IV Domingo de Adviento, Ciclo A

San Mateo 1, 18-24: Adviento- personaje

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Para este cuarto domingo de preparación de la Navidad, nos propone la Iglesia, mis queridos jóvenes lectores, unos textos bíblicos que es preciso aclarar.


En primer lugar hablaros de un fenómeno evolutivo personal que hay que tener presente. No os asuste la expresión, me estoy refiriendo a la adolescencia, a lo que vulgarmente, y no sé porque motivo, llaman la "edad del pavo". Es una etapa biológica estimulada al iniciarse la irrupción del funcionamiento de ciertas glándulas de secreción interna, que producen desequilibrios emocionales, además de cambios de apariencia física y de nuevos fenómenos fisiológicos. La vitalidad desborda la interioridad y enriquece la belleza corporal. Entre nosotros, europeos latinos, en la mujer se iniciaría hacia los 12-14 años, prolongándose hasta los 18-20. Añádase a lo dicho los problemas de estudios medios o el inicio de los superiores, para complicar las cosas. En la antigüedad, y en muchas culturas actuales, esta etapa dura un corto periodo, casi ni existe. Una niña dejaba de serlo al iniciar la pubertad e inmediatamente se convierte en joven. Los padres, que la habían educado cuidadosamente en el sentido de la fidelidad, la piedad y laboriosidad, proyectaban el encuentro de su hija con el mejor chico que creyeran le fuera apto y la pudiera hacer feliz (como ahora se preocupan de que aprenda inglés, sepa nadar o juegue al tenis. Cosas muy buenas estas, para que se aleje del mundo de la droga y de las relaciones libertinas, dicen justificándose. Pero ¿tienen éxito? Me pregunto con frecuencia. ¿Serán personas felices, preparándose de este modo?).

La chica que diariamente le tocaba ir a la fuente, que aprendía a manejar el molino doméstico, el pequeño telar hogareño, a amasar y cocer el pan, a rezar, cantar y bailar, esperaba este momento sublime en que se encontraría con su prometido. Algo así como los sueños del niño la noche de reyes. Un día ocurriría lo previsto y estudiado. Se formalizarían los tramites en la sencillez de los esponsales. A partir de este momento la iniciativa la tenían los jóvenes esposos. La casita el chico, el ajuar la chica. Y desde la fidelidad, dejar que germinara y creciera el amor en este buen terreno, abonado por el Amor de Dios. En el momento oportuno, recuérdese el Cantar y los intríngulis de la pareja protagonista, llegaría el encuentro íntimo, sin apresuramientos, sin egoísmos, recuérdese el precioso libro de Tobías. Decir joven, decir chica, decir virgen, eran términos equivalentes. No os enfadéis con los que no aceptan nuestras traducciones. La palabra del original hebreo significaría mujer joven, sin fijarse en nada más. La edición griega que llamamos de los setenta, sin negar la juventud, pondría el acento en la virginidad.

Esta singular chica, que no conocía la adolescencia, a pesar de tener la edad de las teenagers de hoy, estaba aprendiendo a amar a su esposo ilusionado. Este joven, José, soñaba proyectos, maduraba cualidades, se esforzaba en preparar un hogar y encontrarse íntimamente, como era lo lógico, con María.

Llegó lo inesperado. Los planes de Dios son imprevisibles, enigmáticos a veces, pero siempre buenos. Al enamorado José se le comunica la acción del Señor en su enamorada. Avergonzado había pensado en alejarse de este misterioso hecho. Fiel a los planes de Yahvé continúa con Ella. Pero ahora es distinto. José en su interioridad se convierte en Adviento viviente. Cada piedra que asentaría en la casita iniciada, cada viga que fijaría, cada puerta que ponía, era como el cirio de la corona que cada semana vamos encendiendo nosotros en las iglesias, para decirnos que la Navidad se acerca.

Salir juntos, vivir en pareja, hacer el amor, ¿No os parece, mis queridos jóvenes lectores, que son expresiones que suenan, a la luz de estos misterios, como si fueran cosas de otro planeta?

Acabo. Os propongo que discutáis juntos, si casarse siguiendo un esquema paralelo, evidentemente, no puede ser exacto. Si prepararse de este modo, seríais capaces de realizarlo. Lo que estoy convencido es de que la celebración de la boda de José y Maria, fue inmensamente un día más feliz que el de tantas parejas de hoy, donde el derroche y la charlotada, son la atmósfera dominante. Donde no hay previsión de compromiso ni enriquecimiento espiritual eternos. (Hablo de oídas, nunca asisto a bodas).