Adán

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Texto pensado para lectura personal individual, en todo caso apto también para, posteriormente a esta lectura, entablar un fórum. Sin ser explícitamente un escrito propio de Adviento, resulta ser una presentación amena del fenómeno de la hominización, de la fragilidad que desde el principio de la historia se da en la especie humana, de sus consecuencias y de sus progresos iniciados desde la caída para conseguir superarse.

No se busque una precisión científica, está tanto o más lejano a ella que el texto bíblico que está en el trasfondo del relato. Abundan los anacronismos si se toma el texto como histórico (fenómenos como el lenguaje, el descubrimiento del fuego, la utilización de las herramientas, la alimentación selectiva, etc., corresponden a muchísimos años de evolución). Quiere el capítulo, en un lenguaje que desearía ser poético, explicar en narración amena, todo un misterio de amor y de
esperanza. Propongo a Adán y Eva como individuos concretos, con una personalidad determinada, pero no trato de hacer esta presentación creíble. Son puros mitos que aprovecho para explicar unas enseñanzas, unas reflexiones, una doctrina. Puede parecer paralelo al relato de Eva, que se presenta en otro lugar de este volumen, no obstante es autónomo
en sí mismo. Lo que sí es obvio es que no se debe ofrecer ambos textos juntos.


/DE LO QUE LE PASÓ A ADÁN UNA MAÑANA AL BAJAR DE SU ÁRBOL/

Lo que os contaré sucedió un día de primavera. El hombre, el único ejemplar humano que existía en este planeta, se despertó en la copa de un árbol. Esto sucedía todas las mañanas como si los primeros rayos del sol fuesen alfileres que se clavasen en su nuca. Hay que advertir que este hombre todavía no sabía que lo era, entre otros motivos sucedía
esto porque aún no se había inventado la palabra y ya se sabe que en muchos casos el charlar por los codos precede a una ulterior reflexión.

Pausadamente descendió como lo hacía tantas veces pero en esta ocasión notó que el suelo olía bien y que él en su interior notaba una sensación que le era anteriormente extraña.

Era el momento cotidiano de coger fruta o de robar algún huevo del primer nido que encontrara, hacía lo mismo cada mañana y después, parsimoniosamente, se dirigía al torrente a beber un trago de agua fresca. Incomprensiblemente nada de esto le interesaba aquel día. Miraba la naturaleza y la veía bonita, pero lejana y hay que advertir que estaba rodeado completamente de ella. Esta sensación de descontento es lo que más le sorprendía. No se sentía incorporado a ella, pero tampoco extranjero en ella. Cabizbajo se repetía en su interior “¿qué me pasa hoy?” Y asombrado constataba: “hoy me doy cuenta de que me doy cuenta y esto nunca lo había advertido”. A nosotros esta constatación nos puede parecer una perogrullada pero es el descubrimiento más grande que se haya podido hacer y marca la aparición del hombre en la tierra. Al día que aquel animalito erguido tuvo conciencia de tener conciencia, le faltó únicamente uno de aquellos oradores baratos que siempre dicen: hoy es un día histórico. Pero como en aquel momento no había ningún petimetre de estos, el día de mayor importancia histórica de toda la historia, no tuvo historiador que lo documentase, es una lástima, pero así de fatal es la realidad a veces.

La jornada continuó llena de sorpresas y lo contado es sólo el inicio.
El hombre, o Adán si queréis llamarlo así, pues significa casi lo mismo, respiró profundamente, pasó junto a un mono y le tiró de la cola. El animal huyó gritando y él se echó a reír. Chillido y carcajada son cosas muy diferentes, hay que constatar la progresión que en aquel momento se había hecho, se había inventado el humor, una cosa genuinamente humana.

De nuevo hemos de lamentar la ausencia del orador barato y aceptar que un instante de tan gran importancia nos resulte imposible de catalogar en la sucesión de sucesos sucedidos, que dicen que es la historia.

Adán caminaba sin buscar nada, lo hacía por el solo placer de andar, miraba a la lejanía, se preguntaba qué habría más allá de aquella jungla donde se sentía sumergido sin haberlo deseado, quería imaginar cómo sería aquello que estaba detrás de lo más lejano. En aquel momento nacía el aventurero, un bicho raro, soñador. Afortunadamente no había por aquellos pagos ningún provinciano orador, pues su presencia hubiera roto el encanto de aquel instante.

Adán, por la noche, enroscado en sí mismo, rodeado de las ramas que nacían en la copa del baobab donde se había recogido, recapacitaba una y otra vez y le gustaba hacerlo pues estaba estrenando esta potencia hasta entonces desconocida para él. Ni podía, ni quería dormir, se sentía un hombre nuevo, era feliz. Se preguntaba: ¿durará esto siempre?
¿Continuaré descubriendo cosas nuevas? ¿Soy el único que piensa, recapacita, ríe, sonríe y que en este momento no quiere dormir? A mí no me gustaría gozar del monopolio, yo quiero alguien con quien compartir.
Mañana cuando amanezca, caminaré cuanto sea necesario, buscaré por todos los rincones de la selva, tengo que saber si existe alguien que se parezca a mí. No cejaré hasta encontrarlo.

Se durmió medio feliz, medio angustiado, y soñó. Esto no era una cosa nueva, otras noches le pasaba lo mismo, la novedad estaba en el contenido. Era muy extraño, soñaba que alguien le hurgaba en el costado, ni le hacía cosquillas, ni le hacía daño. Notaba que le hacían un agujero, que le sacaban algo cercano al corazón y que después le tapaban con esmero el orificio. Al despertar encontró a faltar alguna cosa, era una ausencia de algo querido y desconocido, ignorado y deseado. Se palpó preocupado, pues todavía era noche cerrada y nada podía ver, trató de dormirse de nuevo y lo consiguió pronto, esta vez soñó que soñaba ¿esto resulta enrevesado? Pues no sé decirlo de otra manera. Así nadie es
capaz de dormir a gusto. Al primer hilo de luz que se puso a entretejer una fina telaraña con el rocío, que aun no se había dejado caer a descansar en la hierba, se despertó Adán y se irguió curioso, miró a su vera y encontró a su lado una cosa que se parecía a él, pero que seguramente no lo era, aunque tampoco estaba del todo seguro de ello, pues cuando se acostó, no recordaba haber puesto nada a su lado. Pensaba


para sus adentros: a lo mejor estoy cerca de un charco y estoy observando la imagen de mí mismo. Para comprobarlo movió sus brazos enérgicamente y lanzó un grito. Su proceder sólo sirvió para que unas cacatúas emprendiesen el vuelo asustadas, sus chillidos sirvieron para que aquella “cosa” que dormitaba a su lado se despertase dulcemente.
Evidentemente allí no había un charco y aquel torbellino que tenía ante sí no era él mismo, no obstante no podía negar que se le parecía y al acercarse le tocó el costado pues le parecía que lo que a él le faltaba a aquel otro le sentaba muy bien. Adán sonrió y “lo otro” también. Adán recordó que el día anterior cuando él se rió el animal chilló, así que este animal, o lo que fuera, era completamente diferente de aquel otro.
Miró detenidamente, era semejante a él pero no completamente igual, este último detalle resultaba muy útil, ya que así nunca lo confundiría con la imagen que de sí mismo contemplaba en el charco. Entonces alargó la mano, “lo otro” hizo lo mismo, se lo colocó a su lado y notó que hacer esto le gustaba, se pusieron a andar alegremente, vagando de esta manera comprobaron que todo bicho viviente movedizo, a los dos les estaba sometido y les rendía pleitesía.

