III Domingo de Adviento, Ciclo A

San Mateo 11, 2-11: Honradez o, si se quiere llamar de otra manera, honestidad, de Jesús y Juan

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Como es mi costumbre, y para aportar a estas páginas algo que sé y que tal vez mis ilustres compañeros desconocen, voy a daros para empezar, mis queridos jóvenes lectores, algunos detalles de los lugares geográficos que aparecen en las lecturas del presente domingo. 

Las montañas del Líbano sólo las he observado de lejos. He estado a pocos metros de la nación que lleva su nombre, pero nunca atravesé su frontera. Viajando por el norte de Israel, he visto casi siempre cerca de las cúspides de la cordillera, nieve en forma de heleros. Debo advertir que me he desplazado, casi siempre, en pleno verano. A los pies de la sierra, en el Antilíbano, junto a Cesarea de Felipe o Tel Dan, me he paseado por senderos maravillosos, de una frondosidad y abundancia de corrientes de agua, nunca vistos. No extraña que el profeta se sirva de estos paisajes para expresar la esperanza que se le avecina al Pueblo escogido. 

El Carmelo es una larga loma de unos 20 Km. La punta que se levanta sobre Haifa, al lado del mar, está densamente poblada. Hoteles de las mejores cadenas mundiales allí se levantan. Múltiples carreteras la cruzan. No obstante, el clima no ha cambiado y he disfrutado, en una ocasión, durmiendo al raso en jardines de los buenos frailes carmelitas, bajo algún espléndido algarrobo. Hacer vivac en Tierra Santa es cosa insólita, a mí se me ha concedido. En la otra punta de la sierra, al Este, las edificaciones no abundan, el paisaje que uno divisa se extiende por la llanura de Esdrelón, hasta Nazaret. Carmelo significa jardín en palestino o viñedos de Dios, en hebreo. En la Biblia esta montaña es una referencia poética. 

El Sarón es una fértil llanura al Sur del Carmelo. Abundan los frutales y he visto grandes plantaciones de algodón que, evidentemente, en tiempos bíblicos no existían. 

En cuanto al lugar donde estaba prisionero el Bautista, el texto no lo menciona pero Flavio Josefo sitúa su muerte en la fortaleza de Maqueronte. Seguramente, pues, es donde Herodes lo tendría prisionero con antelación. Hoy en día son ruinas arqueológicas situadas en Jordania, entre la capital, Amán, y la famosa Petra. La distancia que le separaba de Jesús era por tanto muy superior a 100 Km.

Juan se había dado a conocer en la ribera del Jordán, a la altura de Jericó. En sus orillas ahora crecen sauces y cañaverales en abundancia, seguramente que en aquellos tiempos también.

Os he contado esto, mis queridos jóvenes lectores, para que nunca escuchéis la narración, como si ocurriera en un lugar de fantasía, algo así como la tierra de jauja.  

Nuestra cultura está enferma de esperanza. Uno piensa a veces que es una pandemia incurable. Lo piensa, cuando observa y sufre el panorama espiritual que contempla. Pero como siempre ocurre cuando uno mira a través del anteojo de la Revelación, lo que ve es diferente. Habla el texto de Isaías de gozo pleno, de satisfacción total. Santiago, en la segunda lectura que la liturgia nos ofrece hoy, nos dice que no debemos ser impacientes. Yo sé que esta recomendación os es difícil de aceptar, que esperáis resultados inmediatos, acostumbrados como estáis a operaciones y cálculo de velocidad increíble, que efectúan nuestros cacharritos informáticos. Pero la realidad mas profunda es otra. Hay que recordar que Dios no tiene prisa, dispone de la eternidad para otorgarnos su amor 

Se nos ofrece la ilusión de la Navidad eterna y no debemos olvidar la nuestra temporal que se avecina. Ya sabéis que para algunos son días de nostalgia, añoran seres queridos que ya han muerto. Para otros, no creyentes, días de engaño. Para muchos, temporada de consumo excesivo. ¿Por qué la Iglesia, pues, nos estimula a que esperemos con ilusión la Navidad? Porque también se atreve a enseñarnos con sinceridad radical lo que en realidad es. Vaya por delante que el sabor de la Navidad no lo encontraréis en bebidas, ni en comidas selectas, ni en golosinas. Que nadie por allí lo busque. El sabor de la Navidad es la Eucaristía.  

Los medios nos invitan a que llenemos nuestras despensas de exquisitos manjares y hasta se han atrevido a predecir el dinero que gastaremos durante estas fiestas. Os aseguro que en mi caso, se han equivocado totalmente. La Iglesia, con el ejemplo de Juan Bautista, nos invita a que acumulemos virtud. Dejadme, mis queridos jóvenes lectores, que me detenga un momento y os hable de los aspectos en los que se fijan hoy los textos. 

En primer lugar, Juan, que había tenido notoriedad, no se acongoja por su situación de prisionero. Es un hombre humilde, no presume de saberes, ni simpatías. Tampoco se exhibe como joven atractivo. Desconfiad de los que vienen a vosotros satisfechos de sus cualidades, tratando de conquistaros con ellas. Sólo Jesús tiene total atractivo. Juan lo sabe bien, él, que está en la cárcel, no les dice que se queden, haciéndole compañía. Conviene que Él crezca y yo disminuya, les dijo a sus amigos. Aunque deban caminar largas distancias les manda ir para que conozcan a Jesús. Es consciente de la importancia que esto tiene. Para nosotros también este encargo sirve. Pero, lamentablemente, se viaja a lejanos países para aprender su lengua, se permanece en ellos mucho tiempo y se vuelve hablándola con fluidez, pero desconociendo al Salvador que se nos da a conocer gratuitamente. No lo olvidéis, al entrar en el Cielo, os examinarán de Amor y de Fe, no de lengua inglesa. Es preciso, pues,  también, que nos examinemos de humildad. 

En segundo lugar fijémonos en el proceder del Maestro. Tampoco es vanidoso. Hace el bien. Esta es la prueba de su realidad mesiánica. Es tan evidente el texto que excuso más comentarios al respecto. 

Os he dicho que en las orillas del Jordán, allí donde el Bautista había predicado, crecían cañas. Contrastan con la robustez de las acacias del desierto, que por allí también hay. Juan no tiene la volubilidad de una caña. Hay gente que se sitúa siempre ante el sol que más calienta, él no. Su vida, como la de Jesús, es consecuente con lo que proclama. En Maqueronte, no tuvo un escenario para pasearse cantando, gritando y recibiendo aplausos. Fue honrado y honesto hasta el final. Cuando voy a Sebastiye, a once kilómetros de Nablus, donde dicen que está su tumba, medito estas enseñanzas y le pido su intercesión.  

Quisiera para acabar, que comparaseis estos procederes con los de los ídolos de las gentes de hoy. Y vosotros mismos sacarais conclusiones. Preguntad a vuestros mayores quienes eran los de su época, para vosotros son ahora carrozas. Consultad revistas de hace unos años, las fotos de sus portadas os resultarán propias de anticuario. Los discos microsurco, los cassettes que apreciasteis, ahora ya no sabéis qué hacer con ellos. Pero el Evangelio continúa sin perder actualidad.