Abejas II

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Mi relación con estos insectos es de amor-odio. Hablaré hoy de recuerdos y sentimientos míos respecto a ellos. De pequeño, me habían inculcado miedo a las abejas. Siendo un poco mayor, vi las primeras colmenas. Los Carmelitas de Burgos tenían unas cuantas y el Hno Rafael me enseñó a respetarlas, sin temerlas. Aprendí allí que no eran peligrosas, si no se es entrometido. Tuve ocasión, por aquel tiempo, de recibir algún trozo de panal con miel, para comerlo. Se masticaba la cera, como ahora se hace con un chicle, hasta que no quedase nada dulce. La miel, cuando la familia podía conseguirla, podía ser edulcorante de la leche o, en rebanadas de pan, rica merienda. Por entonces el racionamiento al que estábamos sometidos, lo exigía, ya que no nos proporcionaban más que una pequeña cantidad de azúcar mensualmente.

 

Con los estudios de bachillerato y la colección de insectos que nos exigían presentar, creció mi simpatía. Las abejas eran trabajadoras y ordenadas, eficientes en sus tareas y astutas decoradoras de interiores. La cosa cambió cuando un día, en una curva, yendo en moto y llevando puesto el casco, se introdujo una entre este y la oreja. Recordé rápidamente lo que me habían explicado: al verse en peligro el animal, pese a asegurarse la muerte, clavaba antes su aguijón. Iba a dolerme el rejonazo, era preciso agarrase fuertemente al manillar. Llegó el momento, el dolor no fue tan intenso como temía. Me satisfizo comprobar luego, que quien me había atacado no vivía y yo sí. Otra historia. Al cabo de bastante tiempo quise ver como sacaban miel de los panales, por entonces ya no se destrozaban estos. No fui bien preparado y debí marchar pronto. Nadie sabe el tormento que supone meterse dentro del coche y observar que su ropa iba cargada de abejas que no se inmutan, que vuelan pausadamente en una y otra dirección alrededor de uno mismo. Temí grandes dolores e hinchazones, no vino ni una cosa, ni otra. Al cabo de unas horas estaba en el hospital, nadie me creía lo que contaba, no sufría hinchazón ni dolor, otros síntomas eran más alarmantes. Sería largo explicar, resumiré: diez días interno en observación. Desde este incidente, cuando me he encontrado algún enjambre posado cerca, he llamado a expertos para que se lo llevaran.

 

Vuelvo al mundo bíblico, que es lo que se esperara. En primer lugar debo escribir sobre la relación de esta sustancia con lo sagrado. No era la miel apta para ofrecer sacrificios en el Templo, pero sí para ofrecerla como primicias. Dicho de otra manera, no se podía quemar en honor de Yahvé, pero si presentarla en provecho posterior de sacerdotes y levitas. Se plantean hoy los judíos piadosos si un producto elaborado por un animal impuro, puede ser comida kosher. La pregunta nos puede parecer cosa fútil, acostumbrados como estamos a no parar mientes en significados, ni menudencias. Es curioso acudir al omnipresente "google" y observar los archivos dedicados a este problema. Se puede comer miel, dicen los sabios, porque es producto vegetal, el polen lo arrebatan las abejas a las flores, no en cambio la jalea real, elaboración de animales impuros, de aquí que esta última no sea apta para el consumo humano.

 

Conocerán muchos el "pain d'epices" de los franceses, que más que a especias sabe a miel, pues la tiene en abundancia. Me gusta comerlo de cuando en cuando, me satisface su sabor y por lo tradicional que es en este país que tanto aprecio. (sería paralelo antiguamente a nuestro popular turrón). Israel, sin duda, ya lo conocía, pues, al describir el portentoso maná del desierto, dice que sabía a torta de miel (Ex 16,31)

 

Nos advierten hoy en día que a lo que al comprar llaman miel, tal vez le hayan añadido  azúcar, que es más barata. Hay que decir, por el contrario, que cuando en la Biblia pone miel, tal vez se trate de arrope, un jarabe delicioso, conseguido hirviendo durante varias horas el mosto de uvas, hasta conseguir espesarlo. Una golosina así era muy apta para que el Patriarca Jacob obsequiase con ella al mismísimo Faraón. Seguramente muchos lectores no lo conocen, en cambio yo en esto, como en tantas cosas, soy afortunado, me lo ofrecieron antiguos parientes de Matapozuelos, donde nació mi padre. Un tarro del preciado arrope que me lo tomé a poquitos, como se merecía. Regalo digno de faraones y con resabios bíblicos.