Se oyó una voz, sin duda los llamaba a ellos, se pronunciaba dulcemente y los condujo a un rincón maravilloso donde nunca ninguno de los dos había estado. Corría un río y Adán cogió peces sin ningún esfuerzo.
Crecían flores maravillosas: orquídeas y edelweis codo a codo, violetas y gencianas dándose la mano, lirios angelicales junto a sensuales claveles reventones. Adán, sin saber por qué se le ocurría, se puso a recoger unas cuantas de ellas y trenzó un collar y acercándose se lo colgó alrededor de aquel esbelto cuello. Nunca se había visto tanta hermosura, unas flores tan bonitas nunca habían adornado unos tales pechos, que eran como granadas maduras a punto de reventar... ¡y
aquellos pómulos!, aquellos carrillos sonrosados que se agitaban temblorosos... y unos ojos inmensos, repletos de misterio dentro de sí, que presidían el rostro fascinante. Adán se olvidó de todo, sintió un impulso irresistible y agradable a la vez, se dejó llevar por él y lo abrazó estrechamente. Fue entonces cuando sintió la felicidad total, notando también que el orificio de su costado estaba totalmente lleno del otro.

Ayer Adán tuvo conciencia de tener conciencia, hoy amaba y se sentía amado. Había llegado a la culminación de la existencia, a la plenitud total, se sentía feliz. Durmieron y soñaron que soñaban despiertos. Se despertaron soñando que estaban dormidos. Sueño y vigilia, todo en ellos resultaba total satisfacción.

De nuevo se oyó la voz, era suave, acariciaba el oído como lo hace el terciopelo más delicado. Les dijo con la ternura de un susurro: todo lo que veis y mucho más, es para vosotros, de toda la eternidad os lo tenía preparado, no os faltará de nada de lo que podáis necesitar y desear.
Ellos se volvieron hacia atrás, miraron arriba y abajo, pero no vieron a nadie. Notaron una sencilla e ingenua sonrisa, vacía totalmente de ironía. Prosiguió la voz hablando: no os agobiéis, no tratéis de descubrir cómo soy yo, nunca conseguiréis saberlo. Miraos a vosotros mismos con los ojos de la cara y con los del alma, el día que mejor os conozcáis, tendréis una imagen y semejanza de lo que yo soy. Tú, Adán, eres el varón, el macho, el iniciador de proyectos y de nuevas rutas,
abrirás nuevos caminos, con la fuerza del músculo robusto romperás ramas y triturarás rocas, pero la ternura de tu mano deberá acariciar a Eva con el mismo acierto. Tú, Eva, eres la mujer, la hembra, la finura de piel delicada, modelada suavemente en formas y volúmenes, pero también eres fidelidad, coraje hasta el final de lo que has iniciado. Eres plenitud, fecundidad, pero has de conseguir control, permanencia, continuidad, custodia de todo lo que hayas conseguido. Varón y mujer, juntos podéis ser padres, procreadores de vida autónoma y de proyección eterna. No os preocupéis buscando por la tierra a semejantes vuestros, en vosotros mismos está el poder para engendrarlos. Dominad con acierto sobre todo lo que se mueve y lo que vive, aunque esté quieto: sois señores de piedras y montañas. Seos fieles el uno al otro, respetadme a
mí, puesto que de mí habéis recibido la existencia humana. Por mí estáis dotados de conciencia, amor y libertad. Sois, como ya os he dicho, imagen y semejanza mía. ¡Seguid en paz!

Evidentemente la voz era de Dios, nadie se lo había dicho, pero estaban convencidos. Autonomía, amor, fecundidad, encanto, fruición de la vida y de la naturaleza, creatividad estética, compartir logros y encuentros, eternidad, he aquí el Paraíso.

Humor, amor, libertad comprometida, era lo bueno y mejor del universo concentrado en ellos dos, insignificantes criaturas, en la inmensidad de la exuberante jungla. Este instante fue fundamental, mucho más importante que el descubrimiento de la rueda, de la pólvora, o el dominio de la energía nuclear, incluso mayor que la fabricación del más complejo “chip”. Lástima que faltase el orador de turno que con énfasis declarase aquel momento como histórico. O, mejor, afortunados nosotros ya que al no estar presente, podemos reiniciar la historia. Cada vez que sonreímos, amamos, libremente nos comprometemos o decidimos arriesgarnos simplemente por fidelidad, reinventamos y vuelve a ser nuestro el Paraíso.

Pero, ¡ay!, Dios tiene sus secretos, si no fuera así no tendría gracia tratar con Él. A la pareja humana quería concederle un título superior, quería que aprobasen una especie de revalida de santidad, así que los convocó a un examen, una prueba de aptitud o de selectividad y ellos por imprudentes y orgullosos, por falta de humildad, no aprobaron, les dieron un insuficiente, y les tocó volver a su casa, que era la selva de donde habían salido, con el corazón encogido por la derrota. No habían pasado la selectividad, diríamos ahora. ¡Y tan fácil que era la prueba...!

Pero me he precipitado, he explicado el final sin dar cuenta del proceso. Aunque se sepa cómo acabó, volveré atrás y daré una breve explicación. Si a la gente de hoy en día le dicen que a alguien le han sometido a una gran tentación, se imaginarán de inmediato una de estas tres cosas. Una provocación sexual, en primer lugar; el estímulo de una selecta droga en segundo, o que se mezcle en el enredo una gran fortuna.
Son los tabúes de ahora. En aquellos tiempos, en aquellas circunstancias, cualquiera de estas cosas eran imposibles de imaginar.
Adán y Eva estaban estrenando sus relaciones personales más íntimas, y les resultaban totalmente satisfactorias, sin necesidad de aditivos ni variantes, cada encuentro constituía una admirable novedad, una satisfacción total. No tenían necesidad de probar ninguna droga, semejante cosa es propia de gente insatisfecha de la vida o de sí misma y que no tiene fuerzas, o cree no tenerlas, para cambiar sus hábitos, de manera que no le toca otro remedio que inventar en el mundo de su imaginación, o en el delirio de su mente, algo apetecible, aunque carezca de identidad y sólo tenga el soporte ficticio del narcótico.
Pero ellos vivían en un mundo nuevo, recién estrenado, todo les pertenecía, todo estaba perfumado, coloreado armónicamente, lo que se llevaban a la boca era agradable al paladar, frutos diversos, desconocidos, estimulantes a la vista y al alcance de su mano. Todo y de todo tenían. Dinero y propiedad, uso y abuso, no hay ni siquiera que hablar, ya que eran amos y señores del universo entero.

Lo que resulta difícil en una tal situación es la modestia. Aceptar y respetar a Dios que les era superior en todo. ¿Por qué, pues, si tenían de todo, no estaban satisfechos? ¿qué más necesitaban? Pues, sí, señor, querían ser más que Dios, tanto si les aumentaba la felicidad, como si en nada crecían. Se trataba tan sólo de superarlo. ¿Quién les había metido esto en la cabeza? Hay que hacer aquí un paréntesis. Hasta ahora no se ha dicho nada de un individuo nefasto, el llamado demonio o
diablo, o satanás, o lucifer, que por estos y otros nombres es conocido, a cual más repugnante. Ahora, y por esta única vez y sin que siente precedente, se le llamará serpiente, con perdón del astuto reptil. Se le denominará así, pues dentro del cuerpo de un animal de esta especie se manifestó en los momentos de los que estamos hablando. La historia de
este ser tentador no es digna de contarse, sabemos poca cosa y aun así sabemos demasiado.

