II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Juan 1, 29-34: Mas de lo mismo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

El relato evangélico de este domingo se sitúa, mis queridos jóvenes lectores, en el mismo lugar que el del pasado domingo. Se trata de una llanura no muy extensa, situada, como os he dicho en otras ocasiones, a casi 400 metros bajo el Mediterráneo. Mayor presión atmosférica y un alto grado de humedad son evidentes características del lugar. El Jordán zigzaguea perezoso, formando meandros y las estribaciones del desierto de Judá se acercan al río formando aun pequeñas dunas. Un lugar, pues, muy apropiado para vivir en paz, propicio a lograrlo sin aprietos. Lo contrario a lo que, por desgracia y seguramente, os tocará vivir a vosotros, agobiados por deberes escolares, desplazamientos diarios, sin tiempo para compartir con los demás.

Juan Bautista, nacido en Ain-Karen, pueblo autónomo entonces y barrio hoy de Jerusalén Había partido, dejada su niñez, al desierto. La tradición lo ha situado a este muy cercano, pero desconectado de la población. Es un lugar áspero, hundido en un paisaje austero, silencioso. Aun lo es hoy. Vivió allí vida anacoreta y se le indicó, llegada la madurez, que debía marchar a allí donde lo encontramos en el relato de hoy. No era un sitio placentero, ni escogido con indiferencia. Era también lugar desértico, pero junto a la rivera del Jordán. Allí debía bautizar a aquellos que atizaría con sus certeras palabras, con sus duras expresiones, con su valiente actitud. No era un hombre amargado, que grita contra todo bicho viviente, pues, se cree víctima de todo el mundo. Juan era un hombre fiel. Fiel a voces interiores, meditadas, aquilatadas. No a consignas políticas ni a intereses económicos.

Quien calcula de manera egoísta o deduce decisiones como fruto de sus estudios, puede equivocarse. El error es una de las características del quehacer humano. Quien obra intuitivamente, quien se comporta con fidelidad mística, puede parecer a los ojos de muchos, un simple hombre valiente, un arriesgado e imprudente aventurero. Lo juzgan de esta manera aquellos que han resuelto no modificar para nada sus vidas, para ir pasándolo bien, indiferentes a lo que espera Dios de ellos y tratando de gozar de la vida sin escrúpulos de ningún tipo. No obstante es a los tales, a los idealistas, a los que Dios le gusta comunicarse. No debe confundirse al místico con el simple provocador. Es preciso ser fiel a la ley del Señor, honrado y severo con lo que se le encomienda. Sus conocimientos, ya que no surgieron de indagaciones, se le presentan en su interior con claridad diáfana, pero sin verlos en sucesión precisa. Sabe lo que pasará, sin conocer el momento que sucederá. Lo sabe, sin estar seguro de quien será el protagonista. Así era Juan el Bautista, el que se hizo famoso, arriesgadamente famoso, jugándose con ello la vida. Él sabía que debía predicar, que debía remojar ritualmente, nosotros a esto le llamamos bautizar, que no era esto una ocupación monótona y sin sentido, que un día se le desvelaría el misterio, que vería descender el Espíritu en apariencia de paloma, que aquel día resultaría el momento álgido de su obrar. Sabía todo esto, sin tener noticia clara de cómo sucedería. De aquí la expectativa, la esperanza en la que vivía. No se reservó para sí este estado de ánimo, se lo confió a sus más íntimos discípulos, aquellos de los que, con generosidad suprema, se desprendió, para que siguieran a aquel que les había estado anunciando que debía presentarse un día en Israel y ser el Mesías prometido.

A nosotros, mis queridos jóvenes lectores, no se nos encomendará una tarea de tal categoría, pero cada uno tiene una misión que cumplir. Para nuestra vida se ha escogido un papel, debemos descubrir que clase de actor quiere el Señor que seamos. Más que actores, ya que no se trata de ninguna comedia, ha pensado Dios que nos podía encomendar una misión. No será cosa ficticia, es preciso ser trabajadores, edificadores, servidores del Reino.

Se le había anunciado a Juan, que vería una paloma diferente a las demás ¿Cómo sabría que era esta? La vería él, tal vez no los otros ¿Quién le creería? ¿Cómo podría conseguir que le siguieran? Muchos interrogantes, pero él no era un apesadumbrado. Era hombre de Esperanza. De aquí su éxito.

Llegado el momento, proclamó la visión que muchos ignoraban. Animó a seguirle. Entre ellos estaba ese delicioso muchacho idealista, de una edad semejante a la vuestra. No tendría más de 12 años. Su desarrollo y mentalidad correspondería en la actualidad a un chico de algunos años más. Me estoy refiriendo al que luego sería el apóstol y evangelista Juan. El "bautizador", les comunicó, como si no viniera al caso, que aquel que habían visto mezclado entre la multitud, pero que él había sabido diferenciar, era, nada menos que el Hijo de Dios. Se había presentado en el mundo con la misión de cargar sobre sí los pecados de los hombres, de todos los del mundo, logrando lo que ellos, los judíos, deseaban simbolizar en el cordero que ritualmente se inmolaba en el Templo de Jerusalén. Aquel era figura, pretensión, deseo. Este era realidad. A ellos les costó dejar al amigo, pero le hicieron caso y siguieron al Otro. ¿estáis dispuestos vosotros a escoger una vida sin seguridades, sin salidas profesionales precisas y enriquecedoras, con tal de ser fieles a lo que el Señor espera de cada uno en particular?