XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Final del curso litúrgico

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

HNo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, que la distribución, los periodos a los que sometemos nuestra vida, se hace con diferentes parámetros. El año cronológico empieza el primero de enero. El uno de enero gregoriano, que no corresponde a la misma jornada del juliano. El escolar se rige por otras normas, el judicial es diferente y el fiscal tampoco es el mismo. Para unos se está acabando el año, para otros estáis en el primer trimestre escolar. La liturgia se centra en la Pascua y en Navidad, todo lo demás son sus secuelas. El próximo domingo celebramos, permitidme que os lo adelante, la fiesta de Cristo Rey y con esta traca final, abandonamos curso.

La imagen plástica del episodio final del mundo obsesiona siempre. Piensan unos que será consecuencia de una catástrofe cósmica, a semejanza de la que ocasionó la desaparición de los dinosaurios. Creen otros que Dios nos puso en este mundo bien hecho y, en todo caso, será el hombre con sus armas nucleares el que lo destruirá. Dicen otros que lo hizo "a prueba de bomba" y no permitirá que se lo destruyan. Afirman los científicos que, de una manera u otra, el fin de la existencia viva, llegará un día como consecuencia del reposo sin desequilibrios, de la materia-energía, la entropía llaman a esto. Vaya por delante que, sin tratarse de una perspectiva egoísta, lo que nos debe importar, es el fin de nuestra propia vida. Y digo que esto no es egoísmo, porque quien quiere y hace el bien, enriquece el mundo, cada día que en él pasa.

Del fin del mundo se habla en el evangelio del presente domingo con motivo de la visión asombrosa que gozaban los discípulos, del Templo de Jerusalén. Del templo aquel "no queda piedra sobre piedra" según el dicho de Jesús, y en sentido metafórico. Quedan muchas "piedras sobre piedra" en sentido real, las que formaban las paredes que sustentaban la enorme explanada en la que se asentaba el Templo. Son unos bloques, algunos de más de diez metros de anchura, por más de un metro de altura. Los he contemplado muchas veces e impresionan. Si tales eran los muros que aguantaban la superficie, lo que en ella se encontraba, debía ser mucho más admirable todavía. Un historiador antiguo, judío y romano, como queráis considerarlo, Flavio Josefo, describe en uno de sus libros la ruina de aquella maravilla y en el arco de Tito, junto al Foro en Roma, se nos presenta en un relieve, la alegría con que las milicias imperiales saquearon aquel portento y se llevaron como botín el candelabro de los siete brazos. Se destruyó aquel edificio y se arruinó la ciudad, llegando incluso a cambiarle el nombre. Este suceso debió ser impresionante. A Jesús, empero, no le interesan demasiado las piedras y aprovecha la ocasión para hablar del futuro de las personas, de las que le escuchaban en aquel momento y de las que leemos hoy el fragmento.

No afirma que la vida será un camino fácil. No promete una existencia histórica dichosa. Habla de dificultades y persecuciones, pero no lo hace para meter miedo, sino para que estemos prevenidos y entrenados. Ser cristiano es el deporte más apasionante que uno pueda imaginar. Exige sacrificios, vencer dificultades mientras se practica pero nos asegura que Él, el Maestro y Señor, estará a nuestro lado para darnos aliento. Si se dice del público que contempla a su equipo de fútbol, que es el doceavo jugador y el más efectivo, ¿cuanto más favorable será la ayuda de Jesús a nuestro lado, en el momento de la prueba? nos dice hoy Jesús, que no fallará en aquel momento.

Os estoy escribiendo, mis queridos jóvenes lectores, al volver de una misa que hemos celebrado para agradecer a Dios el don de 24 mártires de nuestra diócesis, que hace pocos días han proclamado beatos. Os explico de paso, por si no entendíais, que eso de beatificaciones, en el terreno cristiano, es algo semejante a la homologación de vehículos, cascos, chalecos etc. en otros terrenos. No cambia para nada la calidad de lo que hicieron, solo la certifica. Añado ahora que, cuando acababa de escribir la frase anterior, me han comunicado la muerte de un buen hombre, él, después de pasar años trabajando y estudiando una carrera, en el momento en que podía estrenar con sus planos el título conseguido, se le ha manifestado una enfermedad hereditaria, que rápidamente le ha conducido a la muerte. ¿Por qué ellos, los mártires, fueron capaces de resistir y no abdicar de su Fe cristiana? ¿De donde sacó mi amigo la fuerza para aceptar la enfermedad en el momento aparentemente, más inoportuno de su vida? Ellos y él confesaban sus pecados y comulgaban con frecuencia, os digo yo. Buscaban en su vida la compañía de Jesús y, en el momento de la prueba, este Amigo, se puso entonces, y se ha puesto hoy, al lado de ellos y les ha dado coraje y paz.

Tal vez tengáis en algún momento, la sensación de que el cristianismo va de capa caída. Tal vez el miedo os aprisione y estéis a punto de perder la Esperanza. No temáis. Una planta que florece es señal de que tiene vida y de que dará semilla. Una Iglesia que posee mártires, goza de buena salud espiritual. Alguno de estos, hace pocos días reconocidos, nació muy cerca de donde os estoy escribiendo, otros, pasaron por las mismas calles que yo paso. Si a ellos les ayudó el Señor, a nosotros también nos ayudará. Su martirio es señal de que estamos rodeados de campeones. Podemos seguir sus pasos, sea ante un pelotón de ejecución o de gozar de valentía y paz, ante una enfermedad adversa, como la que ha sufrido mi amigo.

Empezaba diciéndoos que se acaba el curso litúrgico. Os decía también, que no temierais el fin del mundo. Os recuerdo ahora que, cada noche al irnos a dormir, es el fin de una jornada. Desearía que reflexionarais y os propusierais morir cada día en paz y que vuestra despedida del día, fuera siempre una oración.