Escasez de sacerdotes (I)

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

No seré tan ingenuo que crea tener una solución para el problema. Me parece, eso sí, que puedo decir alguna cosa al respecto. Considero que es un error, "falta de ignorancia" me gusta llamarlo, centrar el problema en la cuestión del celibato. Quien desde este ángulo se lo plantea, no estaría mal que se diese una vuelta por el mundo, hoy en día no es necesario viajar para hacerlo, viera y juzgara las peculiaridades que soportan aquellas comunidades cristianas en las que sus ministros son por lo común, personas casadas. Imagínese el lector, por ejemplo, el problema personal y comunitario que supone un adulterio del que preside una asamblea, o su divorcio. Y de esta imaginación, vaya sacando consecuencias. Añádase que estas comunidades también sufren escasez de ministros. Derivaré a otros terrenos, reconociendo que mi caso personal, mi situación histórica e íntima en este aspecto, no es, por lo que en mi larga vida he ido observando, representativa de una buena parte de los de mi "gremio".

Me parece a mí que, en muchos casos, en el seno de una cultura rural como la que hasta hace unos años se daba por estas tierras, el ansia del chiquillo, para cuando fuera mayor, no era ser presbítero, sino ser "señor cura" o "señor rector", con las consecuencias que el tal status social suponía en la población donde él habitaba. El cura, con el maestro, el médico y el boticario, eran personas respetadas, comúnmente relacionadas profesional y socialmente. Quiero decir que podían encontrarse en la misma casa, el maestro acompañando a un alumno al que su padre se le moría, el médico asistiendo al enfermo, el sacerdote confortándole y administrando los sacramentos y hasta llegándose a la farmacia, para que el farmacéutico le preparase una fórmula magistral recetada por el galeno. Hasta su antiestético bonete le proporcionaba una categoría que no conseguía la espectacular gorra de plato del alguacil. Una figura así deseaba ser aquel chiquillo. Entró en el seminario aprendió humanidades, latinajos y solfeo, amén de padrenuestros. El celibato no le preocupaba, en el mismo pueblo había otros solteros o solterones, cuya existencia no resultaba trágica. ¿Qué queda hoy de una tal figura? Que cada uno, desde su localidad y reviviendo recuerdos, se lo responda.

Me parece fundamental hacer un planteamiento previo. Una cosa es vocación y otra ocupación pastoral.

Al oficio u ocupación canónica, últimamente, se le da la desafortunada expresión de agente de pastoral. (Uno entiende que exista de seguros, de la propiedad inmobiliaria, de tráfico, pero no un agente de la Gracia). Afortunadamente, en el último documento pontificio, creo que la palabreja, aparece en una sola ocasión, sustituida en otro lugar por la más afortunada de responsable.

La vocación presbiteral, y su respuesta a ella, es una vivencia maravillosa. Dios se convierte en un ser que te ama con pasión, y con pasión te prueba, y al que amas con todas tus fuerzas. Confieso que no puedo, en ocasiones, dejar de entrar en mi iglesita y darle un beso al sagrario, mientras le digo a Jesús-Eucaristía: ¡eres un sol! La respuesta positiva a la vocación, convierte la vida en una aventura apasionante.

La ocupación pastoral es harina de otro costal. Condiciona el planteamiento de la propia vida y la satisfacción o angustia, que de ella se pueda derivar. Aquí es donde y cuando, se debe situar la cuestión del celibato. Si bien parece que consista en la privación matrimonial: ausencia de enamoramiento, relaciones sexuales y paternidad, uno se encuentra con frecuencia, y sin tenerlo previsto, con la carencia de hermandad sacerdotal y paternidad episcopal. Y para esto nadie le había preparado. Continuaré.