lo notaste

al ver el primer rayo de sol

al despertar,

al mirar al Tabor

y la casita al pie

donde te atreviste a ungirlo

y besarle

y secar castamente

sus plantas.

Es preciso seguirle,

has pensado,

debes encontrarlo hoy mismo,

has decidido,

hay que servirle,

ayudarle,

amarle,

si Él quiere,

si te quiere.

Deseas volver a verle,

escucharle,

oyes sus palabras

que modifican rumbos,

que abren caminos

para los que no tienen

posesión otra, que soñar.



Te irás con Él

Él ha aceptado.

Tus ojos inmensos

por primera vez se cierran

de ellos brotan

lagrimas abundantes,

como el agua en las fuentes,

de tu Lago.



Definitivamente se ha convertido

en tu maestro,

Rabbuní amado

y admirado.

María la menudita,

la de los ojos inmensos

como tu Lago.



Has querido romper del todo

con el pasado

pecador

decepcionadamente triste,

derrotado

y expresar con un gesto tu amor

virginalmente nuevo.

Escogiste un perfume preciado.

un pomo de valor mayor

que el de aquel día

Hoy es nardo purísimo

adquirido a mercader

con dinero

que no sabes de donde

has sacado

y lo tenías olvidado.

Seguramente era

de tiempos ignotos

ya abandonados.

Le ungiste,

nadie entendió tu gesto,

nadie se alegró al sentirlo.

Fuiste molesta a la vida rutinaria,

de los demás,

a la insensibilidad de algunos,

a su egoísmo.

Alguien te condenó

Él no,

sonrió complacido,

habló de ti,

para ti,

a los demás.

Hoy hablan de ti,

ermitas, iglesias, basílicas,

tantas por la vieja Europa

en tu honor edificadas.

Lo anunció Él,

De aquí que las amemos,

los que le amamos,

los que te amamos,

los que a la amistad

sentimos vocación.





No quisiste dejarlo sólo

en la cruz.

No quisiste abandonar a su Madre

en aquel trance

misterioso,

doloroso,

incomprensible

del suplicio.

Se moría

y tu llorabas por Él.

Junto a Juan

desolado

contemplabas

que moría el mentor de su vida,

la luz de su existencia,

la razón de su soñar.

Llegó el momento

y aceptaste

sin entender

que debía reposar en un sepulcro

nuevo, perfumado, limpio

y lo dejaste bien cerrado

para que nadie pudiera profanar

la razón de tu amor

y la tantos otros

que junto a Él habían

caminado.





Como tu, de otra manera,

yo le amé.

Como tú, de otra manera,

fui vaciado de pecado.

Como tú, de otra manera,

le seguí.

Como tú, de otra manera,

lo perdí.

Como tú, de otra manera,

lo sigo buscando.

Como tú, de otra manera,

siento lástima de su dolor.

Como tú, de otra manera,

pienso que no todo está perdido.

Como tú, de otra manera,

aun llorando

no pierdo la Esperanza.



Fuiste la primera

tú que le amabas

como ninguno,

tú que le buscabas

en el huerto,

muerto,

mientras los demás dormían

derrotados.

Le encontraste,

te encontró

y te envió

a anunciar a los suyos,

que vivía.

Después reposaste

junto a tu Lago

y meditaste

nuevos proyectos.



Lejos debías ir

a amar.

Lejos debías partir

para llorar.

Lejos tenía que ser

donde rezaras

y lo hiciste.

Tu velo fue vela

que te llevó

junto a otro inmenso Lago

y te quedaste

hasta que llegara

el gran encuentro

definitivo

total

para siempre

orando.

Tu cuerpecito

menudo,

fue repartido

aquel de ojazos

soñadores

que reciben sublime luz.





Toda tu posees

con su Madre

con sus amigos

más paz y alegría

de la que pudieras

nunca jamás soñar.





Hazme un hueco

para mí,

a tu lado,

María, la de Magdala

la del cuerpecito

menudo,

como la sinagoga

de tu infancia,

la de los ojos grandes

como tu Lago