XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¿Dónde va Vicente? Donde va la gente...

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

El Así decimos. Y no se puede ignorar que, como definíamos en la escuela al agua, hay gente incolora, inodora e insípida.

Cuando el minero encuentra un pedrusco notable, no se contenta con observarlo y colgárselo del cuello. Él es consciente de que, para que sea una joya de valor, es preciso limpiarla, observarla, calcular cual ha de ser la talla más apropiada a la que se la debe someter, para que luzca de acuerdo con su categoría. Y una vez hecho el estudio, hay que empezar la labor, pulirla, escoger la montura que le permita destacar mejor sus facetas y reflejos. Un buen brillante, una preciosa esmeralda, son obra de la naturaleza, sí, pero también del trabajo minuciosos del joyero.

¿Se encuentran a montones los santos en el Reino de los Cielos? El Señor no ha querido darnos la estadística. Exactamente como nadie nos diría cuantas bellas piedras preciosas existen en el mundo. Lo único que podemos saber es como se logra convertir un simple fragmento de carbono puro cristalizado en el sistema cúbico, en el más bello objeto, capaz de, con sus facetas, ser el cuerpo que refleja mayor cantidad de la luz recibida, que eso es, dicho de otra manera, el brillante.

No sabemos cuantos brillantes puede haber en el mundo, ni siquiera de los de más quilates. No lo sabemos, estamos seguros de que cada uno de ellos es fruto de una labor meticulosa, de un oficio bien aprendido y ejercido, de aquí que gocen de alto precio y gran aprecio. Junto a un río, en sus últimos tramos, hay muchos guijarros, podemos tener todos los que queramos, sin otro esfuerzo que el de agacharnos a tomarlos. En estas piedras, elaborados por impetuosas y bruscas corrientes de agua en la montaña, nadie se fija. Creo yo que algo así os explicaría el Señor, si le preguntaseis si muchos alcanzan la talla de santos.

No es garantía de éxito eterno el pertenecer a una congregación piadosa. No nos da seguridad llenar los rincones de la casa de imágenes religiosas, que dicen obran prodigios o traerse agua de manantiales milagrosos. Colgarse una medalla, ponerse una insignia, añadir continuamente la expresión "si Dios quiere" aunque se trate de una posible y fútil victoria deportiva. Establecer vínculos de amistad con jerarquías, tantos ritos y costumbres que se aprecian, sin aquilatar su valor, no son garantías de estar junto al Señor.

¡Cuanta gente sencilla, procedente de lejanos países, que tal vez no se acerquen a misa, porque les dijeron que su estado civil, dígase que les recriminan que no se han matrimoniado canónicamente, situación que no se les permite acceder a la iglesia, cosa que no es verdad. Cuantos que mienten para poder conseguir un trabajo o permanecer en el país al que han emigrado, cuantos que se apropian de lo que pertenece a otros y les sobra, porque tienen necesidad de ello para poder subsistir con su familia. ¡Tantos hay que no son sacerdotes de la Iglesia, como lo soy yo, y estoy seguro de que me pasan delante en el Reino de los Cielos!

No olvido nunca, no quisiera que olvidarais vosotros, mis queridos jóvenes lectores, que es preciso ser generoso primero, ser también piadoso, acudir a los sacramentos para obtener vigor, dar testimonio de palabra de nuestra Fe, que hemos heredado muchas buenas costumbres y estudiado indicaciones de nuestras jerarquías, pero que, si no somos limpios de corazón, pacificadores de nuestro entorno, pobres voluntarios, para sacar de la pobreza a los que lo son injustamente, en una palabra fieles al cogollo del evangelio, que son las bienaventuranzas, muchos nos adelantarán en el sprint final, muchos los que saldrán delante nuestro, en la foto finish del final de la historia.