Iglesia-Evangelización

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Continúo situado imaginativamente en lo alto de los andamios de la iglesia de la Sagrada Familia de Barcelona. Ya dije que ser amigo de Mn Bonet, nos permitió tener el privilegio de, cubiertos con el preceptivo casco, encaramarnos por entre los andamios. En aquellas alturas, uno ve las barras de hierro soldadas entre sí y dobladas según el ángulo que marcan los planos, enormemente recias, uno está tranquilo, considerando que las columnas que desde el suelo se levantan, tiene la seguridad que le proporcionan aquellos macizos mechones. Macizas las columnas desde los cimientos, van creciendo hasta donde nos encontramos. Ahora vemos vacío el espacio situado entre la armadura metálica y las superficies exteriores de piedra que rodean y que posteriormente se rellenarán de cemento. El que pasea a nivel del suelo, se asombra sin duda, del bosque de columnas de palmeras pétreas, de su colocación, de la armoniosa distribución de sus sobrios colores, de su gigantesco tamaño. Le satisfacen las formas del edificio. Puede mirar, considerar, comentar, discutir, escribir artículos, si conviene. Sí, ya lo he dicho, es admirable, sorprendente y bello, pero si un día se ocurriera un terremoto ningún adorno sería capaz de sostener el edificio, piensa el que lo observa frívolamente. Desde abajo no se puede dar razón de su solidez, no ve lo que explicaba antes, es lícito que desconfíe. Los que lo hemos visto arriba, no tememos.

Lo contado es una parábola de nuestra Santa Madre la Iglesia, Esposa Amada de Jesucristo. Piensa uno que hoy en día hay personas que dedican sus energías a defender la existencia y los derechos de la Iglesia. Lo predican sinceramente, con tanta energía y entusiasmo como son capaces. Vociferan, mueven, si pueden, a las masas en demostraciones públicas. Se sienten atrevidos quijotes, generosos limosneros, entusiastas líderes. Entregada su vida a estos menesteres, en ningún momento se paran y calculan, miran y consideran, observan y ponen a prueba sus programas. Están tan convencidos de sus ensueños, que piensa uno que ignoran que, siguiendo así, llegará un día en que no tendrán a quien aplicarlos. Dicho de otra manera, se defienden las clases en colegios, sin que se aseguré que estas clases estarán bien atendidas. Las catequesis están bien programadas, los manuales excelentemente presentados, pero los contenidos doctrinales son casi siempre pobres. Ante la complejidad de los artilugios que utilizan nuestros chiquillos, en diversiones y juegos, su interior, su fibra espiritual, está llena de vaciedad. Se definen derechos matrimoniales, sin atender a los fieles que se acercan a celebrar el sacramento, que no tienen nociones claras de a lo que se van a comprometer. Sus preocupaciones al respecto las han puesto en la hipoteca, en el restaurante del banquete de bodas, en el vestido o en el destino del viaje. En este terreno, lo he dicho más de una vez, no me preocupa el cálculo de tantos por ciento que comparan ceremonias civiles con eclesiásticas. Lo que me inquieta, es la escasa preparación espiritual de los que escogen una iglesia y el porqué la escogen. Porque, no nos engañemos, el matrimonio cristiano, aunque esté cortado a medida humana, en la actualidad, difícilmente, sin el apoyo de los otros sacramentos, resiste el envite de tanto oleaje que lo acecha.

En algunos momentos, vista la imagen pública que se da, imagina uno que llegará un día que, en el centro de las grandes metrópolis, se levantará un gran y esbelto monumento donde, en una blindada caja fuerte, se guardarán los documentos firmados, rubricados, sellados y legítimamente reconocidos, de los derechos de la Iglesia. El monumento será admirado por todos, alabado y recordado el esfuerzo de los que dedicaron su vida a defender postulados y principios, pero huero de cristianos. Nadie se había preocupado de evangelizar y quedaron los principios inspirados sin que empaparan la vida de nadie, pues no existen fieles.

Gracias a Dios, en la Iglesia hay Cottolengos, Hermanitas de los pobres y de los desamparados, Cartujos y Carmelitas, Adoradoras perpetuas y misioneros. Digo bien: misioneros. Son ellos con su sacrificio, su humildad aceptando costumbres, leyes y normas que les son muy otras, figura de la Iglesia de Jesucristo. Siempre he admirado la cándida intrepidez de los Apóstoles que partieron de Genesaret, decididos a llegar, porque el Maestro se lo había dicho, hasta los confines de la tierra. Entre nosotros son necesarios los misioneros, es imprescindible la evangelización. Son precisas barras vivientes que aseguran el edificio, como las espigas de hierro del centro de las columnas del templo de la Sagrada Familia. Manifiestos y proclamas, carentes de sencilla vida evangélica, son espectacular fuego de virutas.