Este es el escenario. Una selva virgen, vergel o jardín inmejorable.
Dentro de un ámbito acotado y rotulado, un cartel muy visible, en él estaba escrito “prohibido coger fruta de este árbol por respeto al amo.
Todo lo demás está a la total disposición de los señores huéspedes”. El hombre está ocupado en descubrir rincones desconocidos, la mujer disfruta probando, tocando, mirando y cogiendo por aquí y por allá, las más inverosímiles cosas. El susodicho árbol está situado en un punto visible, se trata de un ejemplar corriente, ni mejor ni peor que los demás. El letrero domina la escena. Al lado del árbol la serpiente ha dibujado con su cuerpo el signo ortográfico de interrogación. Eva pasa displicente, se para, se fija, lee, se pregunta: “¿por qué? ¿para qué? ¿de dónde sale esta prohibición aquí? ¿qué hace aquí este con sus graciosas piruetas?” El reptil salta, se enrolla en una rama, la proximidad con la fruta acrecienta ambos contrastes. Verde es el animal, de rojo vivo está vestida la fruta. Desciende la serpiente al suelo y vuelve a dibujar el mismo signo, se trata de un lenguaje mímico totalmente expresivo. La mujer cae prisionera de la curiosidad. Como Adán no está a su vera, coquetea con el animal, que se siente satisfecho por haber llamado la atención, se siente importante, pero no es suficiente. Es una victoria inicial, pero no se parará hasta conseguir una derrota total de aquellos entes que como él son inteligentes. La vanidad fácilmente se torna orgullo y, para continuar el tentador acudirá al lenguaje.

- Eres la criatura más maja que en mi vida he visto, todos te lo deben de haber dicho, no me lo niegues. ¡Anda ya, la de piropos que oirás! Pero no lo olvides, debes superarte cada día, de no hacerlo caerás en la monotonía y dejadez. Si quieres continuar con tu supremacía y aun crecer en encanto, no debes admitir ninguna prohibición. Ese letrero que estás viendo, se ha puesto para que no pruebes del jugo del árbol, ya que tiene poderes mágicos, de tomártelo, tu atractivo sería avasallador.
Nada más entrar en contacto con él, con sólo que lo pruebes, constatarás que te has hecho un ser superior a quien te creó. Una persona inteligente, atractiva y hábil como tú, ha de ser lúcida, si te ha prohibido algo es porque te tiene miedo y sabe que privándote del fruto te tiene bajo su dominio, controlada.

La mujer perdió la serenidad, quiso ignorar la sutileza del discurso y pensó, sin medir las consecuencias “¿quién se ha creído Dios que es? A mí nadie me veda la caza. Yo cojo la fruta, la hago mía, porque puedo y me da la gana, reviente quien reviente, estoy segura de que Adán pensará lo mismo y comerá también. ¡Pobre de él si no lo hace! ¡Prohibido
prohibir! ¡Y santas pascuas!”

Tal como se había imaginado, sucedió. Adán, un poco o un muy calzonazos, se dejó seducir por la mujer. Tenía toda la razón: prohibir prohibir, era lo más atrevido que se pudiera decretar. Viniesen de quien fuera las órdenes, allá los únicos que mandaban y ordenaban eran ellos, y quien no estuviese de acuerdo, quien a ellos no les hiciese caso, bien podía
considerarse excluido del lugar, era solemnemente declarados persona non grata, hueso dislocado, basura para echar en el estercolero. Y como demostración clara e inmediata de lo que pensaba y decía, como ejercicio supremo de poder, de autonomía, para demostrar que no dependía de nada ni de nadie, a continuación de lo que había hecho su esposa dio un
mordico al fruto y se lo tragó entero, sin ni siquiera saborearlo. A medio camino del estómago el bocado se atascó, el rostro de Adán pareció congestionado. Eva le miraba temerosa, tampoco ella estaba tranquila y un ponzoñoso dolor le corroía las entrañas, vio el rostro del hombre, amarillo, después rojo, finalmente se tornó morado. Como si le hubiese
caído encima un jarro de agua congelada hirviendo. Entonces se dio cuenta de su imprudencia, de su equivocación, de su delito. En aquel momento había descubierto el orgullo que encerraba su proceder. Los dos se encontraron en situación pecaminosa, un cambio que estropeó completamente la situación.

La serpiente consideró que ya había cumplido e hizo mutis por el foro.
Marchó hacia su antro en las profundidades del abismo convertida en monstruo. Volvió a entrar en escena, había encontrado cerradas temporalmente las puertas y se disponía a reptar por el mismo escenario, en espera de que se abriesen, pero en su corta ausencia alguien había arrasado la hierba y sembrado agudos pedruscos que lastimaban su piel.
El hombre y la mujer habían mudado de color, aquella maravillosa tez morena que contrastaba admirablemente con el azul cobalto del cielo se había tornado sucio color sanguinolento y ni tenían fuerzas para mantenerse en pie.

Lo que quedaba del fruto mordido continuaba en el suelo, podrido y maloliente, el árbol perdía savia por la herida. El hombre dio un empujón a su esposa, sin delicadeza, una patada a la fruta, se orinó en el tronco y lanzó una mirada preñada de odio a la serpiente. Se incorporó del todo, cansinos eran sus más sencillos gestos, se agarró bruscamente a Eva y la empujó fuera del recinto. Atardecía, se trataba de un anochecer sin luna y la molesta niebla impedía ver estrellas. La naturaleza había entrado en agonía.

Un abogado siempre busca motivos internos anteriores al delito que anulen o al menos disminuyan la responsabilidad de su cliente. Solicita la ayuda de psicólogos, psiquiatras, neurólogos y actualmente hasta se atreve a solicitar exámenes genéticos y fórmulas estadísticas de variables cromosómicas y probabilidades de inclinaciones criminales en el que las tiene, para mayor aprovechamiento de sus labores defensoras.
De ninguna manera aduce la libertad del hombre a comportarse como quiera. Pretende demostrar que aquel a quien defiende no es un hombre normal, que no estaba del todo en sus cabales el día de autos, que se trata de una piltrafa necesariamente inclinada a cometer el hecho que se juzga. No le importa destrozar el concepto que se pueda tener de su
personalidad, ni de su dignidad humana, con tal de no considerarle responsable de su delito y conseguir que no reciba pena de cárcel.

Dios es un buen juez que actúa con serenidad y ecuanimidad. Piensa que el hombre puede ser malo y merecer un castigo, pero también que es capaz de convertirse, de aquí que no pierda nunca la confianza en el que es reo de delito. Los malos abogados consiguen a veces con sus argucias librar al delincuente, pero este queda hecho un andrajo, acomplejado para siempre. Dios provoca el llanto, el hombre siente en su interior los retorcijones del dolor y del arrepentimiento, pero finalmente encuentra salvación, luz espiritual, perdón y coraje para vivir con dignidad. Es mucho mejor un pecador perdonado que un confinado a las afueras de la sociedad, desposeído de humanidad, con una vida cargada de
antecedentes y atenuantes, sometido a vigilancia clínica y amparo psicosomático.

