Insectos (I) La Pulga

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Estos animalitos forman parte de los artrópodos y estos a su vez de los invertebrados y son de lo más abundante que uno pueda imaginar. Nada de esto, de esta nomenclatura, podían saber los hagiógrafos. Faltaban bastantes siglos para que Linneo, en el siglo XVIII, estableciese una normas, primero aplicadas a las plantas, después a todo bicho viviente, que permitieran clasificar y entendernos con nombres universales en cualquier sitio, basando todo en unas características visibles y con fundamento científico. ¡Dios mío, que parrafada! Ellos, los autores inspirados, dan el nombre vulgar de aquella época y por tradición, podemos reconocerlos con bastante seguridad. Los insectos, a pesar de ser tan numerosos entre los seres vivos, en la Biblia aparecen en pocas ocasiones. Daré alguna noticia de los que, hasta ahora, he encontrado.

LA PULGA. Aparentemente es el menor de estos bichitos. Más que visible, la pulga es reconocible. Sus picaduras molestan, sin llegar a dañar gravemente al hombre, excepto en casos de alergia a ellos. No son capaces de una existencia autónoma, deben vivir pegados a animales superiores, de los que se aprovechan chupando su sangre. A animales distintos, pulgas diferentes. Como en aquel tiempo no existía ni siquiera la lupa, no esperemos distinciones en el texto sagrado. Habitan en los perros, en los gatos y en el ganado. Difícilmente, pues, quien tiene contacto con estos animales puede sentirse libre de ellos. Esto pasaba de antiguo y nos pasa a nosotros. Una buena higiene no puede conseguir otra cosa que el que no proliferen, sin que en un momento u otro no sienta el hombre su agresión. Es tan común que calificamos la situación anímica, o la actuación de alguna persona, como de malas pulgas. ¿Existen buenas pulgas? A pesar de su tamaño ínfimo, el hombre se da cuenta de que es un animal capaz de saltar ágilmente. (Leo que su brinco puede suponer una distancia equivalente 350 veces su tamaño, como si un hombre fuera capaz de atravesar, con su impulso personal, un campo de fútbol. Estos detalles los ignoraban los israelitas, como tantos lectores de esta columna los ignorarían. Ni falta que les hace saberlos, me dirán.)

El lugar en que con seguridad aparece en la Biblia la pulga, es en el I Sa 24,15. Dice el párrafo textualmente: ¿Contra quién sale el rey de Israel, a quién estás persiguiendo? ¿A un perro muerto, a una pulga?. El autor de esta pregunta-reflexión es David el "preconizado" rey de Israel, en tiempos en los que el que ejercía de tal era Saul. La vida que le tocaba llevar no me atrevo a calificarla de terrorista porque cuando desplazándome por entre los wadis, junto al Aravá, comento que el Rey poeta ejercía de tal, la gente se enfada, así que no lo digo. En el desierto, en medio de escaramuzas, que si uno no supiera que siempre ocurren tales maniobras en las hostilidades, las creería fantasías, el futuro rey se pregunta, o tal vez afirma, que se considera una pulga. Ciertamente es diminuto su poder, y seguramente este es el sentido directo del texto, pero afirma, sin duda recochineándose y de alguna manera humillando a Saul, que salta, se escurre y se escapa, como una pulga, para que se percate el rey de su incapacidad para atraparle. Aunque, como todo quisque haya sufrido el picor, no dejo de sentir una cierta simpatía por la pulga. Es capaz de subsistir un ser que ni tiene alas, ni extremidades que le permitan caminar, no obstante, se las apaña para conseguirlo. Más que miedo, en el peligro demuestra habilidad y maña y pasan los siglos y el insecto no desaparece, ni se sume en la angustia. Aquí quería llegar. Hay gente que se autodiagnostica depresión y se sume en ella sin intentar escaparse de la situación adversa. Acabo con una súplica a Dios: Señor, quisiera ser como una pulga, dame la gracia de escurrirme en las adversidades y, por muy pequeño que me sienta e ignorado, que tenga habilidad para saltar y ejercer mi oficio, mi vocación, allí donde quien me sumió en la adversidad, nunca imaginó pudiera estar yo trabajando.