Pentecostés, Ciclo C

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

La palabra indica cincuenta, son los días pasados desde el inicio del tiempo pascual. Los orígenes de la fiesta, como en tantos otros casos, son agrícolas, fiesta étnica se llamaría en lenguaje "progre". Corresponde a las celebraciones de las primeras espigas de trigo segadas y ofrecidas a Dios. (Como la incidencia de la otra está en antiguas fiestas de las de la cebada). Israel las había enriquecido con sus tradiciones y nosotros cristianos, las celebramos porque coincidieron en el tiempo con las realizaciones de los más grandes misterios de nuestra Fe. Las fiestas de la cebada, de los panes ázimos y del sacrificio del cordero, coincidió con el sacrificio salvador de Jesús, que padeció tortura y muerte y, al cabo de tres días, gloriosa resurrección. Las del trigo, concurrió con la prodigiosa llegada, efusión, impregnación y enriquecimiento de los apóstoles con el Espíritu que descendió sobre ellos. Ellos, los apóstoles, que estaban acompañados de la Madre del Maestro y de las santas mujeres (sin duda entre ellas estaría María la de Magdala, Act. 1,13, aviso para "navegación de cabotaje")

Nuestra Fe nos dice que la segunda Persona Divina se hizo hombre, físico, visible, verdadero. La misma Fe nos dice que el Padre, el papaito, diría Jesús y Pablo, se manifestó misteriosamente en voz, (acordaos del momento del bautismo en el Jordán, de la confidencia a los tres escogidos, en el Tabor). Se manifestó como voz, pero no era voz. Faltaba a la humanidad mimada, el encuentro con el Espíritu. (La primera comunicación explicita y sorprendente, había sido en el momento del encuentro con la Virgen en Nazaret, pero fue esto un momento de privada intimidad). Apareció, también en el Jordán, bajo apariencia de paloma. Finalmente, de manera solemne, lo hizo arropado en la imagen de viento impetuoso y mayestático fuego, a la comunidad reunida de la que antes os hablaba, temerosa ella en aquellos días, pero rica en amor, no lo olvidéis .

Mis queridos jóvenes lectores, tradicionalmente, se ha escogido la figura de paloma como la más común para representar al Espíritu Santo. Sin negar el texto, quisiera advertiros que no se trata de que se empalomase (el Hijo sí que se hizo hombre, no pura apariencia humana). Para los urbanitas de hoy, la imagen de la paloma no les resulta demasiado atractiva. En nuestras ciudades, estos animales proliferan demasiado y ensucian monumentos. Ya no es un animal atractivo. El fuego en cambio... ¡cuantos buenos ratos hemos pasado mirando su resplandor en un fuego de campamento, una hoguera cualquiera o el de una simple vela! Cualquier llama siempre es fascinante.

Estaban ellos reunidos en la estancia superior donde con el Señor habían celebrado la Santa Cena. Todos se acordaban de sus enseñanzas, de sus milagros, de su muerte, de su resurrección, no obstante... El miedo es más fuerte, a veces, que todos los conocimientos que uno pueda tener. Seguramente vosotros, mis queridos jóvenes lectores, también sabéis muchas cosas referentes a Jesús y no obstante, con frecuencia, lleváis una vida sin sentido, sin que esté de acuerdo con su doctrina. Eran miedosos ellos y ellas. Excepto María. Por el tono de la narración, nos es notorio que Ella no estaba allí como en un refugio protector, sino como compañera-madre, que les infundía ánimo y paz.

¿Os acordáis de que diversas veces, en sus apariciones, Jesús les había dicho: recibid el Espíritu Santo? Hay que reconocer que, por su comportamiento, ellos ni se habían dado por enterados, ni eran conscientes de lo que llevaban dentro. Era preciso una entrada solemne, una inauguración oficial de la nueva y definitiva etapa de su vida. Y en cierto momento sopló un viento impetuoso. Huracanado, no. Fue un viento de los que asombran e impresionan, pero no perjudican. Simultáneamente notaron el fuego, las llamas que descendían y se posaban sobre cada uno de ellos, sin quemarlos, pero trasformando su mente, su corazón, toda su persona.

Aquello fue el principio. Respondieron ellos con impetuoso coraje, que les llevó fuera de la estancia, locos de alegría, a comunicar a los demás la gran noticia. No fueron simples pregoneros, la trasformación que en ellos se había operado les hacía capaces de trasmitirla a los demás, de contagiársela. Nosotros somos testimonios del éxito de este gran prodigio.

No es suficiente haber estudiado y aprendido. No nos podemos contentar con estar convencidos. Es preciso ser cristianos sorprendentes, capaces de entusiasmar más que el mejor conjunto musical lo consigue en sus buenas actuaciones y, para ello, necesitamos dejarnos penetrar por el Espíritu de Jesús, el mismo de aquel día en Jerusalén, aquel que le ilusiona a Él que recibamos y habite en lo más profundo de nuestro ser. No debemos decepcionarle. Si somos receptivos, nos enriquecerá con sus dones. Tradicionalmente estos dones se han clasificado en siete conceptos y se habla de que los frutos de su entrada en nosotros supone doce prodigios. No os voy a dar la lista. No es un dogma de Fe. Os lo voy a trasmitir con otras palabras que, sin ser las que acertadamente pone el catecismo, resultan, en conjunto, equivalentes y corresponden más, creo yo, a vuestro lenguaje.

Juventud espiritual (muy necesaria, algunos parece que ya nacieron viejos)

Valentía, Intrepidez, (¿por qué tener miedo al futuro, como tantos tienen?)

Lealtad, Coherencia, Responsabilidad (ser personas en que la gente pueda confiar)

Pureza de pensamiento, palabra y obra (dueños y amos de nosotros mismos, dominadores de nuestras espontáneas tendencias)

Alegría, felicidad (lo único que puede entristecer a uno es no ser amigo de Jesús)

Ingenio (la vida se la proyecta cada uno, sin dejarse arrastrar por el consumismo, por el pret a porter espiritual)

Esfuerzo (con pereza no se logra nada plenamente satisfactorio)

Generosidad (dar y darse, sin miramientos, vaciarse de uno mismo, es lo que más enriquece)

Soñador (solo así se vive, apasionadamente, la aventura de la vida)

¿Creéis que tener estas cualidades es pura utopía? ¿qué es imposible ser así? Como decían aquellos franceses: seamos realistas: pidamos lo imposible. Si no lo lograron ellos es porque no confiaban, porque no se lo reclamaban al buen Dios.

Pentecostés, no lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, es el más sublime ensueño que uno pueda vivir, es sumergirse ya en la eternidad feliz, que se nos tiene preparada.