Adán y Eva estaban como los habían creado, firmes en su porte, bellos de cuerpo, armónicos de formas y andares, caminaban con la dignidad que habían recibido, sin ninguna protección, a nada ni a nadie temían, todo les estaba sometido, todo, de ellos mismos también, les gustaba. Lo dicho correspondía a la situación anterior pero ahora había cambiado. Se encontraban con algunos animales que los miraban con odio y actitud amenazante, se escondían vacilando entre el miedo y el desafío o la agresión furiosa. Sintieron frío, les molestó la lluvia. A Adán le pareció que la cabellera de Eva, que antes enmarcaba un óvalo encantador, ahora aparecía enredada y desordenada, mientras aprisionaba unos ojos legañosos, una mirada huidiza, una boca comprimida entre los dientes, aquellos labios que antes le habían seducido ya no estaban, los lindos pechos colgaban ahora flácidos, el vientre, bella extensión de elegante ánfora, era ahora superficie deprimida. Sus maravillosas piernas torneadas con esmero, temblaban ahora entrecruzándose sin tino... Eva vio que su marido no era el que ella había visto antes, el que había pensado y esperado, que cada día la estrechara. No encontraba
en él protección, los brazos le caían como si se tratase de pesadas bolsas, miraba al suelo o a ambos lados sin atreverse a otear con desafío el horizonte. Aquel robusto cuerpo que ella había juzgado era montaña de fortaleza, aparecía a su vista escuchimizado, desprovisto y desprotegido, hecho un nudo de músculos vacilantes.

Mirándose acobardados, sintieron en su interior algo para ellos desconocido hasta entonces, una incomodidad interior, les molestaba ser observados por otros y por el otro. Había nacido, sin pretenderlo, la indefensión, el miedo, la vergüenza de ser vistos con sus imperfecciones. Huyeron el uno del otro y se volvieron a encontrar poco después, tapados con ridículas hojas de árbol. Sintieron de nuevo turbación y se escondieron rápidamente en la espesura y al tocarse la cara apareció en sus manos algo que les era desconocido, estaban húmedas, manchadas de un líquido transparente, pero ingrato, eran las
lágrimas. La pareja humana supo entonces lo que era el llorar, desgraciado descubrimiento el que aquel día hicieron.

Dentro de su desconcierto, a pesar de su depresión, querían dejar las cosas claras, saber a qué atenerse, saber a dónde ir, sin perder el tino.

Dios puede parecer severo, pero nunca abandona a nadie, Dios puede parecer duro, pero obra siempre con ternura. Salió a su encuentro, inició el diálogo temido y esperado, restableció la conversación, ya que el amor, faltos como estaban de esperanza, les estaba vedado. Habló serenamente, quiso encarar a las personas, que se hiciese luz sobre el conflicto recién surgido y entonces, no antes, dictar un veredicto justo.

A la mujer: debería aceptar dificultades en su rol de enamorada y madre.

Al varón: incomodidades y rudeza en el trabajo.

Al que había introducido el mal, al incitador maligno, a este si que debía golpearlo duramente. Había que anunciarle que, si la insidia le había inclinado a tentar a Eva, un sucesor de ella le aplastaría la cabeza.

Hombre y mujer se miraron de reojo, quizá lo último que escucharon era una rendija abierta a la esperanza y, sin consultarse ni consultar a nadie, de nuevo se abrazaron. Era un nuevo e incipiente amor, repleto de deseo, muestra de una esperanza de poder prestarse mutua ayuda siempre.

La mirada de Dios descendía sobre ellos y al notarla, en sus labios brotó la flor del cariño, una cierta sonrisa, un suave ardor. Volvían a quererse, se había alejado la tentación del suicidio.

Efectuado el balance hay que considerar que no se había perdido todo el capital. La situación era de aguda crisis, pero el activo era superior al pasivo. Conservaban un modesto almacén de libertad, todavía en buen uso. Un pozo de amor que nunca se agotaría, unas minas de donde se podrían sacar fidelidad y, por encima de todo, lo que aseguraba la situación, era que el principal acreedor no retiraba su confianza y podían disponer de sus inversiones. La humanidad estaba en suspensión de pagos, pero podía evitar la quiebra fraudulenta, dicho todo en lenguaje comercial actual y sin querer faltar al respeto.

Adán y Eva engendraron hijos e hijas, vieron cómo jugaban y se peleaban, que se tenían envidia y que nacía el odio y la ambición, en alguno de ellos. Sufrieron al observar que nada hacía para ahogarlo y llegó lo que debía llegar en consecuencia: el asesinato y con ello la experiencia de la muerte que ya les había sido anunciada al salir del Paraíso. La
crisis había llegado a lo más hondo, únicamente el coraje de Adán salvó e impidió la propia destrucción. Había que ser modestos, iniciar con muy poca cosa la nueva etapa: aunque mucho se hubiera perdido, aún era posible la esperanza.

El recuerdo de cuando era simple animal, el cerebro de reptil que todavía conservaba, le permitían subsistir, buscar alimento, coordinar, buscar, recordar: algo es algo. Si bien la lesión causada lo invadía todo, la aportación de la conciencia posibilitaba el progreso y en su interior aún podía brillar una tenue luz que les aseguraba que la salvación era aún posible.

Adán dormía cada día, era un fenómeno sobre el cual nunca había reflexionado. Antes lo hacía con la misma indiferencia que se alimentaba o defecaba, cuando tocaba y sin problemas, pero llegó un día que no se fue a cazar al amanecer pues, aunque el sol había ya salido, él dormía profundamente y soñaba cosas horribles, animales que le perseguían a él,
él que había recibido la soberanía sobre todo lo que en la tierra existía. Eva, mientras tanto, paseaba por el bosque, solitaria. Adán se sentía vencido y le daba vergüenza levantarse y que los demás se dieran cuenta de que cargaba sobre sí una derrota. Pasó aquel día acomplejado, temía la llegada de la noche, el momento aquel en que tendría sueño y se estiraría en un rincón. Lo que antes hacía sin reflexionar, ahora hacía que esperara el momento atemorizado. Por fin llegó la hora, se había hecho de noche, la leña se había consumido y el sueño no llegaba. Estaba inquieto, tocaba la ceniza, pretendía jugar con ella, despertaba a empujones a Eva que se movía molesta por la falta de delicadeza, salió, todo estaba oscuro, no había ni luna ni estrellas. Tuvo miedo de andar solo, volvió a entrar, todo su cuerpo temblaba, sufría enorme enojo al constatar que ni sobre sí mismo era capaz de ejercer dominio. El insomnio al que con frecuencia no se da importancia sirvió a Adán para constatar hasta qué punto había llegado el mal, que por su equivocado y defectuoso obrar, había introducido en aquel desdichado día, allá junto a aquel árbol de mal recuerdo.

El sueño era una cosa sencilla, lo aceptaba con naturalidad. Su sueño y el de los animales. Unos, los más, dormían por la noche, otros, muy pocos, durante el día; los privilegiados, además de durante la noche, descansaban a la sombra cuando el sol lucía en el cenit, espantando con su cola a las impertinentes moscas que acompañaban su dormir la siesta dulcemente. Sólo para él el dormir resultaba conflictivo. Cada noche se preguntaba “¿cuándo me llegará el sueño? Y si cuando viene, cuando yo esté atrapado en su estrecho abrazo, me amenaza un peligro, ¿cómo me defenderé? ¿cuánto durará mi sueño? ¿cuándo me despertaré? Y si no me despierto ¿qué me pasará?”

