Escasez de sacerdotes (II)

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Pensaba estos días, recordando lo que había escrito la semana pasada, que era útil comparar dos libros de éxito notorio, editados con 50 años de diferencia y separados geográficamente por el inmenso océano. Se trata del simpático "Un cura se confiesa", del español Martín Descalzo y "Sin tapujos, la vida de un cura", del presbítero argentino J- G Mariani. Un sacerdote apasionado, lee los dos apasionadamente, identificándose con los autobiografiados, en muchos momentos. Que Martín Descalzo le parezca a uno de absoluta ortodoxia y no comulgue con algunos de los procederes del otro, no significa que canoniza a uno y demonice al otro. Recuerdo haber pasado por tierras de juventud del primero, donde algunas chicas se disputaban ser el romántico amor del que después sería, entre otros galardones, premio Nadal y reconocido escritor espiritual. Pero no olvido que no siempre fue aceptado. Que un familiar mío no pudo gozar de que presidiera su boda, pues, las correspondientes autoridades catedralicias, no le concedieron la canónica licencia. "Un cura se confiesa" es el entusiástico relato de una vocación sacerdotal. "Sin tapujos", es la vehemente narración de una larga vida ministerial, puesto el acento en fugaces ilusiones, intrigas, deseos, descubrimientos y frustraciones. Se goza de las ocurrencias del primero, admira la gran cultura que demuestra el autor, cultura clericalista, más que cultura eclesial, y piensa que tal vez sea esta la raíz de sus errores prácticos. Para un mundo tan inclinado al morbo, este segundo le interesará mucho más que el primero y gozará, enterándose, de los múltiples entresijos del devenir de los del "gremio".

Continuo como acabé. El problema de la escasez de sacerdotes es complejo, pero opino ingenuo error imaginar que todo gravite en la ausencia de realidad matrimonial de sus miembros. Otra cosa es creer que la ausencia de otros legítimos amores humanos sea una de sus desgracias. Me atreveré a sugerir pistas en este sentido, deseando resulten útiles. No quiero retroceder a tiempos sotaniles. Me digo con frecuencia, que ni llevaré sotana, ni anudaría corbata (sin que esté dispuesto a derramar una gotita de sangre por defender el postulado). Pero el "uniforme" iba acompañado de una costumbre laudable: la clerecía se saludaba siempre. El sencillo gesto de levantar el sombrero, musitando unas palabras, acumulaba en el subconsciente una convicción: soy un hombre acompañado. Algo así como se explicaba de los legionarios, que le bastaba a uno el grito de "a mí la legión" para, inmediatamente, verse defendido y arropado por la tropa. Lamento constatar que cosa paralela, hoy en día, entre nosotros es inimaginable. Se entera de que ha tenido junto a sí a un sacerdote, que sabía que uno lo era, pero que no le ha dirigido una palabra que expresara el compartir ideales y reconocerse como tal. Recuerda uno la expresión de los de la banda del Saone, en los preciosos relatos de Mowgli, del "Libro de la selva", cuando a penas se divisaban, proferían el grito: tu y yo somos de la misma sangre, para no correr peligro y gozar de ayuda. Y lamenta no sentir el privilegio de los de aquella manada.

Si triste es la carencia de hermandad sacerdotal, y su reconocimiento, lo es también la de amor paternal de obispo. Vaya por delante, que soy de los que ha gozado de simpatía episcopal, que conservo como oro en paño, varios regalos de unos cuantos, pero esto no es frecuente, ni común. Se lo decía, no hace mucho, a un obispo: no hay que olvidar que se reza pidiendo a Dios sacerdotes, pero no hay campañas de oración suplicando vocaciones episcopales. Y, ya que se trataba de ejemplar excepción, sonreía él al escucharlo. En las estancias, oficinas, palacios episcopales o como quiera llamarse a sus residencias, hay falta de cordialidad, de afabilidad. De otra manera serían los encuentros entre obispo y presbítero, si junto a la mesa de despacho, encontrara el visitante una cafetera a punto o una simple nevera con refrescos que ofrecer. El Vaticano II redacto admirables documentos teológicos, faltaría, tal vez un tercer concilio, que sugiriese criterios de convivencia clerical.