Valores

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Oímos con frecuencia que nuestra juventud está faltada de valores, o que no se educa en valores. Tengo la impresión que todo el mundo está de acuerdo en ello y que nadie se plantea con valentía la cuestión. Más bien, diría yo, que no se inculcan valores positivos. Y acabo de decir inculcar y no, como antes, educar. Uno, que ya es viejo, recuerda como,
durante las diferentes etapas de su vida, han tratado las circunstancias o las personas, de empaparlo de conceptos atrayentes. De pequeño, después de aquella fratricida guerra, era el concepto patria ¿quién oye esta palabra hoy en día?. Vino más tarde el “peligro atómico”, obsérvese que lo he escrito entre comillas. ¡Cuanta juventud, simplemente bondadosa, fue arrebatada por aquellas consignas escritas en paredes o pegatinas: “nucleares, no”! ¿alguien ha visto removidas las tierras de aquellos paseos donde pegaban las proclamas, y sacado a flote los temidos isótopos?. Más serio fue el movimiento que ponía el acento en el compromiso de los cristianos...los entendidos lo expresaban en francés y decían pomposamente: engagement. Los decididos muchachos, entrenados y activos en movimientos juveniles, abandonaban sus programas y decían: soy socialista, porque soy cristiano. ¿por qué aquel entusiasmo, ha derivado al actual descrédito de la política y los políticos? Recuerdo la primera vez que oí pronunciar la mágica expresión ONG. Al preguntar por su significado, obviamente, me dijeron: organización no gubernamental. Añadí yo: ¿así todo lo que estamos haciendo son ONGs?. No
hombre, se entiende para el desarrollo de la sociedad. ¿quién se atrevería a creérselo hoy, que es esta la finalidad de todas las numerosas y variadas iniciativas que se han puesto este sombrero?

Escribo hoy en el Gran Día del Silencio, de la aparente inactividad del Jesús histórico, que yace en el sepulcro. El día que el Señor incorporaba al proyecto del Padre, ya cumplido en la cruz, a los “santos que esperaban su santo advenimiento” , como decía nuestro antiguo catecismo. Hemos vivido y celebrado, es decir, nos hemos incorporado al misterio de su tortura, ajusticiamiento y sepultura. Tocaría esta jornada dedicarla a la contemplación profunda y a la expectación ansiosa
de su Pascua. La realidad, triste realidad, es que para muchos será día de compras, de activo e innecesario consumismo.

¿No habrá llegado el momento de que los cristianos convencidos salgamos a proclamar que basta de conceptos abstractos que manipulan a la gente? No dudo de los peligros del cambio climático que se anuncia, pero tampoco olvido lo que me decía el sabio y amigo Margalef: no sabemos cuantas veces a lo largo de la existencia de la Tierra ha crecido y decrecido la capa de ozono. Ni ignoro lo que he leído uno de estos días, y que ahora no recuerdo con detalle, que en el planeta Marte también se opera un cambio climático. ¿evidentemente, no será allí a causa de la combustión industrial de productos fósiles?. Debemos los cristianos relativizar muchas cosas, por importantes y vociferadas que sean, para proclamar convencidos, que el único que no pasa de moda, que no falla, que no defrauda, que es vida, es Jesucristo.

Si hasta ahora me he referido a la exageración y engaño al presentar valores, quiero añadir la insensatez de no atreverse a ofrecer un valor supremo. Piensa uno que educar sin ello es tan inútil como lo fuera el ofrecer una escalera a un viajero perdido en un desierto, sin darle posibilidad de que pudiera sostenerse alzada. Una tal escalera, con sus peldaños correspondientes, no sería otra cosa que un estorbo, si no pudiera elevarse para divisar un horizonte esperanzador.

¡Tanta gente decepcionada entre nosotros se siente inclinada al suicidio! Son muchos más de los que sabemos, los que lo perpetran o intentan. Otros, carentes de suficiente atrevimiento, hipotecan la muerte, pagándola a plazos, mediante la drogadicción, que poco a poco va minando su existencia.

Es preciso que proclamemos poniendo el acento, en este tiempo pascual, que Cristo es la Vida, que da la Vida, que da sentido a nuestras vidas, desde la del que triunfa, hasta la del que, aparentemente inútil, yace inmóvil, como un vegetal. Estando al lado de mis queridas monjas del Cottolengo, con sus enfermos, o de mis amigos franciscanos de Jerusalén,
que con cariño cuidan al P. Ignacio Peña, que fue editor, arqueólogo, experto en culturas drusas, y ahora un organismo aparentemente con solo vida vegetativa, uno admira, se asombra y olvida conceptos de eutanasia y desesperación, y se le abre una ventana hacia el Infinito cargada de Esperanza. Gente así, que muchos más hay como los citados, gracias a
Dios, dan una lección de vida humana con valores. Creo yo que muchos pedagogos, deberían acercarse a estos lugares, antes de introducirse, como educadores, en las aulas.