Profetisas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Cambio de rumbo esta semana. Volveré a los humanos. La temporada navideña lo requiere. Hace años escribí bastante sobre: "la Navidad ofende a algunos" y ahora el tema es común en comentarios periodísticos. Pero los que escriben, se atribuyen, cosa muy frecuente hoy en día, el ser representantes del común de los mortales, cuando su postura y experiencia es muy suya y respetable, pero no la general.

Con frecuencia se comenta la escasez que nuestra Santa Madre Iglesia sufre de sacerdotes. No seré yo quien lo niegue, advirtiendo que, en mi entorno, esto no ha ocurrido. Un buen sacerdote: Mn J. Santantandreu, me advirtió, de esto hará unos 40 años, que los sacerdotes, como los matrimonios, evidentemente de otra manera, debíamos procurarnos descendencia. Y la he tenido, gracias a Dios. Femenina y masculina, viven en Europa, África y América. No ignoro que no es caso común el mío. En mi vejez procuro y espero, nuevas vocaciones. La gente joven que acude a misa sabe que en el altar tienen una patena, que no uso, que está reservada para aquel que se decida a continuar mi labor, que tanto me apasiona y procura felicidad. Pero no es esto a lo que iba. Pienso que la comunidad debería ser consciente de que lo más necesario son los obispos. Los sucesores de los apóstoles. Como tales, más que como "gobernadores militares diocesanos". A continuación son precisos los diáconos. Gente ejemplar y servicial como lo fueron Lorenzo romano, Francisco, el de Asís, o Benito, el de Nursia. El mundo necesita testimonios de una tal orientación y categoría.

Con frecuencia se cuestiona la necesidad del sacerdocio femenino. O de la instauración, algunos quieren llamarla restauración, ¡allá ellos!, del orden de las diaconisas. Pues mi sincera opinión, todo lo modesta que se quiera, es que nuestra actualidad reclama profetas. Y que le urgen profetisas. Carencia que parece a nadie inquieta. Ser obispo supone sentir una llamada interior y recibir la imposición sacramental de las manos, semejante es la realidad de diáconos y presbíteros. Pero los profetas, las profetisa también, no precisan de ningún ritual. Es cuestión de afinar el oído interior espiritual y, si se escucha una llamada, contestar como lo hizo aquel chiquillo llamado Samuel: habla Señor que tu siervo escucha. Y a continuación estudiar bien el mensaje, conservarlo en el corazón, tenerlo siempre a punto para aplicarlo.

La palabra profetisa aparece 8 veces en la Biblia. Se trata de María, hermana de Aarón. Dios se la tomó en serio y la puso a prueba. Poca cosa más sabemos de ella. Débora, mujer de armas tomar, de ella ya escribí otro día. Julda, su sentencia fue aceptada por los notables de su tiempo. Se le dedicó una puerta en el Templo. ( en el pabellón de Israel en la Expo de Sevilla había un fragmento. Con gran emoción visité esta puerta, hoy cegada, durante mi último viaje a Jerusalén). Noadía, mencionada en Nehemías. La madre de Maher Salal Jas Baz, del texto de Isaías. Ana, la simpática viejecita impertinente, del evangelio de Lucas. Sin darles el calificativo de profetisas lo fueron sin duda: Ana, la madre de Samuel, la madre de los siete hermanos del libro de los Macabeos. Más o menos históricas, pero, como personajes, grandes profetisas, lo fueron Judit y Ester. Creo yo que atrevidas, elegantes, piadosas e inteligentes e imaginativas mujeres como ellas, son mucho más necesarias hoy, que otras labores evangelizadoras. Y para serlo no son precisos requisitos de la autoridad, es suficiente ser fieles y honradas. No hay que olvidar que en el Apocalipsis se habla de una falsa profetisa. Que de todo puede haber en la viña del Señor.