XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Advertencias a aburridos, apáticos y otros rebaños de borregos semejantes

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Acordaos, mis queridos jóvenes lectores, de la lista de campeones que se nos dio en la segunda lectura del domingo pasado. Abraham, Sara, Jacob... Yo los recuerdo con mucha más admiración que la que he sentido junto a un campeón o campeona olímpicos, o al encontrarme con un futbolista de la máxima categoría liguera. Pero el texto de hoy añade que, por muy importantes que fueran estos héroes bíblicos, por muy ejemplar que fuera su Fe, es preciso que tengamos la mirada puesta en Jesús y a Él tratemos de imitar, encontrando en su modo de proceder, un ejemplo para nuestra vida. No lo olvidéis, si por fortuna se nos diera la ocasión de que el mismo Elías se pusiera a nuestro lado, no sería capaz de otra cosa que de infundirnos coraje con sus palabras o animarnos con sus vítores. El Señor, además de todo esto, nos da su Gracia. Gracia santificante, que nos convierte en superhombres, sin doparnos. Porque la Gracia, siendo divina, se comporta como células madre espirituales, se identifica con nuestro ser, curándolo y fortificándolo.

El cristianismo no está pensado para vagos. Aquellos que les guste que les den todo hecho. Aquellos que no quieran coger la fruta del árbol, porque les gusta más comprar en un supermercado un jugo elaborado, sin tenerlo que pelar, ni siquiera tener que masticar el fruto, estos no son aptos para el Reino de los Cielos. Aquellos que les guste desplazarse solitarios en su vehículo, o que los lleve su padre, para no encontrarse, ni siquiera tener ocasión de enredarse en un lío, los tales, tienen poco valor, son poco apreciados en la lidia de este mundo.

Porque, nos guste o no, en el mundo surgen conflictos. Unos consecuencia de la maldad de ciertos hombres, otros de características temperamentales. Todos tenemos esquinas que rozan y molestan a los demás. Pero en algunos casos, circunstancias que aparecen sin tenerlas previstas, costumbres que al iniciarse fueron buenas, pero que después degeneraron, exigen actitudes, denuncias, protestas, manifestaciones, definiciones de principios que crean molestias. Jesús decía que había venido a traer fuego a la tierra, a que, como consecuencia, surgieran enemistades entre allegados. No se trata de odios. ¡Cuánto amor hay en ciertas reprimendas! ¡Cuánto cariño en planteamientos que resulta incómodo clarificarlos!

Soy viejo, os lo he dicho otras veces, mis queridos jóvenes lectores, mi vida no la he pasado estirado en un colchón de pétalos de rosa. No he recibido galardones, ni mimos de las gentes, pero os aseguro que el amor de Dios, su compañía en los momentos que se me ha exigido ser valiente, y además pensar que es preciso proclamar la verdad, aunque incomode al superior, ha valido mucho más, que si me hubieran llenado de grandezas.

No os entretengáis en el ejemplo de las nubes, que nos ha trasmitido el evangelio. Jesús hablaba en la baja Galilea, junto al lago, a 250m bajo el nivel del Mediterráneo. Goza el lugar de un microclima peculiar. Tal vez Él os diría ahora: vosotros que sabéis cuando es preciso que metáis en la mochila un impermeable, o que cambiáis de rumbo cuando el camino que seguís observáis que no os permitirá encontrar una fuente. Vosotros que al encontrar ciertas señales comprendéis que vuestro viaje será más lento de lo pensado, vosotros que sabéis tantas cosas de esta índole ¿no sabéis que vivimos unos tiempos que exigen que los cristianos seamos gente enérgica? ¿qué no nos durmamos?