Josefina Vilaseca

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Hace poco mencionaba a esta chiquilla que había dado testimonio de fidelidad heroica a Dios hace unos años. Por aquel entonces fue noticia, se hizo silencio después. A mí mismo, lamentablemente, se me exigió ignorarla públicamente. Ahora han cambiado los capitostes. Me pidieron colaboración fotográfica y gustosamente me presté ha llevarla a cabo. El resultado han sido más de 200 archivos. Se me concedió gozar de unos recuerdos muy reales, una hermana suya nos acompañó un buen rato, nos movimos con libertad por todos los lugares por los que ella vivió, excepto el fundamental, que de tan importante, permaneció en el misterio. Detrás de aquella ventana, en la soledad de sí misma acompañada solo de su Fe, envuelta en miedo, en inferioridad física, ante un agresor, prisionero él de sus instintos, libró rlla una batalla de la que, vencida físicamente, salió triunfante. La grandeza de Josefina Vilaseca está en que en un momento determinado y después de una etapa de insinuaciones, el 2-XII-52, aprovechando una fortuita soledad, le propuso el interfecto, satisfacerse sexualmente con ella, a lo que se negó. Fue amenazada, agredida violentamente, hasta dejarla por muerta. Su única respuesta era: eso no, que es pecado. A la hermana le pregunté: ¿qué clase de conocimientos de sexualidad podía tener? ¿Se puede pensar que, como dicen algunos, era una inocente niña que se negó, por vergüenza? Tal como esperaba me contestó: por vergüenza no hubiera sido capaz de resistir. Pero ella había ido a catequesis, se había apuntado al Aspirantado de Acción Católica. En casa rezábamos, marchó al parvulario de las monjas para ayudar a la familia, después a casa de aquella viuda, para hacerle compañía. No le gustaba el sitio, insinuó que era por aquel hombre, mi madre le dijo que eran unos días. Dócilmente, aceptó a continuar. Pero llegó un rato que estaba sola...

Conservan cuadernos escolares, juguetes, lápices y otras cosas. Los cuadernos me recordaban los que vi en Lisieux, los de Teresa del Niño Jesús. Fotografié unos párrafos de sus deberes de catecismo, una descripción del sacramento del Orden. Por entonces yo de 17 años, decidía a entrar en el Seminario. Al leerla me preguntaba ¿Me observa ella decepcionada, desde el Cielo? ¿he sido fiel a lo que imaginaba que eran los sacerdotes? Y recé a Dios. El 14-2-50, pone la fecha, hace un trabajo escolar sobre las bodas de Caná. Con letra clara, que no he conocido en ninguna chica actual de diez años. No obstante lo que a mí me parece bien redactado, la maestra anota: "Muy mal ¿no te decía nada más? Josefina Que pronto has terminado...!" En otra página, es una biografía del pintor Goya, la maestra pone: "Repite el ejercicio escribiendo entero el texto. Otro día que lo vuelvas a hacer te castigaré muy fuerte". La educación blandengue de hoy la calificaría de excelente, aquella maestra no. Lloraba yo mientras leía. Aquella maestra rural era como mi hermana, como mi tía... Seguramente nunca fue a ningún cursillo de capacitación para la profesión de enseñante, pero seguramente estaba henchida de vocación de maestra. Fotografié el púlpito desde donde escuchó la doctrina cristiana, el confesionario junto a su tumba. Pensé en tantos que dicen que a esta edad no se cometen pecados, solo faltas. No me imagino a esta preciosa chiquilla contestando al agresor: ¡Ay, no!, no me gusta hacer eso, que es una falta... y porque se trataba de una falta, dejarse matar.

En llegando a casa celebré misa pidiendo a Dios que los que yo trato, chicos y chicas, sean como ella. Hoy domingo les he contado su testimonio y los motivos que tuvo para obrar así. Predicar de un viejo clérigo sabio, que murió placidamente, es fácil. Hablar del martirio a gente de la misma edad de Josefina, y en presencia de sus padres, resulta incómodo. Pero, por honradez y vocación evangelizadora, no podía dejar de hacerlo. Y he sido escuchado sin rechistar.