Camaleón

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Me hablaron en la escuela de este bicho. Era capaz de cambiar de color, según su entorno. Me lo imaginé animal mágico. No esperaba verlo nunca, ni sentía curiosidad por él. Ya de mayor, había observado en insectos y en las diminutas orquídeas, la capacidad mimética, cosa que arrinconó el interés que pudiera tener por el camaleón.

Después de lo dicho, se comprenderá la sorpresa que tuve un día, en Tierra Santa, en Meguido, cuando un compañero se fijó en una especie de lagarto grande, que estaba al lado del camino, como si esperase nuestra visita. Era un camaleón. Observé asombrado sus inquietos ojos. Nunca había visto un animal que los moviera así. Por si el lector lo ignora, le diré que los tiene sobresalientes como una pelota y es toda esta esfera la que se agita. Recordé haber leído, que era capaz de lanzar su lengua para atrapar insectos, como el lazo de un vaquero del Oeste y nos hizo una exhibición. No ocupamos más tiempo, pues, lo que nos interesaba era visitar los antiguos restos, con sus santuarios y el espectacular túnel. Aprovecho la ocasión para recomendar esta visita.

El camaleón aparece en la Biblia una sola vez y de manera puramente anecdótica. Está incluido entre los animales impuros, que el buen judío no debe ni comer, ni ofrecer en sacrificio. La clasificación en puros e impuros, no obedece a norma alguna de peligrosidad o indecencia. Cuando se elaboró el Sagrado Texto, en este caso el Levítico, estaba muy lejana la aparición de criterios científicos de clasificación de los seres vivos. Faltaban muchos siglos para que Linneo dictase normas de nomenclatura vegetal, que se aplicarían luego también a los animales. Tal es así que en algunas traducciones se le llama a nuestro protagonista, erróneamente, lagarto. Los criterios de clasificación en puros e impuros, obedecen a diversos criterios. Unas veces se trata de su apariencia y peligrosidad, por ejemplo el cerdo y la facilidad con que podía trasmitir la triquinosis. En otras ocasiones era una simple norma de precaución religiosa. Si, por ejemplo, los pueblos vecinos concedían rango divino a la serpiente y peligraba que el pueblo también se la diese, dañando la unicidad de la Fe de Israel, en este caso, el animal no sólo era impuro, sino que, el redactor inspirado, la convertía en paradigma del maligno tentador. No hay que olvidar que el pueblo de Israel era de origen nómada y, por ende, los animales puros por excelencia serían los del ganado lanar o vacuno, es decir, aquellos que les resultaban más útiles en su vida diaria, los que con mayor frecuencia podrían ofrecer a su Dios.

Entretenido en disquisiciones de pureza e impureza, había olvidado al camaleón y, con seguridad, se habrá enfadado, pues, es prototipo de vanidad. Vistoso él, gracioso en su apariencia, se enfada hinchándose, si no se le hace caso, o si se le hace demasiado. Sí, poco a poco, cambia de color adaptándose al entorno. Una vida monótona, egoísta, egocéntrica y orgullosa. Me han contado que, si se le pone en un lugar de intenso color rojo, como no logra conseguir su propósito mimético, se muere de asco. Estoy seguro de que los lectores, habrán pensado en ciertas personas que conocen y cuya idiosincrasia es semejante. Endiosadas y repletas de pequeñas ambiciones, si no logran satisfacerlas, caen en la desesperación. Hinchadas de vanidad, viven pensando solo en su exhibición, y en realidad son ridículos y pequeños personajillos. Por singulares que puedan parecer, su falta de generosidad, su inutilidad, las condena a no servir más que para entretener al respetable, en ciertos momentos del sainete, que en algunas circunstancias es la vida.