Descubrió que después de una noche luchando entre el sueño y la vigilia, sin lograr satisfacción ni en uno ni en la otra, por la mañana todo era diferente. Conocía lo que era la fatiga después de haber trabajado arduamente, ahora conocía lo que era la angustia por la falta de descanso y el dolor interior, la duda, el sentimiento de impotencia.

Un día se quedó quieto demasiado tiempo al sol y le dolió agudamente la cabeza, otro comió cierta fruta y sin saber por qué sufrió molestísimos retorcijones en el vientre. Dolor en el cuerpo, inquietud en el alma, enigma en el espíritu y la comprobación de que no era él solo el que sufría, Eva participaba de situaciones semejantes. He aquí un mal que no
habían imaginado nunca y que estaban experimentando ahora: la enfermedad.

Pero el trabajo, el peligro inminente que les acechaba a veces, la primavera, el sol por la mañana, la luna llena de algunas noches, la tórtola acariciando a Eva, el perro que le seguía a él cuando iba a cazar, el torrente suave en donde cogían agua, sus contactos personales más íntimos, el estrecho contacto emocional, inteligente y físico, eran acicates para conservar la esperanza. Era la constatación en ellos mismos de que no todo se había derrumbado, que aún era posible vivir en mutua confianza. Poco a poco Adán consiguió tener paz consigo mismo y reconoció que al recobrarla había tenido a Dios a su lado, cosa que le dio mayor seguridad. Hoy en día se diría que Adán había recobrado su autoestima.

Adán fue pecador, pero ¡qué hombre tan grande fue Adán! Cuando murió cuentan que fue enterrado al pie de un gran peñasco, a aquel sitio le llamaban calavera o Gólgota en la lengua del lugar, da lo mismo el nombre que tuviera, tampoco sabían ellos porque lo hacían así y allí.

Pasó mucho tiempo, un día se desató un gran terremoto, se rompió aquella roca y por la grieta se coló sangre que fue untando aquel antiguo cráneo. Se trataba de la sangre del Nuevo Adán que estaba reclamando, anunciando, prometiendo, un nuevo Paraíso.

Al enterrar a Adán, en el hecho mismo de no dejar su cuerpo abandonado a la intemperie, se escondía una intención, se pretendía, sin saberlo, pero paradójicamente consiguiéndolo, que fuera una simiente, una pequeña semilla de esperanza. Empezó entonces a germinar, debiendo después crecer poco a poco, hasta recibir un injerto, una rama siempreviva de un
nuevo Muerto, que traería al linaje humano la resurrección. Era Cristo, aquel descendiente que se le había prometido a Eva. Mientras tanto, cada tumba, sea de quien sea y de cualquier época, proclama, a quien quiera escucharlo, que la humanidad está sumergida en esperanzador Adviento.

DE CÓMO ADÁN INVENTÓ LA ORACIÓN Y LA ESCRIBIÓ EN UN LENGUAJE UNIVERSAL

Adán y Eva tuvieron muchos hijos. Eva los amamantaba, Adán marchaba cada día a procurarse alimento para él y toda la familia. Cuando volvía se quedaba mirando a sus hijos con ilusión y asombro. Sufrieron frío en alguna ocasión, les molestó la lluvia, el sol les gustaba, pero a veces les invadía con tal fuerza, que quedaban hartos de él. No vivían en las copas de los árboles como al principio, se refugiaban en las cuevas naturales que formaban las rocas cuarteadas por las inclemencias.
Sufrieron sed, fue un verano de pertinaz sequía y a causa de esto inventaron los depósitos. Para defenderse del frío se cubrieron con pieles. Aprendieron a comer la carne asada al fuego, el humo también les sirvió para conservarla en las profundidades de las guaridas. Poco a poco iban resolviendo las dificultades y conflictos que aparecían. A Adán le dolía la pena de los suyos y la que él mismo sufría, la indecisión en los momentos de la prueba se le hacía cada vez más
insostenible. El trato entre ellos dos resultaba a veces difícil. Ella se sentía prisionera de sí misma, le costaba aceptar a los suyos en los momentos que sentía molestia interior. No siempre sabía huir de los peligros a tiempo y le resultaba ingrata la derrota.

Con frecuencia recordaba Adán aquel día cuando al bajar del árbol empezó una vida nueva, cuando el Señor le invitó a vivir en el Paraíso, se acordó también de su pecado y de la expulsión de aquel maravilloso paraje. Sintió vergüenza y dolor espiritual intensos En realidad ¿sentían que se habían arruinado totalmente? ¿Podían enderezar sus vidas? ¿Podía reanudarse el diálogo con el Señor que era superior al Paraíso? ¿Había sido expulsado de su presencia para siempre? ¿se le
había negado todo contacto con Él? Cuando pensaba en estas cosas necesitaba gritar, hacerse oír fuera como fuese, que alguien le escuchase, alguien de fuera de la familia, deseaba obtener una ayuda superior, lo necesitaba, más que para él, para aquellos chiquitines que lloraban sin saber por qué lo hacían, aquellos hijos suyos que no sabían nada de su triste historia, pero ¿sería posible volver a empezar? ¿Qué le tocaba decir? ¿Cómo sabría que el Señor le atendería al proferir un
grito de angustia? Al volver en una ocasión con las manos vacías, cansado, calado hasta los huesos del sudor y de la lluvia, avergonzado de su torpeza, se puso a llorar y sus lágrimas caían al suelo. Tenía que encontrar una solución para aquellos momentos de total abatimiento, conseguir ayuda, volver a hablar, sentirse protegido. De repente, la tierra mojada por su pena, tomó una forma extraña, el perfil del barro se parecía a aquel animal que había perseguido toda la tarde y que tanta necesidad tenía de atraparlo al día siguiente. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea, imaginó un proyecto para poder expresarse de alguna manera. Cogió barro de aquel, que era tierra de la tierra y sudor de su cuerpo, entró en la cueva, reflexionó antes de empezar y se dijo: yo soy llanto y sudor, según me dijo el Señor, me he de convertir en polvo, ¿no son pues estos materiales lo mejor que tengo para identificarme? ¿Qué mejor cosa puedo hacer que dibujar las formas de lo que más necesito para expresar así mi petición? Y Adán, con el dedo, iba dibujando mientras decía en voz baja: este animal me gustaría que se lo comiera Eva, la piel de aquel otro me serviría para que se protegieran del frío los chiquillos, sus cuernos me servirían a mí para hacerme una herramienta... Este animal, Señor, yo te lo dibujo, tú lo miras como lo
miro yo ahora, mañana volveré y de nuevo dibujaré otras cosas de las que tendré necesidad, estoy seguro de que lo entenderás, que me ayudarás, que no me abandonarás, que gozaré siempre de tu protección. Ya sé que soy culpable, arrastro mi pena para siempre, pero tú, mi Creador, no puedes dejarme abandonado.

