Solemnidad de la Inmaculada Concepción, Ciclo A

Idilios sublimes

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

EHay días, mis queridos jóvenes lectores, que desearía tener espacio y tiempo suficientes, para explicaros los sentimientos, emociones y felicidades, que me proporcionan los textos que la Santa Madre Iglesia nos propone, para la celebración de la misa. Hoy es uno de estos.

Hace pocos días fui a Colonia. El corazón de su catedral es el cofre donde se conservan y veneran las reliquias de los Reyes Magos, ya os hablaré de esto, si Dios quiere, el día que toque. Al contemplar el pórtico central de la iglesia, busqué, como siempre hago en tales sitios, la imagen de nuestra madre Eva. Pronto la encontré. Yo sé que es un mito, que no ha existido ninguna mujer en un paraje de la Tierra, a quien se le pudiera llamar por este nombre y ella corresponder con su mirada y dirigirle, a la persona que se las pronunció, unas palabras. Pero la belleza del relato es tal, que no me importa que sea pura imaginación, con pretensiones catequeticas. El personaje Eva me fascina.

La inicial Eva es puro atractivo. Es libertad. Su desnudez, es seguridad de que ningún daño ni peligro acecha. Resume en sí el encanto del petirrojo, la elegancia de la gacela y la espectacularidad de la catedral de Colonia. Y como incorpora en sí misma esta belleza, así como el pajarito, la andarina de cornamenta de perfil de lira o la mole esbelta de la basílica, desaparecerán, ella en cambio, será capaz de trasportar tanta preciosidad a los estadios eternos. Ella, que es espíritu incorporado a la materia corporal sublime. Si no hubiera pecado nunca Eva, me sentiría incómodo en su presencia. Si se hubiera rebelado altiva, no miraría su antipático rostro. Si se hubiera suicidado desesperada, la olvidaría, para no sentirme yo mismo, impregnado de angustia. Pero porque pecó, se disculpó avergonzada y permaneció al lado del que no consideró cómplice sino compañero de esperanza, miro siempre sus imágenes, tratando de que me contagie el proyecto de salvación que oculta en su seno. Desnuda estaba cuando era inmaculada, debió protegerse de inclemencias y miradas lascivas, cuando pecó. No me importa que el autor inspirado, que de parte de Dios quiera trasmitirme una enseñanza religiosa, mezcle características de la serpiente, un reptil, con las de la lombriz, un anélido. Me importa el gesto de Dios que le proporciona un vestido protector, que le promete a ella, en su linaje, salvación, victoria sobre el mal, aquello que continúa acechándome a mí, aunque de otra manera. Por lo que ella, que es pecadora como lo soy yo, caídos ambos, heridos sin sufrir derrota, se convierte en madre de esperanza que tanto necesitamos todos los hombres.

Después de contemplar el lado derecho del pórtico de la catedral, he dirigido la mirada hacia el centro y allí, como esperaba, he visto la imagen de la nueva Eva. La de limpieza perenne, la transparente, la ingenuidad e inocencia suprema, la que contemplo admirado y sé que me protegerá, si solicito su ayuda. Fuera y dentro, en la Catedral y en las sucesivas iglesias que visitamos, en todas ellas, veo representaciones de la sin par María.