La perdiz

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Iba por un camino amplio, lo suficiente como para poder circular en coche, pero alejado de cualquier carretera. Vi, enfrente del coche, lo que me pareció eran perdices. Un ejemplar huyó hacia la izquierda y lo perdí de vista, el otro se posó en unas piedras con una tranquilidad nada propia de esta gallinacea. Era esbelta y lucia un collarcito oscuro. Este detalle me hizo pensar que, tal vez, pudiera tratarse de una tórtola. Pero no, el collar de este otro simpático animal, es claro. Deseé que se marchara para ver como lo hacía. Se fue, por fin, volando y reconocí que su plumaje correspondía a los colores propios de las perdices que conocía. Su etología empero, era diferente. Quedé intrigado, esperando llegar a casa, para estudiar la cuestión. Recordé, mientras volvía, una anécdota que encaminó mis consultas.

Me ocurrió hace años, estando en un monasterio de monjes conocidos de antiguo por sus vacas y labores agrícolas, en contraposición con los monjes negros, que su "labora" (del "ora et labora", medieval) consistía en copiar valiosos códices de pergamino. Ellos no, roturaban tierras y ordeñaban ganado. Pues bien, a este monasterio de feliz recuerdo (su abad nos visitó un día y el prior nos atendió con suprema dedicación, mientras en él estábamos) se llegaron cuatro o cinco hombres fornidos, con apariencia de empresarios o ejecutivos de película. Hablaron breve y concisamente con el hermano lego y se despidieron con un estricto: hasta luego. Cuando nos quedamos solos, el buen monje nos comentó: en el monasterio criamos perdices y estos señores me han encargado que les suelte un buen número. Las contaré enseguida y las dejaré libres. Dentro de un rato volverán y las irán matando. Pasarán antes de irse por la portería, las pagarán, comprarán vino de nuestras barricas que envejecen buenos caldos y más tarde, en el pueblo de al lado, se darán un buen banquete. ¡Que quieren que les diga, es una fuente de ingresos para la comunidad!. Es más fácil criar perdices, que arar campos con tractores que pocos monjes hoy sabrían manejar... y las vacas dan para poco. Transpiraba bondad aquel buen monje de una mirada que despedía la amabilidad de compañero de ideales. La estancia en aquel monasterio, próximo a Burgos, me ha dejado un buen recuerdo. En otra ocasión me pusieron a su lado, a la hora de Laudes. Cantar gregoriano a las seis de la mañana de un 30 de diciembre, rodeado de monjes cistercienses, es una experiencia que nunca olvida uno, ni deja de agradecer, aunque críen perdices que otros matan y para lograr con ello el sustento de la comunidad. Estas aves permanecen en mi memoria como una piedrecita en el zapato, que molesta al caminar.

Me he enterado que hoy es práctica común, obrar de esta manera. En cierta región, se crían estas aves en enormes granjas. Las peñas de cazadores las compran para soltarlas en sus cotos privados. Excuso decir lo fácil que resulta matarlas, un tal proceder no me permite llamar cazarlas.

Recuerdo que, de esto hace años, me había encontrado por el bosque, más de una vez, alguna perdiz acompañando a sus perdigones. Huía la hembra, primero a pie, después volando, sin elevarse demasiado, dejando a las crías solas y estas, siguiendo seguramente un instinto mimético heredado, se quedaban inmóviles, semejando sucios guijarros, difíciles de distinguir del resto de las piedras. Costaba poco coger alguna, sin que la madre tratara de defenderlas, ni menos, atacase. Nunca me han resultado simpáticas estas aves. Tampoco siente por ellas aprecio, el texto bíblico.

Aparecen en tres lugares. En el I Samuel 26,29, se menciona al animal en uno de esos tensos diálogos propios del periodo de decadencia del rey Saul, que vive envidioso el progreso del joven David. Este se siente acosado "como la perdiz perseguida por el cazador", según se queja. En el Eclesiástico 11,30 se cuenta que el corazón del orgulloso es como una perdiz enjaulada. El animalito, olvidé decirlo, emite un sonido peculiar que, junto al colorido de su plumaje, le convierte en posible animal de compañía, sin utilidad alguna. Por ello se deduce la enseñanza que de él saca el hagiógrafo. Por fin, en Jeremías 17,11, se dice que la perdiz incuba lo que no ha puesto: "así es el que hace dinero, mas no con justicia: en mitad de sus días lo ha de dejar y a la postre resultará un necio" He preguntado a algunos si sabían que, entre nosotros, el animalito tuviera este proceder. Lo ignoraban, pero me ha dicho una: de pequeña, cuando veíamos un nido con muchos huevos, decíamos: mira, debe de ser de dos perdices. Un compañero opina que, tal vez, el dicho venga de que si, corrientemente, en los nidos de perdices encontraba uno ocho o diez huevos, cuando, como sabe él que ocurre en ocasiones, había 16 o 18, podía pensarse que procedieran de dos hembras. Sinceramente, de Cardeña y sus monjes, guardo buen recuerdo, de las perdices de allí y de las que he visto junto al Mediterráneo, nada me atrae.