Sábado doce

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Tenía previsto otro título y otro contenido. Pero me veo incapaz de olvidar y dejar de trasmitir unos acontecimientos, que no estoy seguro de que hayan caído en la cuenta los lectores. Advierto que no soy esclavo de la TV, que pueden pasar meses sin que vea un sólo programa. Otra cosa es que acostumbre a conectar a algunas horas, para inducirme beatífico y reconfortable sueño, unos minutos. Creo que el tal sueño me conviene y al tal inductor, le acompañan efectos secundarios inferiores a los de cualquier vulgar benzodiacepina. Pues bien, el 12 de mayo pasado estuve encadenado a la pantalla más de 8 horas y lo fue con premeditación y alevosía. Tengo la impresión, valga la imagen, que mi empresa, Santa Esposa de mi amado Jesucristo, organiza convenciones en las que, sin moverme de casa, puedo participar, gozar y enriquecerme espiritualmente. Y que conste que no olvidé ni el rezo de la Liturgia de las Horas, ni la misa.

Primera plática. Conexión con Stuttgart. Título "juntos por Europa". Asisten varios miles de personas de todo el continente. Cada uno, por lo que parece, ha ocupado el primer lugar libre que ha encontrado. Quien habla al iniciar la reunión en la que participan 250 movimientos de las iglesias o confesiones católica, protestantes, ortodoxos o anglicanos, invita a que, antes de proseguir, se saluden los asistentes. Nada de besitos y abrazos cargados de aspavientos, como se estila en ciertas misas. Ve uno que, mas que gestos, hay sencillo diálogo. Por los "uniformes" que algunos visten, se observa como intercambian presentaciones un clérigo anglicano y una monja católica. O un pope ruso con un impecable, en su atuendo, gentleman inglés. No hay grupitos. La lengua más común es, obviamente, el alemán, pero hay quien se expresa en italiano o en francés. Son famosas las reuniones de Asís, y no seré yo quien niegue su importancia, pero me parece más costoso y ejemplar conseguir esta, de la que estoy hablando. Me preocupa la separación de los cristianos, pero sufro más y en proximidad, la desunión de los católicos. Sobrevuela por el auditorio el espíritu de Chiara Lubich, que se encontraría allí a sus anchas. No asiste, pero se lee un mensaje suyo, profundo, en su peculiar y elegante estilo ameno.

Segunda plática. Roma, plaza de S. Juan de Letrán. Millón y medio de personas exaltan, analizan y proclaman su fe en la familia, según estilo cristiano. Tres horas y media de pie es mucho coraje. Me he unido a ellos, pero yo estoy sentado. Asisten, discretamente, gente "uniformada" de Iglesia, pero, el protagonismo lo ejerce gente laica.

Meditación. El Papa visita la "fazenda da esperança". Es el acto que esperaba con más ilusión. Emocionante. Emoción en los que dan testimonio de sus tristes experiencias, de su dificultosa rehabilitación, de su felicidad por haber encontrado más de lo que buscaban: Fe e Iglesia. Valiente plática del Papa que está sentado en una rústica silla, que me recuerda, por su estilo y técnica, las de las instalaciones de los campamentos scouts. Habla de curación, de valores humanos, de Cristo. Se atreve a aplicar el texto evangélico de los que escandalizan a los niños, a los traficantes de drogas. Valentía por su parte, humildad por la de los que se reconocen niños engañados.

Oración. Por la noche rosario. Trato de rezar con devoción. Observo como el portugués (como el italiano y el francés) no cae en el inexacto "Dios te salve" (María no necesita ser salvada). Me esfuerzo en seguir la plegaria, pero me quedo dormido. Me despierto antes de la bendición.

Me he sentido muy unido al viaje, agradezco al Señor el detalle de que, en un momento en que me aparto para comprobar si se está grabando el programa, veo que me llega un e-mail de Brasil. Sofía, una estudiante católica, me saluda y me confía que su hermano, a quien también conozco, esta pensando en hacerse sacerdote.

Me voy a dormir rendido, bastante después de medianoche. Me espera una mañana de celebración de tres misas, una de ellas en una montaña y una tarde en la que debo redactar, además de este, otros dos artículos. Obvio es decir que me siento feliz. La única cosa que me había preocupado era la pequeñez de mi trabajo, de mi labor en la Iglesia. Me ha tranquilizado Andrea Ricardi cuando ha dicho que el Señor, rodeado de una multitud, se fijó en aquella pobre mujer encorvada, y la curó, señal de que el Maestro la amaba (Lc 13,11), estas palabras me han recordado que a mí también me quiere Dios y me he dormido como un bendito.