Abejas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Van tan unidos estos insectos a su producto, la miel, que en el presente saltaré del uno a la otra, sin justificarlo. Si alguien se atreve a imaginar un país próspero, a desear un territorio donde abunde la riqueza, pensará en yacimientos de metales, petróleo o bosques de maderas de calidad. Nadie pondría en la lista de productos fundamentales para vivir bien y generar fortuna, a la miel. Paradójicamente, en las promesas de Dios a su pueblo escogido, les anima diciéndoles que el país al que irán "mana leche y miel". Veintiuna veces se repite la expresión en el texto bíblico. Yo no preciso miel, dirán muchos lectores. En mi casa no gastamos, afirmarán otros. Por mí las abejas pueden desaparecer, sentenciarán los más. Chocará, pues, si digo que el sabio Einstein, cuyas afirmaciones rezuman infalibilidad, afirma: si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre solo le quedarían 4 años de vida: sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres…" Hasta aquí sentencias favorables, vaya por el contrario un diagnóstico: en el mundo mueren cada año más personas por picaduras de abejas, que por mordeduras de serpientes.

Para comprender la importancia que daban en la antigüedad a la miel, hay que recordar que no tenían azúcar y que el gusto dulce de sus golosinas, lo conseguían con este producto, que se podía almacenar, conservar y distribuir con más facilidad que los dátiles, que no siempre había, o los frutos de la higuera o del sicomoro, de sabor más basto. No es de extrañar que entre árabes y drusos, se conserve todavía la miel en la elaboración de su repostería. Me refiero a dulces experiencias que disfruta uno por Palestina o por los pueblecitos drusos, de los Altos del Golán, cerca de la frontera siria.

Leyendo la Biblia uno tiene la impresión de que los enjambres se posaban y prosperaban en cualquier lugar y que se recogía la miel allí donde se encontraba. Cuando yo mismo comentaba la expresión evangélica referida a Juan Bautista: se alimentaba de miel silvestre, añadía: necesariamente debía ser salvaje, ya que en Israel no existían las colmenas. Decía esto de acuerdo con lo que afirmaban los comentaristas. Rectifico. Recientemente, se han descubierto restos arqueológicos que afirman lo contrario. Me limito a copiar tal me llega de ITON GADOL, servicio de noticias. "Un equipo de arqueólogos descubrió en el norte de Israel, evidencias de cría de abejas de hace tres mil años, incluyendo restos de colmenas, cera de abejas y lo que se presume son las colmenas intactas más antiguas jamás halladas. El hallazgo se efectuó en las ruinas de la ciudad de Rehov. Entre los objetos arqueológicos figuran treinta colmenas intactas que datan de alrededor de 900 antes de Cristo. El arqueólogo Amihai Mazar, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, indicó que el hallazgo demuestra que existía una avanzada industria de cría de abejas en épocas bíblicas".

Parecerá que he acumulado nociones para una tesis. Abandono el tono. Por muy espectaculares que nos parezcan las abejas, no olvidemos que, como todos los artrópodos, se han cubierto de una armadura de queratina para protegerse. Es tan eficiente esta coraza, que no les permite crecer avanzar. Las abejas de hoy son exactamente igual que las de hace siglos. Pienso paralelamente que hay gente que desconfía siempre y toma precauciones. Nunca adelantan. Recuerdo yo, las garantías que exijo. ¡Dios mío! dame audacia. Que sepa ir por la vida descubierto, valientemente, arriesgando. Es la única manera de parecerme a tu Hijo, que tuvo el coraje de jugársela por mí. Que yo, sin olvidar la generosidad de la abeja, sea siempre valiente aventurero.