XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Zaqueo, el sin par equilibrista, y el sicomoro

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Cuando uno va a Jericó, mis queridos jóvenes lectores, lleva en su mente el curioso episodio del evangelio del presente domingo. Rectifico: lleva en su mente la imagen chocante de un adulto de buena posición, subido a un árbol, a un sicomoro, debido a que recuerda el texto del evangelio de hoy. Dado su clima, en esta población, hoy en día, abundan las frutas tropicales. Por exóticas que le resulten, al cristiano lo que le interesa es este árbol. La municipalidad tiene bien visible un ejemplar en un cruce de calles muy céntrico. Queda uno algo decepcionado al verlo por su aparente vulgaridad y piensa también, que no podía ser como este el ejemplar al que se encaramó el carente de respetos humanos, burgués capitalista y despreocupado por las intrigas que podían caer sobre él: Zaqueo.  

El árbol del que os hablaba es esbelto como el que más, nutrido de hojas y de lisos troncos largos. Si dispone el visitante de tiempo, busca y encuentra. Se llega a la parroquia ortodoxa y, poco después de franquear la entrada y antes de meterse en la iglesia, ve a su izquierda un fornido árbol cargado de verrugas. Los frutos, semejantes a los higos, brotan del mismo tronco. Unos metros más adelante, conservan un viejo ejemplar ya muerto. Dicen que es al que subió nuestro protagonista. Consecuentemente puede uno, previo donativo, llevarse a casa un poco de su corteza. Piénsese lo que se quiera, al ver este ejemplar sabe lo que es un sicomoro. 

Los publicanos, resultaría largo explicaros en qué consistía su empleo, gozaban de buena situación política y económica. Por una parte tenían asegurada una cierta riqueza, ya que recaudaban dinero. Por otra, sufrían antipatía general. A nadie le gusta pagar a organismos públicos, máxime cuando, como en este caso, se trataba de caudales que iban a parar a un gobierno extranjero, el de la Ciudad de Roma, ocupante injusto de Israel. Se tenía que gozar de una cierta desvergüenza para escoger y practicar esta profesión. Estamos acostumbrados a considerar que gente de esta calaña deben ser individuos de sentimientos grises y cortos de entendederas. Debemos recordar que nadie lo es. Ciertamente que algunas personas arrastran una vida gris, esperando que alguien estimule su interioridad y salgan de ella. Algo así como el silencio del arpa, de la poesía de G,A.Bequer. Y pasó por la población el Divino Arrancador de Buenos Sentimientos, el que creía que en todo hombre, por vulgar que fuera su vida, hay un rincón bueno, esperando que alguien se llegue a él y despierte sus adormecidas posibilidades.  

Zaqueo no estaba privado de curiosidad, quería ver a aquel del que tanto se hablaba por aquellos pagos. Si bien tenía mala fama, por otra parte carecía de vanidad. Era pequeño de estatura, gozaría sin duda de una cierta agilidad y, consecuentemente trepó al sicomoro. Y allí le descubrió Jesús. Sonreiría al verlo, se acercaría y miraría hacia arriba, para dirigirle la palabra. ¡sorpresa! Oyó que le decía que se dejaría caer por su casa a la hora de comer, como si tal cosa. ¡Cuanta gente acude a ver a deportistas famosos, a artistas que desfilan por alfombras rojas, a gente poderosa que hoy dice una cosa para afirmar mañana otra! Cuanta gente se fija en estos e ignora al que no tiene fama alguna!. El Maestro en cambio, aprovecha cualquier circunstancia, por menuda que sea, cualquier fugaz encuentro, para tratar de enriquecer a la persona. 

Rodeado de los suyos, parapetado entre los de su gremio, escudado en los de su calaña,  Zaqueo se siente protegido y espera satisfecho y tranquilo. Jesús acude sin armamento alguno. Su mirada, su palabra, su amabilidad, desarman y desnudan, al que se cubre de la más dura coraza. Llegado este momento, el Señor no lo aprovecha para achucharle, para reprocharle malas conductas. Consecuentemente, las barreras caen. Lógicamente, el interior de la persona cambia y se abre al espíritu amable y generoso del Maestro. 

La riqueza siempre tiene un deje de injusticia. La de un publicano tenía muchos dejes. La nuestra, informados como estamos de la situación del Tercer Mundo, muchísimos más. Librarnos de la iniquidad de la abundancia, debe importarnos mucho. La generosidad es la única actitud capaz de devolvernos la libertad de espíritu y acercarnos a Dios. Zaqueo nos lo enseña y las palabras del Maestro lo confirman.    

Pero vosotros, mis queridos jóvenes lectores, si lo sois, es decir, si vuestra vida en el aspecto económico depende de vuestros padres, tal vez os corresponda aprender otra enseñanza del evangelio de hoy, sin olvidar la primera. Zaqueo es un hombre que cuando le interesa una persona, no teme hacer el ridículo. Hoy día, la gente se afana para conseguir cacharritos de última moda, que pronto dejarán de serlo. Se sacrifica para poder gozar de buena ropa o de bebidas. De las personas, dice que pasa. Allá ellas con sus manías. Es una pena. Un hombre, vale más que una idea. Un encuentro cordial, mucho más que el mejor curso de master. La amistad, es superior a la mayor fortuna. Ciertamente que los hombres, lo sabéis muy bien, pueden traicionar. Si queréis libraros de decepciones y fracasos y mantenéis distanciados a los otros, tal vez nunca en vuestra vida podáis tener junto a vosotros, pegado a vuestro corazón a Dios. Una tal existencia da pena.