Encrucijada-Cruilla-Carrefour
Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Por el andar de mi vida me he encontrado en encrucijadas
por el camino de mi vida.
Son momentos capitales, debía optar.
Había diversas opciones:
atractivas, enigmáticas,
seguras unas, inciertas las más.
Había que hacer una opción y yo era libre,
vivía agobiado especialmente por la libertad que tenía,
en este concreto momento.
Y situado en el centro mismo de la encrucijada,
he contemplado diversas elecciones
y que, en consecuencia, debía aceptar muchas renuncias.
La vida está repleta de encrucijadas,
son los momentos álgidos de la aventura histórica.
Un camino sin encrucijadas
es un viaje encajonado, prisionero, sin iniciativas,
es como rodar por una carretera
en medio de vehículos de gran tonelaje.
Es vivir lleno de seguridades, como si fuera un viaje
con un "for-fait" total y gratuito,
que no sirve para nada, que es todo él monotonía.
Pero yo que amo el riesgo
pues sumergido en él me siento joven,
cuando vislumbro una encrucijada,
en el mismo momento que la entreveo,
en mi devenir personal,
en mi historia concreta, menuda, individual,
siento que vivo más intensamente,
que soy más hombre,
que soy conciente de tener conciencia,
momento este álgido del existir.
Y al decidir, al determinar, después de calcular,
que por meditados que sean los cálculos
pueden derivarse conclusiones erróneas
y empezar a caminar por el sendero que libremente escogí yo,
reconozco que en la encrucijada he tenido una vivencia tal
que este lugar y estos instantes
han sido la mejor celebración de la vida, de mí vida,
que se me ha dado experimentar,
gozándola.
Yo marchaba decidido y distraído,
sin pensar en nada, sin amar a nadie, ni odiar.
Nadie me preguntaba,
prescindía de todos y todos prescindían de mí.
De repente me he encontrado en una encrucijada.
Abundaba gente allí estacionada, unos dudando
como yo habían emprendido el camino
y se daba el caso
que ahora no estaban seguros hacia donde debían ir.
Otros habían hecho de la encrucijada
un lugar de encuentro e intercambio,
compartían amigablemente sobre sus orígenes,
su actualidad, su presente,
sus proyectos.
Era preciso separarse,
no obstante, la riqueza de este encuentro
nadie ya podría arrebatárnosla.
Me he encontrado a un compañero,
hemos ido un trecho juntos,
nos hemos ayudado mutuamente,
hemos aprendido a marchar al mismo ritmo
hasta llegar a otra encrucijada,
en aquella en la que era preciso que nos separásemos, pues,
cada uno debía ser fiel a sí mismo, al propio rumbo.
Nunca se borrará el recuerdo de aquel viaje juntos,
de ninguna manera se perderá el amor que había germinado,
vivido y crecido en ambos,
mientras caminábamos codo con codo,
avanzando siempre
Con pesar ha sido necesario separarse,
había, sin lugar a dudas, que hacerlo.
Alejarse ha sido triste, no obstante, nos hemos separado enriquecidos.
Y ahora pienso: si en mi vida no hubiese habido encrucijadas
y hombres vacilantes o audaces
que se detenían un momento antes de decidirse,
mi existencia con seguridad
sería pobre, le faltaría la inmensa fortuna espiritual de la amistad.
Aunque era capaz de hacer sólo
un camino aun más largo
del que he podido recorrer, porque iba junto a un compañero
hubiera sido diferente.
Y vuelvo a pensar cuantos otros
en semejante circunstancia no han encontrado
a alguien,
a un amigo,
a una enamorada o a un enamorado,
cada cual a su manera,
según su personal necesidad o conveniencia,
los tales son ahora y para siempre caminantes,
peregrinos eternos, desencantados,
vagos viajeros, entre las dunas monótonas
del infinito.
En cierta encrucijada he topado con una fogata mortecina,
quizá leñadores o pastores,
tal vez cazadores, quien sabe que clase de personas
la habían encendido anteriormente,
lejos del peligro de que el bosque se incendiara,
cerca de la leña que le ofrecía el mismo bosque.
Unas piedras bordeaban las cenizas y tizones, eran su límite.
