Santidad para nuestro tiempo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

En la vida de santidad no hay modas, como en el vestir. Los Padres del desierto, los que iniciaron el monacato, se hacen realidad ahora en Serafín de Sarov o en Ch de Foucould. Poca diferencia habrá entre Pablo, el primer ermitaño, y el más anónimo cartujo de hoy. Una vez afirmado esto, añado. Cualquier modelo de santidad es válido, pero no siempre es atractivo e imitable. Que declaren santo a una persona no significa que toda su vida haya sido ejemplar, que todo él sea repetible o que nos tenga que caer simpático. Insistir, hablar y recomendar a ciertos santos, hacerlo a algunas personas, puede traer como consecuencia, alejar a nuestro interlocutor del único que es del todo santo: Jesús.

Existe un libro gordote, que poseo: el llamado Martirologio Romano. En este tomazo, y sus suplementos, están escritos todas las personas beatificadas y canonizadas. Luego, en los despachos de las curias diocesanas y en departamentos vaticanos, están los expedientes de los que están en proceso de serlos. Hay que saber escoger entre ellos. Pongo un ejemplo. Por muy simpático y ejemplar que a mi me resulte, no se me ocurrirá, a un chico de trece años, recomendarle la devoción al beato papa Juan XXIII. Por muy santa que fuera Catalina de Sena, otra que me cae muy bien, no me atreveré a decirle a una joven intrépida, que la admire e imite. Cada uno, como ocurre en la vida social, escoge sus amigos santos. Con la particularidad de que en este terreno, a diferencia de lo que ocurre entre compañeros de clase, oficina o taller, uno nunca es rehusado.

En esta época que llamamos postmoderna, difícilmente se aceptan discursos altisonantes, doctrinas sólidas y de difícil asimilación, por verdadera que sea. El hombre de hoy está muy escamado al haber escuchado muchos discursos, muchas promesas, muchas teorías, que a la postre le decepcionan. Un cantautor o un deportista, le pueden atraer mucho más que la más convincente disertación. Hay que reconocerlo y no por ello afligirnos. Desde antiguo, los cristianos, tenemos santos jóvenes y adultos. Y muy cercanos a nosotros, tanto que a algunos, hemos podido conocer y tratar o hemos contactado con los que junto a ellos vivieron. Sean chiquillos o viejos, su testimonio debe ser impactante, si queremos que se les preste alguna atención, si deseamos que al conocerlos, la vida del que entonces se entera, pueda encontrar un buen rumbo.

Escribía que en Vezelay hay una imagen que me sorprende y entusiasma. Se trata de la de un rover-scout, uniformado y con su horquilla en la mano. A cualquier joven se le puede ofrecer el testimonio del beato Marcel Callo. Fue miembro del movimiento scout, que ahora celebramos su centenario, militante de la JOC, emotiva, tierna y castamente enamorado. En los difíciles tiempos del nazismo, se entrega a la ayuda arriesgada a los demás y, sin ser judío, va a parar a un campo de exterminio y muere. La causa de su detención fue "ser demasiado católico". Sin ir tan lejos, Francesc Castelló, a punto de ser fusilado, por ser militante cristiano, es capaz de escribir a su novia despidiéndose y rogándole se case, que él desde el Cielo contemplará su matrimonio, a sus hermanas y hasta a su consejero espiritual. Lo curioso de este último mensaje, es que le comenta al sacerdote, unos artilugios de física que tiene pensados y hasta se los diseña y describe. Esta serenidad ante la muerte, esta ilusión por la vida cristiana, me recuerda la de Guy de Larigaudie que, a punto de fallecer, escribe a una amiga monja, despidiéndose y tiene el humor de decir que está a caballo y que es feliz de que su última aventura la viva así. Hasta aquí ejemplos masculinos, pero son igualmente sorprendentes los testimonios femeninos. La chica de hoy en día, con facilidad se inclina a valorar cualidades corporales, eróticas (sexy las llaman), a exhibir sus bellezas anatómicas, sin cultivar otros valores, sin respetar normas morales. Santa Maria Goretti es un revulsivo. Y su virtud brilla exactamente en aquellas otras jóvenes que siguieron su testimonio: Pierina Morosini, que había manifestado su deseo de ser como ella, fue asesinada al defender su pureza, tenía 26 años. O Antonia, prima del famosos bandido Graciano Mesina, asesinada por el mismo motivo, cuando contaba 16 años. Juan Pablo II señaló en la homilía de beatificación de Marcel , Pierina y Antonia, que se habían santificado "sin ir al convento" , curiosa idea. Al poco de entrar yo en el seminario se dio un caso semejante entre nosotros: una chiquilla, Josefina Vilaseca, murió también mártir de la pureza. Afirmaba en el momento de la prueba convencida: no, eso no, que es pecado. Gracias a Dios, después de un tiempo en que a mi mismo se me prohibió trasmitir públicamente este valeroso testimonio, se ha iniciado, y va por buen camino, el proceso de declaración de su martirio.

Procederes como los señalados son toques de atención a frívolos y respuesta a quienes angustiados, no le encuentran sentido a la vida, como tantos hay entre nosotros. Pero, seamos sinceros. ¿Se educa, se prepara a nuestros chavales de hoy, ellos y ellas, a ser santos? ¿No será que interesen más los cursos de inglés, las clases de danza o natación, las colonias de vacaciones? No nos extrañe luego constatar que devengan juventud decepcionada, que deba acudir a la droga, para vivir, siquiera en su éxtasis engañoso, unos instantes de felicidad. Y tengo pruebas, ejemplos concretos, historias tales, muy cerca de mí, de donde ejerzo mi ministerio, de quienes con ilusión trato. No soy, pues, alarmista. En otro terreno, y perdóneseme la frivolidad, es mucho mas caro y costoso desintoxicar a un drogadicto, que preparar un santo. Sin que el conseguirlo aporte la satisfacción que da, el comprobar que, las propias fatigas, desembocan en el resultado de haber conseguido un buen cristiano.