C.A.S.A.

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Recuerdo la primera vez que me desperté, hace muchos años, en una de esas maravillosas áreas de descanso que abundan por las carreteras y autopistas francesas. Miré a lo lejos, hacia allí donde esperaba que se dibujasen las agujas de la catedral de Chartres. Era uno de mis íntimos deseos. La primera visita había sido demasiado rápida e improvisada, ahora sabía unas cuantas cosas más del edificio. Mi impulso fue cerrar los ojos para observar, con los del corazón, las multitudes que se acercaban, en lejanos tiempos, cargadas con piedras para colaborar en la edificación de aquel maravilloso templo. Escribo el día que celebramos los latinos el nacimiento de la Virgen. Pienso en Séforis y pienso con nostalgia en lo que queda de la basílica de Santa Ana. También allí he ocultado la mirada de las paredes de tiempos de los Cruzados, para imaginar el nacimiento de la maravillosa Chiquilla, que abriría al mundo la puerta de la salvación.  

Las catedrales y tantos otros muchos edificios religiosos de la vieja Europa, albergan en su interior, para ello se edificaron muchas de ellas, objetos simbólicos de una Fe inocente, sincera y generosa. Las piedras conservan túnicas de Santa María o su manto, espinas de la Pasión o fragmentos de la Cruz de Jesús, lienzos empapados en sudor o sangre. No importa, cristianamente hablando, la autenticidad histórica o arqueológica de los objetos. El lenguaje simbólico es inmensamente más humano que el cerebral de los estudios científicos, aunque nuestra cultura con frecuencia lo olvide.  

Las piedras, las paredes, las imágenes, las vidrieras, los objetos piadosos, encierran en silencio sublimes misterios. Es preciso escucharlos. La frívola visita turística, con la correspondiente fotografía en la fachada, para que conste que se estuvo allí, se parece al que tiene en sus manos un CD, mira meticulosamente la carátula, lee el título, pero lo deja, sin haber escuchado la música grabada en su seno. Quien tiene un disco necesita un reproductor que le de a conocer su contenido.  

Algo así, con otros símiles, pensó el P. Alain Ponsar hace 40 años cuando inventó CASA ( Comunidades Acogida Sitios Artísticos).Son grupos jóvenes (de 18 a 35 años) que viven en comunidad transitoria, durante la época que más visitantes afluyen al monumento escogido, dispuestos a saludar, acompañar y explicar el mensaje que, en silencio, se encierran en las piedras del monumento. Al ritmo que el acompañante marque. No tienen los encuentros duración establecida. No es condición indispensable que el miembro del equipo profese la Fe cristiana, pero sí que el mensaje que trasmita no se limite a dar a conocer su riqueza artística o cultural, es preciso que el visitante escuche de sus labios la melodía cristiana, antigua o moderna, que encierra el edificio.  

Escribo hoy, me lo sugiere, la reciente visita a Le Puy en Velay. Ya expliqué el interés que me suscitaba el lugar. Pues bien, a la entrada de la catedral, observé la palabra CASA y una sonriente joven que me miraba acogedoramente. Al instante, salió de mi archivo interior otra visita de hace muchos años a Notre Dame de toute Grace, muy cercana a Chamonix. Si Le Puy se edificó hace siglos, esta última tiene poco más de 50 años. Si en una resuenan notas medievales, en la otra observa uno lo mejorcito de la estética de la primera mitad del siglo XX. No era entonces mi primera visita a aquella iglesia situada enfrente del majestuoso MontBlanc. Me limitaré hoy a hablar de la reciente experiencia. Me identifiqué como sacerdote y la gentil señorita me saludó con la amabilidad   que saludan a quien es sacerdote, fuera de las tierras en las que habito. Se le saluda gentilmente por su realidad cristiana. Ella me manifiestó su militancia,  muy "fier de sa Foi". Cuando la escuchaba tenía la sensación de que estaba oyendo a la misma de antaño en los Alpes. Era una íntima satisfacción. Una asociación que durante 40 años se mantiene fresca, fiel, viva y gentil, es una maravilla. Añadiré, aviso para la navegación de cabotaje, que ni se paga para entrar al edificio, ni hay que abonar a quien te guía. Para más abundamiento añado. Había observado que mi gentil Marie, me había anotado su dirección postal, sin poner el e-mail. Al salir me la encontré con otros miembros del equipo. Me presentó a un chico que, según ella, era el presidente. Excepto que su voz, un poco afónica y sorda, dificultaba la comprensión de su francés, su amabilidad iba pareja con la de ella.  

En España no existe CASA, comentamos, ¡a ver si se animan y la fundan, me dijeron! (en Internet hay abundante información). En París, en Notre Dame, los de CASA pueden ser de cualquier edad y su servicio lo prestan durante todo el año. Opino que se enriquecería, sin duda, nuestra Santa Madre Iglesia, si no se exigiera pagar entrada en ninguno de sus recintos y se acogiera con la gentileza que he experimentado acogen la gente de CASA. Serían innecesarios muchos gastos de propaganda religiosa, pues, parafraseando el dicho: una tal experiencia, vale más que una multitud de carteles o folletos. (Intencionadamente he repetido el concepto gentil, adjetivo muy peculiar para atribuirlo a buena gente francesa).