Santiago

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Persona y personaje no siempre coinciden. Con el tiempo cada uno de estos conceptos pueden diferir. Es lo que pasa con Santiago. Vaya por delante que se le puede llamar así, o Jaime, o Diego, o Yaco. A gusto del lugar. Y que el mito también es variado. Os puede intrigar, mis queridos jóvenes lectores, el interés que tuvieron en otros tiempos las reliquias. Cuando hoy muchos escogen la incineración, extraña que en otras épocas y lugares, se guardasen con primor los cuerpos o se dividiesen los restos que de ellos quedaban. Cada circunstancia tiene sus preferencias. La mentalidad oriental, y en parte también ocurre en occidente, ve en las que fueron partículas corporales de una persona, o en sus cuerpos incorruptos, de alguna manera, subsistir aquellas cualidades, aquellos prodigios, que le distinguieron. Cree encontrase más próximo a la persona por la que siente interés, si está cerca de sus restos. Era tan fuerte este sentimiento antiguamente, que Europa sería diferente si no hubiese existido este interés por encontrarse con lo que se creía el sepulcro del Apóstol, amigo del Señor, hermano del predilecto Juan. El camino, o los caminos, de Santiago, fueron el torrente por donde circularon devociones, estilos artísticos y actitudes de conversión cristiana durante siglos. Ha sido algo semejante a las imágenes, de esto otro día os hablaré. Santiago de Compostela es cosa seria, se piense lo que se quiera de lo que hay en el sepulcro. Cuando he visitado el lugar he temblado de emoción. Celebrando misa, o abrazándome a la imagen, mi corazón ha latido al ritmo de millones de devotas personas que allí se han santificado y he pedido al Señor que se me contagiara algo de ellas, sintiendo gran felicidad.

He visitado más de una vez Clavijo. Allí, en aquellas eras, según la leyenda cuenta, se apareció, cabalgando en corcel blanco, nuestro Apóstol, luchando a favor de los cristianos que veían invadidas sus tierras. También he rezado conmovido.

Si vais a Jerusalén muy cerca del Santo Sepulcro, los armenios tienen su catedral dedicada precisamente a Santiago. Allí, en un altar que recibe los honores litúrgicos en cada celebración, afirman que está enterrada la cabeza de Santiago. Mas de una vez lo he visitado, como también la iglesita cercana a Nazaret, en la población llamada Jaffa de Galilea, donde dicen que nació. ¿Por qué os explico estas cosas? Creo yo que estas historias, si nos sentimos solidarios de los hombres, nos ayudan a descubrir los resortes que tuvieron muchas generaciones, para santificarse, y aprendemos de ellos y buscaremos cual ha de ser la nuestra. Seguramente nos serviremos de la ayuda al Tercer Mundo, de proteger nuestros parajes, de visitar y divertir chiquillos de un hospital o de acompañar enfermos a la playa, para que disfruten, o conducirlos a Lourdes, para que encuentren consuelo. Cada época tiene sus resortes.

¿Y del Santiago del Evangelio, no os voy a decir nada, mis queridos jóvenes lectores? Pues sí, que fue un hombre decidido, de temperamento, apasionado, violento y hasta ambicioso. ¿podía salir de un temperamento así un terrorista? Pues claro que sí. Pero hay que advertir que, desde que le conoció, vivió pegado al Maestro, que fue uno de los predilectos del Señor, que le acompañó en el Tabor, y que fue el primero de entre los apóstoles que dio testimonio de su Fe con el martirio. Si Esteban es el protomartir, Santiago es el protoapostol. Durante este día de fiesta, no dejes de preguntaros ¿tal vez el Señor me ha escogido como amigo predilecto y todavía no me he dado cuenta? Porque las elecciones del Señor son como los enamoramientos, que uno se encuentra sumergido, sin que tal vez fuera consciente de ello. Seguramente muchos de vosotros, tengáis la feliz experiencia de que un día alguien que has tenido a tu lado, sin a penas darle importancia, te confiesa que te ama y tu corazón da un vuelco y todo en tu interior sientes retorcijones y tu vida, tu visión de la vida, tus proyectos cambian. Descubrir que alguien está enamorado de uno, es un gran momento, uno se siente crecer y enriquecerse. Descubrir que Dios se ha enamorado de uno y responderle generosamente, es la entrada en el espacio celestial, sin abandonar la tierra.