III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 4, 5-42: La Samaritana

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Uno de los paisajes que más hubiéramos deseado que se conservara tal como era en tiempos antiguos, es al que se refiere el texto del evangelio de este domingo. Lamentablemente, no es así. El pozo profundo, sí se conserva, pero nada de su entorno nos evoca la escena.
El manantial está situado en el interior de una cripta, que ella misma a su vez se abriga en una gran basílica, empezada a principios del siglo XX, a expensas de Rusia, según me cuentan, se paralizó cuando la revolución bolchevique, continuándose en la actualidad su construcción. Debe uno cerrar los ojos de la cara y, si le apetece, sacar agua desde un precioso brocal de mármol y beberla a sorbitos lentos. Se la servirá amablemente un clérigo ortodoxo, rodeado de estampas, cirios e iconos. Puede uno entonces, si le ha ayudado el gesto, entregarse a sus ensueños.

Si uno contempla el paisaje con los ojos interiores y evoca lo que tenían en sus mientes los dos interlocutores, su espíritu vibrará de emoción. Debéis saber, mis queridos jóvenes lectores, que muy cerca de aquí está la tumba de José, el hijo de Jacob. También está cercano el santo lugar de Siquen, allí donde empezó a revelar Dios a Abraham su proyecto de salvación. Donde fue seducida y violada Dina. Donde Josué dejo hincada una piedra, testimonio comprometedor de la lealtad del pueblo. A unos 11k se conservan todavía las ruinas de Samaría, la antigua capital. En el horizonte se levantan  dos montañas mágicas y simbólicas: el Ebal y el Garizin, a este último se referirán los interlocutores. El lugar está situado a las afueras de la ciudad palestina de Nablus.

Podréis escuchar muchos y diversos comentarios. La Palabra de Dios tiene tal profundidad, que por sus inmensos recovecos descubre uno ignotos tesoros. Os explicaré el encuentro del Maestro y la mujer samaritana a mi manera, que es, sin duda, uno de los modos que uno puede hacerlo. El evangelio de Juan es el más espiritual y simbólico de los cuatro, lo cual no le exime de ser histórico. Piensan algunos que es el más histórico de todos.

El antiguo pueblo escogido se había escindido, a la muerte de Salomón, en dos estados que habían alternado entre sí épocas de rivalidad, con treguas y pactos de amistad y ayuda. En la época del relato, ya que era territorio ocupado por los ejércitos de la ciudad de Roma, quedaba entre ambos una gran rivalidad y desprecio, que no llegaba a situación
bélica. Cultural y económicamente los judíos disfrutaban de una situación mejor que la de los samaritanos. Pero el orgullo patrio era semejante.

No mucho más de 30 años tendría Jesús. Se había quedado sólo aquel día, en aquel lugar tan evocador, mientras los apóstoles habían ido a comprar alimentos a la ciudad próxima llamada Sicar. Nota el Señor que se acerca alguien. Levanta la vista, es una mujer de andar gallardo.
Muy cerca está ya, cuando se agacha dispuesta a descolgar su cacharro y sacar agua por el ancho y profundo agujero.

Jesús, con amable jovialidad, le pide un poco de agua. Ella, extrañada y garbosa, con una sonrisa de signo diferente a la de Él, le espeta con disimulada sorna:

- ¿Qué clase de judío eres tú, que te atreves a hablar a una samaritana?
El Maestro no esconde su ironía y le torna la pelota:
- Si supieras quien soy yo, serías tu quien me pediría agua…
Continúa ella mordaz:
- ¿Ah, sí? ¿Sin cuerda ni cacharro, serás capaz de darme a mí agua de este manantial? ¿Quién te has creído que eres? ¿Te sientes más importante que Jacob, que excavó este pozo?
El Señor no se inmuta y, sin disimular, continúa en el mismo tono:
- Pues sí, mujer, yo podría darte tanta agua que no te sería preciso volver a buscarla, ni aquí ni a ningún sitio, ya que no sentirías de nuevo más sed.
La mujer no ha caído en la cuenta de que se está enredando y pronto no podrá escapar a la agudeza viril de su interlocutor e ingenuamente, le dice:
- ¡Anda!, dámela enseguida
Cambio de tercio a iniciativa de Jesús, que candorosa, pero pícaramente, le dice:
- Vente con tu marido y continuamos hablando
Sin darse cuenta la mujer de que ha bajado la guarda y sin tomar las precauciones con las que hasta entonces se había armado, contesta con sinceridad:
- No tengo marido
- Si ya lo sabía, le dice Jesús, has tenido cinco y el de ahora no llega a ser más que un amante
El sonrojo ha inundado su rostro. ¡qué vergüenza siente ahora! En lo más hondo de la intimidad personal, guarda ella un rincón secreto. En aquel escondite, se siente segura, pues nadie puede entrar allí. Este enigmático judío se ha colado, sin saber ella cómo. Se siente desnudada espiritualmente y, por un momento, derrotada. Sabe escaparse, se trata de un hombre, piensa inmediatamente, a ellos les apasiona ser reconocidos como algo importante y batirse en la palestra
de la política. Allí, astutamente, le lleva ella.
- Admito que eres un hombre prodigioso, un profeta tal vez. Dime pues:
¿es aquí arriba, en la cima del Garizin, donde nosotros vamos, o en Jerusalén, donde decís vosotros que hay que ir?
Ha tocado la fibra patriótica y el Señor no oculta sus convicciones:
- Seamos sinceros, la razón está de nuestra parte. Pero no te inquietes, de ahora en adelante, el sitio no es lo que importa. Para orar, para estar con Dios, lo importante es la actitud interior. Tal como uno es por dentro, es lo que condiciona. En cualquier lugar del mundo puede hacerlo.
La samaritana se ha dado cuenta de que su interlocutor no es peligroso. Entiende de hombres ¡tanto como entiende ella, desde sus experiencias y fracasos! Desde la intuición que no ha perdido, sintiéndose vencida pero no aplastada, dice audazmente:
- Tal vez ha llegado la hora del Mesías…
- Sí, tú con él estás hablando.
(en este momento la llegada de los discípulos rompe el encanto del encuentro. Les intriga aquella conversación de tu a tu con una desconocida. Le ofrecen comida y la rehúsa. Estaba diciéndole amablemente a aquella mujer lo que ásperamente había dicho al diablo en el desierto: que no sólo de pan y agua se vive. Experimentaba la mujer entonces, que la Palabra de Dios es el alimento del alma creyente. Ella no sabía que Él  era el alimento que ella más necesitaba, pero no importa, aunque alguien coma sin saber la composición del bocado, también le aprovecha.)
Aquellas palabras la han cambiado. De mujer libertina se ha tornado apóstol, sin calcularlo, ni saberlo. Huye corriendo. Cuenta a los suyos que aquel hombre prodigioso le ha hablado de sus más íntimos secretos. Ellos acuden. No importa que sea judío. A diferencia de los de la otra ocasión, estos le ofrecen alojamiento. El Maestro no desconfía ni desprecia a nadie, no es racista, ni clasista. Les predica con el mismo entusiasmo que lo pudiera hacer en su querida Galilea.
El texto dice que era una mujer de vida licenciosa. Afirma también que quedó convencida de lo que el Maestro le dijo. Supo el Señor hablarla a ella como mujer, desde su realidad humana de varón. Con acierto, sin disimular nunca, pero con sagacidad. ¡Qué Jesús tan admirable podemos tener como intimo amigo! ¡Qué suerte tenemos!

Desearía, mis queridos jóvenes lectores, que meditarais este episodio desde vuestra realidad. Que sacarais consecuencias de ella. Uno puede ser muy masculino al lado de una chica muy femenina, sin que tengan que sonar tonos eróticos. Mis imaginarias y amadas lectoras, desearía que estos escritos que redacto pensando en vosotras, os llevaran un
mensaje de salvación e ilusión, como el que trasmitió Jesús a su ocasional compañera. No os avergoncéis de volveros coloradas, dejaos atrapar ingenuamente por Jesús. En mi oración personal os tendré en cuenta. Pediré especialmente por vosotras.