Han venido otros caminantes,
sentados en cuclillas, todavía notábamos
el calorcillo tibio de unas brasas generosas
ocultas a la superficial mirada del que pasa atolondrado.
Hemos evocado una hipotética escena:
seguramente aquí habían compartido un almuerzo
y había surgido y cultivado la amistad.
Hemos pensado en unos hombres que por un momento
se habrían detenido y vivido en común
en un sencillo círculo.
Este testigo abandonado y anónimo,
esta fogata,
ha sido seguramente acicate para amar.
Amarse ellos y ¿por qué no?
Empezar a amarnos también nosotros
¡Que sería de nuestra vida si nunca nos parásemos
en una encrucijada
a mirar un fuego sólo humeante
y levantar la vista al cielo!.
A calentar nuestras manos en las acogedoras brasas
y mirar la fugitiva y juguetona llama
que ha brotado de repente porque alguno
ha soplado
dando un hálito de vida
donde todo parecía ser sólo cenizas,
otro ha añadido unas ramitas
y un tercero ha amontonado el rescoldo con primor
y todos juntos hemos reído y disfrutado
al conseguir que naciera un fuego vivaracho.
¿Imagináis algo más encantador
que un fuego encendido en medio de un bosque
en el centro de una encrucijada
de destinos inciertos, de desconocidos caminos
de enigmáticas posibilidades ofrecidas al caminante anónimo?
Pero hermano no confundas nunca
la encrucijada de caminos
con un cruce de carreteras.
Pues en este caso encontrarás
limitaciones, preferencias y dependencias,
indicadores de sitios a donde tu no quieres ir
y ausencia de datos que te interesen y te ayuden
a dirigirte a donde tu quieres encaminarte.
O deberás pararte sin otro motivo
que el que ves una señal roja y la palabra stop
colocada tal vez en una llanura inmensa
donde ningún vehículo se mueve.
Deberás pararte sin otro motivo
que la obediencia a un signo
y, probablemente,
si te distraes al no ver una flecha en el asfalto,
pintada o medio borrada, da lo mismo,
deberás marchar tal vez
hacia donde tu no querías dirigirte.
En un cruce de carreteras
puede estar presente y severo
todo el peso imperativo de la ley
y un error tuyo condenarte a una sanción.
En un cruce de caminos nunca existen tales desventuras.
Hermano, ten cuidado con los cruces de carreteras
pero no olvides nunca, muy al contrario, acuérdate siempre
que si vas a pie o a caballo
en bici o en moto
o en un "todo terreno"
quizá una encrucijada de caminos
que, te vuelvo a recordar, es muy diferente a una intersección de carreteras
puede ser el inicio de la más apasionante aventura
y, en el itinerario espiritual de tu vida,
la decisión, la opción, la renuncia
y la fidelidad a la determinación que hayas tomado
serán el motivo más importante de tu fidelidad
de aquí,
en esta tierra y en este tiempo,
del alma y el aquí,
que puede condicionar
tu existencia eterna
Pienso muchas veces
en una encrucijada que me encontraré
no sé donde,
ni siquiera sé cuando,
hacia la cual con toda seguridad yo me dirijo.
La llaman muerte casi todos,
para otros es la llegada a la Patria.
Creen unos que es un encuentro definitivo con el Padre,
otros piensan que es un infortunio absurdo,
un total aniquilamiento.
¿quién es capaz de contar desde cuantos lugares, se llega
a esta encrucijada suprema de la vida?
¿a cuantos lugares se puede llegar desde ella?
¿cual es el preferente y cual el maldito?
No tengo hecho ningún cálculo,
ni quiero hacer preparación concreta,
estoy seguro de que lo que crea saber,
para tener seguridad o éxito,
en aquel instante perdería su valor
y su valer.
Me ocurre que espero encontrar en tal momento
a Jesús
y encontrarme yo mismo a mí,
ambos muy juntos
yo a su lado, en la encrucijada salvadora del Calvario
La vida humana cuando más se es consciente de ella
es viviéndola en relación con los demás.
Una relación amorosa,
Enriquecedora,
comprometedora o comprometida,
es decir: viviendo sólo en amistad.
