XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Existencia eterna

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Hay días, mis queridos jóvenes lectores, que al empezar me pongo a pensar qué os contaré, sin que de entrada se me ocurra algo concreto. Otros, en cambio, el problema está en cómo resumiré lo mucho que os quisiera explicar. Hoy me ocurre lo segundo. Las dos lecturas de las que os quiero hablar se refieren a la existencia eterna, pero las dos lo hacen de manera muy diversa. Estoy pensando en la primera, del libro de los Macabeos, y en la tercera, una historieta cómica, que aparece en el evangelio. Uno, si no profundiza, diría que son muy dispares, pero ambas apuntan a un mismo destino. Comento primero y al final me referiré a la diana a la que se dirigen ambas.

Quisiera poneros en antecedentes. Las insurrecciones políticas acaban casi siempre en corrupción del poder. Es el final de las grandes acciones impulsadas por valores de categoría media. Las insurrecciones estimuladas por motivos religiosos sinceros, sin amalgamas de intereses bastardos, llegan a su fin sin degradarse.

Israel en aquellos tiempos sufría una situación de ocupación militar injusta, opresora, humillante y degradante. Hay que situarse siglo y medio antes de Jesucristo. Los Macabeos se habían sublevado, además de hombres de vida turbulenta, se habían unido y les seguían, gentes sencillas y piadosas, imbuidas de la Fe religiosa que atribuía el don de aquellas tierras en las que vivían, a Dios. Estaban dispuestas a todo lo que se presentara, con tal de que el destino salvador del Señor se cumpliese. Yo os recomendaría, mis queridos jóvenes lectores, que en vuestra casa, tomaseis vuestra Biblia y leyeseis el relato entero, que la liturgia de este domingo ha debido fraccionar. Observad como la madre y los hijos tienen una jerarquía de valores bien estructurada. Sabían que los estadios intermedios: vida, salud, alimentación, cargos de gobierno, se han de sacrificar, cuando está en juego el valor supremo de la Fe. Tal vez debería deciros el valor supremo de la existencia eterna, de la que la Fe judía y cristiana son prenda segura. Si ellos aceptan morir allí, en aquel momento, en aquel lugar, es porque valoran más, y no quieren perderse, el existir supremo. Observad, mis querido jóvenes lectores, que no hablo de otra vida, de reencarnación, de revivir o renacer. Os estoy hablando de existencia eterna. En aquella existencia no serán necesarias ni la lengua, ni los brazos, ni siquiera el cuerpo. Todo esto han sido instrumentos para crecer y conseguir amor. Se pueden perder las herramientas, con tal que quede aquello que persiste y satisface totalmente, que no está mediatizado por el tiempo. Amar a un hijo, el que sentía la madre de los siete hermanos, es un aprendizaje del amor que subsistirá, sin que se pierda, de alguna manera, una cierta memoria de él. De la filiación también subsistirá algo, lo esencial, sin mediatizaciones atenazadas a las circunstancias. Por eso creemos que este gozo es personal y perdurable aunque depurado, sublimado, perfeccionado. Esta concepción de lo eterno difiere de la que se imaginan desde ciertas religiosidades, donde parece que el individuo, gota humana imperceptible, se sumerge en el inmenso mar de goce, perdiéndose disueltas y despersonalizadas, en él. Persona y Dios. Persona y comunidad. Persona y comunión. Persona y encuentro. No desaparece todo est aun llegada la muerte. Sumergidos en esta esperanza son la mujer y los hijos macabeos capaces de aceptar horribles sufrimientos. Aunque no sea este el mensaje de hoy, es lícito ahora que os preguntéis ¿sería yo capaz de un tal heroísmo? ¿podría resistir tales suplicios? No olvidéis que en el momento de la prueba, en el de la opción sublime, allí mismo, en aquel instante decisivo, está Dios. Su ayuda aporta coraje, capacidad de aguante, visión de futuro, que de otra manera sería difícil conseguir.

En el evangelio del presente domingo se le propone a Jesús una historieta chusca. Por si tuvierais ocasión de verla, os recomiendo una bella película, situada la acción en los principios del siglo XX, donde se plantea la cuestión del levirato, el deber de la viuda joven de casarse con un cuñado menor, como drama personal contemporáneo. Esta norma judía, se había establecido para conservar tradiciones y patrimonios ancestrales. (el film se titula "Rosa, te amo". Os he dicho vivencia dramática, pero os añado que la historia que se cuenta, está repleta de poesía. Verla os ayudaría a conocer estas costumbres). Centrémonos en el fragmento de la lectura de hoy, que por muy estrambótica que resulte, no se puede negar que podría haber llegado a producirse. Tendía el ejemplo de los judíos, a rebatir la esperanza en la resurrección, Jesús, no niega la posibilidad de perduración del amor humano después de la muerte. En este caso, la escuela de capacitación para la Caridad eterna, sería el matrimonio. Lo que Jesús afirma es que en la existencia definitiva, la trascendente, la que nunca acaba, donde todo lo que es temporal y sometido al tiempo, no se da, en ella, no se precisa de la procreación humana. Recordemos que en aquel bello canto del Amor, San Pablo afirma, que lo único que atraviesa la barrera de la muerte es la caridad. Todo amor humano está mediatizado, teñido de condicionantes. Amamos con familiaridad, con amistad, con enamoramiento, con conmiseración etc. Son particularidades que nos preparan a un Amor eterno no mediatizado, pero sin que lo esencial del Amor histórico desaparezca.

La Fe, afirma el Señor, no es una noción admitida, una teoría, un cúmulo de conocimientos a los que nos adherimos, guardados en una especie de enciclopedia espiritual que hemos almacenado en el cerebro. La culminación de la Fe es el Amor, que no es teoría. Es un Amor de persona a Persona. De Ser por esencia a individuo histórico. Si Dios ama a Abraham, es que Abraham existe como realidad personal, salvada. No es, el Dios de Israel, un Dios de muertos inexistentes. Es un Dios de realidades vivas. Mas que acumular ideas, que es lo que algunos creen es la Fe, es preciso dejarse amar de Dios, ser consciente de este amor, para responder, no con tesis doctorales, sino con afecto, al amor que recibimos. Somos entonces conscientes de ser amados, no podremos, por ende, dejar de creer en Dios y en la eternidad de la existencia, tan eterna e inconmensurable como el sentimiento que anida en nuestro corazón.