A Adán le gustaba mucho aquel rincón, estaba solo, pero se sentía invisiblemente acompañado, allá no llegaban los animales, ni siquiera sus hijos se acercaban. Estaba convencido de que sería escuchado y fue avanzando en su plegaria, inventó signos cuyo significado sólo él conocía. Aquel agujero de la roca se convirtió en el primer oratorio, la primera catedral. Ahora, cuando visito aquellos escondrijos y veo las figuras, más que fijarme en su belleza o en la oportunidad de su diseño, aprovechando los relieves de la roca me asombra ser testigo de los primeros intentos de la más grande y mejor intuición humana: la oración.
Todavía ahora, después de haber visitado unas cuantas cuevas prehistóricas, al ver estos dibujos-oración, los signos misteriosos o mágicos, como los llaman los paleoarqueólogos, que son recuerdos y señales de tales trascendentes diálogos, me siento conmovido. Ya sé que estos ensayos de reconciliación serían continuados por otros que los
mejorarían y que con ello aumentaría la esperanza humana, que el Adviento, el gran adviento de la humanidad iría /in crescendo/. Pero, hay que reconocerlo, el espíritu del hombre no quedaba satisfecho del todo, era necesario que alguien construyese un puente definitivo, que restableciese la paz y la amistad para siempre entre el hombre y Dios.
Llegaría mucho más tarde, siglos y siglos después, ocurriría cuando floreciese la plenitud del tiempo.

DE CÓMO ABEL, HIJO DE ADÁN Y EVA, HIZO EL SEGUNDO GRAN INVENTO: EL SACRIFICIO

Ya se sabe que muchos inventos hoy sirven y mañana son ya inútiles, que nuevos descubrimientos los superan y los primeros caen en olvido eterno, que se descubren malos usos, malos efectos que causaban daño. Lo que en un momento determinado parecía un gran progreso se arrincona totalmente caducado, útil sólo, en todo caso, para figurar en un museo. Pero algunos inventos resultan definitivos, y no se crea que estoy pensando en la rueda o el fuego, ni siquiera en los tejidos, que aún son útiles, se trata de algo referente a aquello de lo que hasta ahora se viene contando. Hay que tener en cuenta que actualmente para rezar nadie dibuja, pero la intención es idéntica, ahora se habla y se escribe,
hasta se traduce de una lengua a otra e incluso se charla sin decir nada, o sin pensar lo que se está diciendo y lo más curioso del caso es que a esto último algunos se atreven a llamarlo plegaria y a lo otro, a lo de las pinturas de las cuevas prehistóricas, se limitan a clasificarlos como dibujos mágicos, olvidando su entrañable religiosidad. Fuera disquisiciones, pues por este camino se llegaría a estructurar una especie de enciclopedia de la oración y lo que es importante no es tener kilómetros de estanterías llenas de libros sobre la oración, lo importante es rezar con sinceridad, cada uno como sepa y como pueda. Volvamos a Adán y a los suyos que todavía merecen nuestro interés. Cuando se hicieron mayores los hijos de nuestro protagonista su padre les reveló su más íntimo secreto, se los llevó al oratorio y les enseñó a rezar, aprovechó la oportunidad para contarles su pecado, que nosotros llamamos original, por ser el origen de todo lo que se ha
venido amasando y añadiendo por todos, incluidos los presentes, pero les animó a vivir aceptando las penas, a subsistir mediante lo que Dios, por medio de la naturaleza, les ofrecía. A vivir de ella respetándola, a vivir y a engendrar nuevas vidas, a crecer, caminar, progresar, jugar...

En una familia hay de todo, como dijo aquel: “cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas”. Uno de sus hijos, el llamado Abel, era un poco introvertido, salía solo por el bosque, pensaba mucho, era muy diestro en la caza de animales. El primogénito, Caín, era hábil en la búsqueda de plantas comestibles y ramaje apropiado para levantar cabañas y encender fuego y hasta para hacer puertas y soportes para protegerse mejor del viento y del frío en la cueva donde pasaban la noche. En una familia que de ninguna manera se la puede llamar numerosa, había, como en todas, profundas diferencias.

Abel meditaba una y otra vez lo que le había explicado su padre, él creía que nunca había pecado, pero tampoco se había preocupado de escuchar a Dios y esto no estaba bien. Sentía en el fondo una necesidad de comunicarse con Él, quería agradecerle que no hubiese exterminado a sus padres ya que él de esta manera había podido llegar a la existencia y disponer de animales, aprovecharse de sus huevos, de su carne, de sus pieles. Quería decirle que le reconocía como su Señor, que sus padres estaban acomplejados y que a él le tocaba animarlos y hasta protegerlos, sin saber cómo debía hacerlo. Que le habían explicado su pecado sintiendo gran vergüenza y que él, el más pequeño de la familia, quería explicarle la gran pena que sentían todos. Deseaba decirle estas y otras muchas cosas, sin saber cómo hacerlo, sin saber cómo dirigir el mensaje, ni a dónde enviarlo. Un día pensó: Dios seguramente habita en el cielo, el sol le debe acompañar y ser su mayordomo durante el día; por la noche, periodo en el que no debía tener mucho trabajo, con la luna y aquellas pequeñitas luciérnagas encantadoras, tantas y tantas como se veían, debía tener suficiente. Pensó también: las nubes que van y vienen, marchan raudas y tornan lentamente, deben de ser, dedujo, sus correos personales. A veces nos traen lluvia, en otras ocasiones relámpagos y truenos, con seguridad le deben dar noticias de lo que observan de nosotros. Meditaba un día y otro sobre estas cosas, hasta que se le abrieron unos ojos grandes como girasoles y se echó reír
contento repitiéndose en su interior: lo encontré, lo encontré, ya sé lo que he de hacer ahora: fabricaré una pequeña nube, la llenaré de buenos sentimientos, esperaré que se vaya y luego vuelva con alguna señal, estoy seguro de que si hago esto Dios no me ignorará, aunque yo sea tan poca cosa.

¿Cómo expresar los buenos sentimientos? se repetía una y otra vez. Es una desgracia no haber aprendido a hablar con la familia y para colmo pretender ahora hablar con un desconocido. Lo pensaba continuamente, se convirtió el tema en una obsesión. Estaba seguro de que tenía que haber un sistema para conseguirlo, en situaciones más difíciles se había encontrado y al final las había resuelto. El contenido, la fijación del pensamiento, era la misma, pero un día logró salir del círculo vicioso en el que hasta entonces se había encerrado. Se dijo: si todo lo que tengo proviene de Él, como nos explican nuestros padres, nada puedo darle que Él no tenga, a Él nada le hace falta, o, mejor dicho, sí, le falta recibir mi agradecimiento, el deseo que tengo de que no nos abandone nunca, la pena que siento por el pecado que cometieron mis
padres y mi comportamiento, que tampoco ha sido ejemplar. Quiero decirle que pienso siempre en Él como lo más excelso, como lo supremo que pueda existir...Tiene que haber alguna manera de poder conseguirlo. Un día descubrió el sistema de establecer un lenguaje que con seguridad le llegaría y sería él comprendido por el Ser Supremo. De todo lo que hasta
entonces había encontrado escogería lo mejor y se lo presentaría a Él como expresión de sus mejores sentimientos, prescindiría de alguna cosa buena, destruyéndola en su presencia. Escogería la mejor pieza cobrada en la última expedición y la convertiría en nube mediante el fuego que encendería debajo. Vería cómo subía con el humo, lo vería partir ilusionado. Así lo hizo exactamente: subió a una loma, recogió leña muy seca y la amontonó, puso el animalito muerto encima y prendió fuego. La carne se quemó y se hizo nube, que subía y se elevaba hasta perderse de vista; Abel, al no poder ya contemplarla quedó satisfecho, era señal de que ya había sido recibida, se sintió contento de su argucia, de su descubrimiento y se fue a dormir plácidamente.