Digo bien: sólo, ya que el hombre nunca debe engancharse,
unirse sí, jurarse fidelidad también,
pero nunca pringarse.
Una tal relación es fascinante,
en cualquier situación anímica que estés,
en cualquier necesidad personal en que te encuentres,
en cualquier iniciativa que para el futuro tengas.
Viviendo en esta privilegiada situación
uno tiene compañía
uno se siente inundado, sumergido, en el amor.
Quiero siempre permanecer y procurar ser siempre
una encrucijada de amistad
en medio de un mundo de incomunicados
personales
aunque este mundo goce de abundante y sobrada
comunicaciones de masas.
Muchas veces oigo a alguien que con aplomo
convencido,
afirma, defiende, impone,
algo que yo por experiencia
sé que no es seguro,
aunque tal vez tiene alguna razón para pensarse
o que tengo comprobado que es reprobable,
que tiene algún acierto, pero no es sostenible,
carece de fundamento firme,
está basado sólo en casuales encuentros.
Son personas con frecuencia vacías de Fe, imbuidas de fanatismo
que ignoran, o quieren ignorar,
que una conclusión,
que una verdad,
que un compromiso aceptado,
sólo puede surgir de una situación personal
en situación de búsqueda de orientación,
situado en una Rosa de los Vientos en la que se contemplen
múltiples posibilidades,
de una encrucijada de ideas
que uno libremente
ha de estudiar, ha de verificar
e iniciar el progreso del conocimiento personal
sin olvidar nunca
que es fruto de una compleja situación
de la que ha de salir comprometido.
De aquí que yo, para los fanáticos, para los sectarios,
para los visceralmente convencidos,
no tenga tragaderas.
Ellos ignoran la seguridad que da
la insegura decisión tomada valientemente
en la encrucijada espiritual
de un momento clave de la existencia.
Mientras pensaba que la encrucijada en el bosque
es el más fascinante lugar que uno pueda encontrar,
evocador de las más diversas realidades
que el hombre pueda conocer,
esta noche he soñado un bello acontecer.
Lo miraba desde arriba,
como si lo viera desde el lomo de un gran pájaro,
corrijo, como si todo lo estuviera viendo
desde un globo, pues todo era silencio.
De diversos lugares partían, se acercaban, convergían
diferentes y multitudinarios grupos.
Iglesias eran unos, asambleas otros,
algunos no querían etiquetarse de ningún modo
y afirmaban simplemente que eran cristianos.
En cada colectivo algunos hablaban con voz recia,
caminaban otros en silencio,
observándolo todo a cada lado,
preocupados sólo en hacer el bien
a cada instante.
Había quien siempre miraban a la lejanía
y señalaba a los demás.
Increpaban, reprimían, desacreditaban
afortunadamente eran grupúsculos minoritarios
o amorfa multitud.
Iban quedándose rezagados,
perdiendo contacto con los suyos
perdiendo poco a poco su identidad cristiana.
Eran conscientes de que los más caminaban hacia un punto
semejante, mas bien idéntico, para todos,
casi siempre acercándose
con gritos alegres se fundían,
bondadosos que eran
se tornaban resplandecientes, transparentes.
Los que increpaban se perdían extraviados por el desierto.
Empezaron los signos de saludo,
se estableció un único idioma,
asombrados observaban que este lenguaje,
que no era exclusivo ni propio de ninguno,
a todos les era común
pero identificaba a cada uno,
sin encontrar contradicción entre ellos.
Fácilmente abandonaba aquello que para el otro era molesto
y no por eso se perdía nada propio.
Los buenos, los santos, de diáfanos que eran
de notoria limpieza de corazón,
su interior se transformaban poco a poco en figuras reflectantes
de una luz central que lentamente amanecía y se hacía nítida.
Sin darme cuenta sentí que me hallaba en el Tabor
Cristo se transfiguraba,
los hombres se abrazaban,
la montaña era un hito de identificación,
de intercambio, de amor.
Encrucijada en una cumbre
que nunca se debía abandonar.
