XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Somos, debemos ser, diferentes

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

El crecimiento de la especie humana obedece a unos factores complejos, pero bastante conocidos. El hombre emigra porque necesita amplios espacios de cultivo o de pastoreo. Se multiplica, aprende y adelanta técnicamente. En su interior bulle el espíritu, que no le deja vivir tranquilo, satisfaciendo sólo instintos primarios. La Biblia dice que al salir del Paraíso los míticos primeros padres, escucharon un mensaje: creced, multiplicaos, llenad y dominad la Tierra. Fue la invitación al progreso.

El hombre que había frustrado los planes de Dios, ambicionando poderes que no le correspondían, no ha sabido, en muchas ocasiones, mantener el equilibrio de ser diligente y a la vez honesto. No ha sabido medir sus fuerzas y sujetarlas. Soñar, pero no dejarse arrebatar y dominar por sueños injustos. Poseer, atesorar, guardar, parece ser un instinto heredado, que no se es capaz de extirpar. Y sépase que no es un gen, que es algo a lo que podemos sentir tendencia, pero que el día del bautismo se nos proporcionó el antídoto. Hay que sacarlo del botiquín espiritual y aplicarlo, siguiendo las normas, aquí no se trata de que uno deba estar en ayunas o que sea incompatible con cierta alimentación. Tomar la dosis para suprimir la ponzoña, requiere silencio y oración. Añadirle un poco de generosidad, sea antes o después, de la meditación, también es preciso. Este es el secreto de la vacunación y remedio seguro.

He escrito hasta aquí teorías, mis queridos jóvenes lectores, trataré de aterrizar y dar con mis sienes en vuestro mundo. El ejemplo del evangelio del presente domingo seguramente a vosotros hoy no os valga. Según en que lugar estéis ni hay silos para guardar el grano, ni le sale rentable al propietario cultivar cereales. Sin querer corregir al Maestro, trataré de traducir sus enseñanzas y espero que a Él le plazca mi labor.

Había un estudiante de los últimos cursos de carrera que no dejaba de presentarse a todos los congresos y simposios. Quería hacerse ver, ser conocido, hacer currículo, para el día de mañana.

Acabó la carrera y, a costa de la fortuna de sus padres, empezó cursos de doctorado, amén de aprendizaje de lenguas, nada de inglés, que dominaba desde niño, debía saber árabe y chino, sin descuidar el ruso. Nunca tenía bastantes conocimientos para poder acceder al lugar que pretendía ocupar en la sociedad. Quería que cuando presentase su historial, nadie pudiese competir con su espléndido expediente. Pasaban los años, no se casó, porque eso lo haría cuando la mujer que él quisiera fuera suya, no pudiera hacer otra cosa que rendirse a sus pies, feliz de haber sido la escogida. Enamorarse, de ninguna manera, enamorarse era perder el tiempo, se decía a sí mismo.

Llegó un día que murieron sus padres. Se lo habían dicho muchas veces: los hermanos heredarían terrenos y edificios, la suya había sido los estudios, sus carreras, los cursos de post-grado, los certificados académicos de conocimiento de lenguas. En todo esto, bien lo sabía, habían invertido un gran capital, superior al costo de los inmuebles que les tocaban a sus hermanos. No podía quejarse.

Tenía previsto todo. Todo, excepto que ya no era joven. Las multinacionales que había soñado dirigir, no querían gente cargada de conocimientos que había aprendido de otros, que ya los poseían antes que él. Aquellas grandes empresas, deseaban gente emprendedora, que, más que saber, fueran capaces de evolucionar. Él tenía conocimientos, erudición y memoria, ellos precisaban investigadores con inteligencia emocional e innovadores.

Ni siquiera pudo cobrar del paro, pues nunca había estado inscrito en alguna plantilla laboral. Y le tocó a él, para no morirse de hambre, acudir a un albergue de transeúntes e indigentes. En cuanto al matrimonio, únicamente divorciadas ajadas y en busca de aferrarse a cualquier macho, comprobaba que eran capaces de aproximarse a él.

El día que paséis a la Eternidad, procurad presentaros con bienes que tengan valor eterno. Ahora mismo, si os llamara Dios ¿qué podríais enseñarle y ofrecerle en el cuenco de vuestras manos?