Su hermano Caín lo había visto todo; como no se había inventado el lenguaje, todo conocimiento, toda comunicación, era fruto de intuiciones, así que con este sistema nunca había equívocos, se dio cuenta de lo que había hecho Abel, reconoció la enorme grandiosidad que tenía el invento, se sintió frustrado por no haber sido él, el mayor, el inventor, pero no quiso renunciar a que el que habita en lo más alto le ignorase. Subió a un monte mucho más alto que el que había escogido su
hermano, llevaba consigo espigas de trigo y hierbas aromáticas. También cogió leña de un árbol, quería encender una gran hoguera para demostrar a todo bicho viviente que él era el mayor, el más importante, el más fuerte, el más astuto. La llama prendió con dificultad, a las ramas verdes les costaba encenderse y protestaban emitiendo denso humo que no
se elevaba, soplaba el viento y se lo llevaba, a ras del suelo, hacia unos matorrales sin elevarse más de unos palmos. No había manera de conseguir una nube, no podía amasar humo con sus manos y proyectarlo hacia el cielo, parecía que su proyecto era despreciado. Por más que aplicaba fuego en uno y otro lugar de la pira, la llama no crecía. Caín no quiso reconocer su fracaso personal, no quiso agudizar su ingenio, no quiso esperar día propicio o escoger leña más apropiada, injustamente dio la culpa a su hermano que había tenido éxito en la empresa... y entonces apareció de nuevo una pequeña pero mortífera serpiente llamada envidia. Caín se dejó morder por ella, sopló sobre las cenizas, escupió encima de los tizones y se fue cabizbajo, rencoroso y triste a su casa, sin querer explicar su fracaso a nadie.

Por la noche una voz interior le decía y repetía que debía expulsar el veneno, que debía dejar de ser rencoroso, aceptar los acontecimientos, mirar al cielo, sonreír alegremente. Por la mañana pensó que todo aquello había sido una pesadilla, que debía cortar por lo sano y suprimir la pena que sentía dentro. La solución definitiva pasaba por acabar con su hermano, era preciso suprimirle, para que el Otro no pudiera escucharle y algún día conseguiría hacerse oír él, tanto si le gustaba como si no quería aceptarlo. Pensó que debía hacerlo lejos, muy lejos de la cueva, donde vivían sus padres. La primera ejecución fue como las otras, muy de mañana, solitaria, la víctima recibió el golpe dado a escondidas, consecuencia de una decisión perversa humana y no de un designio divino. Dios quiere la vida inocente para que ilumine en derredor. El hombre egoísta y miedoso sólo se siente seguro y tranquilo en la oscuridad donde nadie, ni él mismo, pueda verle.

Abel había muerto, el hombre había creado la anti-vida humana: el cadáver. Un chillido recorrió toda la tierra, el miedo, el pánico, el terror habían nacido... ¿Se encaminaba todo a la autoaniquilación? Mientras Dios acogía a Abel en su seno e iba recomponiendo amorosamente los destrozos causados por Caín, pensaba y decidía. Esto era la muerte humana introducida por el hombre en el Paraíso. Dios, que era la vida, observaba la muerte perplejo, no le gustaba, pero no era a causa de que
Él no la hubiera creado, no, no le gustaba porque un cadáver era incapaz de amar y a un cadáver no se le podía dar amor. Había que prepararse, este era el primero, detrás de él vendrían otros, rotos, desnudos, estatuas inmóviles, desagradables a los sentidos. Dios decidió soplar de nuevo y hacerlo cada vez que llegaran humanos muertos inocentemente. Pero no era suficiente, debía vencer la vida completamente. Dios en este momento se hacía un lío y volvió a pensar y recordar el gesto de Abel, el invento del sacrificio y se dijo sinceramente en su interior: es una cosa buena y me gusta a mí, enviaré un día a mi Hijo para que realice uno de estos sacrificios perfectamente bien hechos y acabados. Hay que saber, y consolarse con ello, que si Dios lo hace, cualquier cosa que haga, con seguridad estará excelente y perfectamente bien hecha. Él será la víctima perfecta, pero como se lo hará a sí mismo, mejorará también el oficio de sacerdote, que tan sabiamente había inventado Abel, y con este gesto será suficiente y la ofensa de Adán y Eva y la de Caín y las de todos los demás que les sucedan, quedarán olvidadas y reinará la paz en toda la tierra. Dios no se dio cuenta de que mientras iba pensando
todo esto con sus manos había reconstruido totalmente el cuerpo de Abel y le había estirado los brazos y crecían y crecían mucho, hasta convertirse en una enorme cruz. Maravillado se lo acercó a su lado y le invitó a un banquete. Comería pan hecho con el trigo que había pretendido

ofrecer Caín y el jugo de la uva de la cosecha de la parra de sus padres. Abel notó que aquella comida bendecida era buena, a Dios también le pareció bien y por eso quedó definitivamente establecido: una cruz sería la mesa, pan y vino se pondría encima y siempre habría un plato a disposición del que quisiera acercarse al festín. En el momento oportuno
se le ofrecería esto a los hombres como alimento reconfortante, que diese fuerza interior, coraje, esperanza, amor y vida.

Dios se durmió satisfecho conservando en sus brazos el cuerpo de Abel y soñó una humanidad nueva en la que llamaba a unos a caminar y se convertían inmediatamente en peregrinos de lo absoluto, a otros a observar atentos y permanecían fijos, rostro inmóvil a punto de cumplir sus deseos, otros a trabajar en bien de los demás y lo hacían con total docilidad; a la mayoría les pedía su compañía su generosidad procreadora y gentilmente se la daban. Aquel sueño de Dios era un taller de donde salía felicidad a toneladas, porque, como todo el mundo sabe, Dios no duerme nunca, nunca sueña, todo él es acción amorosa, resultado feliz, éxito.

INVOCACIÓN A ADÁN Y LOS SUYOS, O VISITA ESPIRITUAL A UN LUGAR APARTADO, PERO NO LEJANO, DEL PARAÍSO.

¡Paz, alegría, salud, buenos días! ¡Que Dios todo esto os lo conceda!

Todas las formas humanas de saludo que conozco os las quisiera dirigir hoy: ¡shalom, jaire, salve, buenas noches! Os encuentro sentados en el suelo, cansados, perplejos, un día se está acabando y el inicio del mañana es un interrogante, como cada atardecer sucede.

Estoy contento de veros reunidos, mi impresión es satisfactoria.

A ti, Adán, te admiro. Conociste la debilidad de Eva, experimentaste su perniciosa influencia, caíste como ella, pero después le diste la mano y caminasteis ambos decididos. El conflicto existía, no hay que ignorarlo y tú tampoco lo quisiste desconocer, pero no quisiste que existiera la ruptura ¿Qué porvenir hubiera tenido la humanidad si en el momento de la
quiebra hubieras decidido divorciarte tú de ella? Aceptándola como esposa, acompañándola como amante, acogiéndola como hermana, la hiciste madre de todos los vivientes. Por eso, Adán, eres para mí ejemplo de fidelidad, coraje, generosidad y esperanza.