Era la definitiva llegada de Jesús a la humanidad,
que jamás desde entonces serían capaces de dejarlo sólo
aunque quisieran,
que jamás se abandonarían entre ellos.
Encontrar una encrucijada es un don de Dios,
atravesar por la vida mil encrucijadas,
prueba
de una gran predilección,
de una gran responsabilidad
respecto a sí mismo,
respecto a su quehacer,
respecto a su vivir,
respecto a su soñar,
que acrecienta el interés por vivir
y por tener
riqueza espiritual
y júbilo.
Si hablamos de encrucijadas
hay que hacerlo con precaución.
No son todas idénticas
unas son inocentes,
y las cruza sin pensarlo demasiado.
Si yerra el camino
puede volverse y escoger otro
sin embargo otras son importantes,
no son encrucijadas traicioneras, no,
no esconden trampas,
son encrucijadas que definen
para toda la vida,
al hacer una elección,
que comprometen a toda la persona,
que tal vez al alejarse algo más tarde,
uno descubra atónito que el elegido no era el sendero más acertado,
que existía un atajo más directo,
que no lo había tenido en cuenta,
al hacer la importante elección
la definitiva elección,
pero que aunque no sea el camino más directo,
es el que uno libremente escogió.
La fidelidad a la elección es lo importante
y con mayores o no tan grandes dificultades,
tal vez haciendo un rodeo,
se pueda honorablemente llegar a la cima,
con seguridad.
Y al revés: si tratase de retroceder,
de buscar la antigua encrucijada decisiva,
ya perdida en el pasado
o de abandonar el camino emprendido
a favor de una ruta halagadora
con toda seguridad su vida incongruente
se hundiría en la depresiva nausea.
Si llegando a una encrucijada
quieres hacer una buena elección
debes, en primer lugar, orientarte,
saber donde estás y adonde quieres ir,
tener muy en cuenta quien te reclama,
cual es tu vocación,
ya que, si te hicieses centro de ti mismo,
norte vital de tu existencia,
la encrucijada resultaría parada inútil,
pérdida de tiempo,
complacencia digna de desprecio.
Pero si te sientes llamado y pones todo tu afán
en ser fiel a quien te llama o te reclama,
mira al cielo, eleva tu mirada
observa el sol, el Sol Naciente,
pisa con firmeza en tu suelo, alarga la mano
allí donde la sombra de este Sol te indique
marcha
y con seguridad te encontrarás al indigente,
podrás prestarle ayuda,
descubrirás al amigo, que ya no abandonarás,
a un nunca imaginado colaborador,
podrás marchar decidido hacia allá donde tus pies
encuentren el camino que para ti, sin saberlo,
antes,
estaba trazado.
Hermano, en las encrucijadas de las que te estoy hablando
nunca te asustes,
ni te sitúes en ellas con frivolidad.
Si encuentras niebla, párate
sólo el Sol Naciente, los rayos que para ti envía
serán fiel y buen criterio
del camino que has de seguir.
En la encrucijada más insólita de la vida
en el interior más profundo de tu ser,
en el lugar más inhóspito en el que te puedas encontrar,
no estarás solo,
si tu no te has hecho así por tu pecado.
En la encrucijada en que a menudo te encuentras,
que es angustia, incomprensión, fracaso aparente,
sin duda Cristo está esperándote
ha preparado un banquete para ti
comenzado o tal vez a medio preparar
quizá tu debes añadir de lo que tienes,
como hicieron en la orilla del Lago los discípulos,
al compartieron el almuerzo aquella mañana
y en aquel momento
iniciaron decididos un camino decisivo.
La compañía, el diálogo con Cristo
nunca debes olvidarlo.
Encontrarás el ánimo que necesitas,
la seguridad que te hace falta,
la fidelidad a una experiencia,
de fidelidad
al compartir tus propios bienes generosamente
con el Cristo total,
con el pobre, con el enfermo, con el necesitado.
Es una experiencia inefable,
creerás al principio que la iniciativa ha sido tuya,
pero era Él,
como entonces en el mar de Galilea,
que hacía rato te esperaba
silencioso, medio escondido
en la encrucijada más anónima
e inesperada de tu vida,
bajo la capa anónima
del que creías era sólo un indigente.