Os ha tocado luchar contra una naturaleza adversa, descubrir el escondite del animal que será vuestro alimento, el rincón donde crece la planta que os proporcionará un jugo agradable y el frutal que os ofrezca el final de una flor que quiere sobrevivir en la semilla, pero que vosotros haréis de ella alimento. Este ingenio en vuestro proceder se convierte en progreso, por eso os admiro y pienso que yo, que tengo máquinas, dinero, herramientas múltiples y sofisticadas, mercados
provistos de toda clase de alimentos, sin más esfuerzo que comprarlos, he atrofiado la astucia y no gozo del júbilo que da el triunfo, después de haberse arriesgado esforzándose por conseguir algo, no tengo la satisfacción de poseer lo que con gran constancia he buscado con ahínco.

El progreso... Tu, Adán, no sabes nada de producto interior bruto, de índice de precios al consumo, de nivel de vida, de precios del palmo de terreno urbano, de contribuciones ni de impuestos de renta a las personas físicas, eres tan ignorante de todas estas cosas que a mí me preocupan, que quedo aturdido al contemplarte.

Adán y familia, yo os veo ahora cerca de Dios y por eso quisiera que me procuraseis estas cualidades que poseéis y que no estropean la existencia. En mi admiración hacia vosotros ya obtengo un enriquecimiento personal. ¡Adán y Eva, no nos abandonéis!

En esta visita espiritual que os hago, os encuentro que sois familia humana hecha clan, tribu, nación, estado, humanidad entera, y esta complejidad de nombres que os puedo atribuir a vosotros, cogollito humano, es una prueba evidente de que todos nosotros, en ti y en Eva, somos una única especie, una idéntica mirada hacia el porvenir, hacia la eternidad, hacia Dios. ¡Que nunca la diferencia de raza, si es que existen razas humanas, la diversidad de naciones de procedencia, que nos acrediten con sus documentos de identidad, las distintas lenguas con que nos expresamos, sean pared que nos separe, motivo de ignorancia o de desinterés, entre nosotros, excusa para la agresión o injusto desprecio.
Que la existencia, que biológicamente hemos recibido de vosotros, sea, con la Fe, un motivo para sentirnos unidos con todo el mundo.

No sé dónde estoy, no sé situar el Paraíso, ni tú ni la memoria colectiva humana, han conservado el recuerdo geográfico del lugar donde estuvisteis situados y que sin duda fue cerca de donde yo ahora, en mi imaginación, os contemplo. Pero en cualquier país donde me desplace está presente el hecho fundamental de nuestro común origen, estamos, nosotros
y vosotros, invitados a la felicidad, es un instinto profundo y agudo, como la sed y el hambre, que no se pueden ahogar, que no se pueden olvidar, ni siquiera un momento. Hay una conciencia colectiva de que se ha perdido algo que de alguna manera nos pertenecía, la constatamos en relatos y leyendas primitivas que han llegado hasta nosotros de diversas
formas, de aquí que lo busquemos con inquietud. El pecado original que yace a veces oculto en lo profundo del hombre, es universal, tanto si lo llamamos así como si se le da otro calificativo, especialmente si los que utilizan el concepto son jueces o psiquiatras. Llamarlo pecado tiene una ventaja, en este concepto se incluye la posibilidad de perdón, de remisión total, de Redención divina, en una palabra. De aquí que sentirnos pecadores, hijos, nietos y tataranietos de pecadores, nos sumerge en un río de esperanza que desemboca en el nacimiento de un Niño Dios que restablece la paz del Paraíso, al ser aceptados por Dios con amor de padre. Pero si le llamamos complejo, psicosis, trauma ¿quién nos puede asegurar que habrá una curación total? ¿Vale la pena vivir serenamente, democráticamente, tolerantemente, desconociendo la
esperanza en una eternidad feliz? ¿Pueden satisfacer de eternidad los psicólogos? De aquí, Adán y Eva, que al encontrar vuestras imágenes en pórticos, capiteles y retablos, me motiváis a la reflexión profunda, sois fracaso pero también promesa de salvación, símbolo de amor y de esperanza. Yo os pido hoy, para mí y los míos, vuestra intercesión ante
vuestro Creador, que también lo es mío.

*/ORACIÓN A DIOS QUE MIRA Y PARECE QUE NO VE, PERO QUE OBSERVA CON INTERÉS A LA FAMILIA HUMANA, IMAGINANDO YA LO QUE EN LA LEJANÍA EMPIEZA A APARECER Y QUE CON SEGURIDAD NO ES UN ESPEJISMO Y QUE ÉL ESTÁ SEGURO DE QUE SE TRATA DE SU HIJO QUERIDO Y PRIMOGÉNITO/*.

Señor, los científicos me hablan de los secretos del Universo, de la grandiosidad del Cosmos, de la complejidad de la materia, de la armonía que hay en sus más pequeños componentes, del poder de la energía que en todo lugar existe oculta. El mundo de la materia está en progreso, evoluciona mejorando, a su lado puede haber error y freno para que nada
crezca; no obstante progresa siempre.

Señor, el mundo de la conciencia, de lo que es espíritu individual, no hace falta que nadie me lo repita, es abundancia del mal, dominio de lo más perverso, ambición de los poderosos que oprimen a los más débiles.
Sé que no todo es siempre así, pero en mis malos momentos no veo otra cosa. Tú, Señor, parece en cambio que te olvides de todo esto negativo y que no me olvides nunca a mí. Cuando te tengo presente, me siento sumergido en esta tu esperanza, veo que me contemplas con serenidad y que de vez en cuando me alargas la mano y tu bendición desciende sobre mí regenerándome. Entonces enderezo mi quehacer cotidiano y, aunque lo olvide después, algo de mi interior ha cambiado definitivamente, y, a medida que mis días se prolongan me siento mejorado un poco. Yo me pregunto entonces ¿por qué no has olvidado al hombre? ¿por qué no me has olvidado a mí, que soy un resumen de errores, engaños y egoísmos?

Ya lo veo, Señor, tú te has comprometido con los hombres, quieres que sean tus interlocutores con el universo entero, quieres que incorporen todo lo creado en su ser, para transportarlo consigo a tu eterna bienaventuranza. Quieres ser su amigo, quieres ser mi amigo, quieres compartir, de aquí que fácilmente perdones nuestros pecados.

Yo te amo, y mi amor al entrar en ti no se hace coquetería.

Yo te pregunto, y mi interrogación no la recibes con indiferencia.

¿De donde sale tu interés por el linaje humano, en el que me siento sumergido?

¿Por qué no enviaste un castigo total, que nos alejase de ti definitivamente o que nos aniquilase del todo?

¿No es tal vez esta predilección una señal de que Tu, en la Persona de tu Hijo, has querido desde la eternidad compartir con nosotros nuestra misma vida?

Todo es gracia, gratuidad gratuita, de ti recibimos todo de balde y somos incapaces de comprenderlo. Sé lo que es puro amor de hijo, pues lo recibí a raudales. Sé algo de lo que es enamoramiento, también lo que es la amistad. Esta capacidad de amar que me has dado no es más que una prueba, un reflejo, de lo que eres Tu mismo, un ensayo, una ínfima experiencia, una oportunidad de vivir en el instante, la experiencia de una existencia total junto a Ti, que sólo podré lograr en la eternidad.
Cuando amo, me siento divino y, sólo entonces, sé lo que soy. Y al ver el peligro que tengo de poder dejar de amar, o de sentir que puedo ser olvidado de todos, entonces me doy cuenta de lo que es la muerte.