Lo que nos une

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Cuando uno ha vivido tres cuartos de siglo, y los ha vivido con pasión
y ambición, ha gozado de la vida que el Señor le otorgaba y ha sufrido
la incomprensión de muchas personas. Hubo tiempos en los que la
semilla plantada por nuestros mártires y abonada con su sangre,
germinó y creció. Los campos de Dios, entre nosotros, eran casi dos
únicos: la Acción Católica y las Congregaciones Marianas. Fomentada la
primera por las parroquias, por los jesuitas las segundas. Entre
alumnos, nuestras  discusiones al respecto, eran frecuentes, pero se
quedaban en eso, en discusiones. Podía uno asistir a Círculos de
Estudio de AC, para aprovecharse luego de la biblioteca de la
"Congre". Las disputas quedaban en casa, o en el patio del colegio.

La total uniformidad de la liturgia, de su lengua y de sus ritos,
aceptados sin discusión, más que entendidos, y una fe sencilla en los
sacramentos (aquellas confesiones que nos parecían siempre iguales)
las comuniones tan distraídas, pero que no por ello dejaban de ser
alimento espiritual, promocionaban nuestra vida. Fueron otros tiempos,
eran así, llegaron diferentes.

Llegó la etapa de los llamados nuevos movimientos y nuevas
comunidades. Prodigiosas intuiciones, casi siempre. Nuevas semillas,
que anunciaban nuevas cosechas. Había una gran variedad de las
iniciativas. Era asombroso. No quiso verse esta riqueza y, en
ocasiones, se pretendió implantar una sola, la que mas impulso tenía,
la que había llegado antes o la que un supuesto líder local difundía.
Se pretendió el monocultivo, que siempre perjudica. Monocultivo que en
el pueblo vecino era otro, de aquí que surgieran  rivalidades.

Ocurrió que, por desgracia y con frecuencia, se miró más en lo que se
diferenciaban que lo que las unía. Y desde cada bando, se trató de ver
los defectos de los otros, más que sus ricas peculiaridades y se
olvidó con frecuencia que una inmensa riqueza nos era común. Y llegó
el distanciamiento. Se fue más crítico con un grupo cristiano que
tenía una característica que no nos resultaba simpática, que con la
entidad que era adversaria de la Iglesia. Crecieron los grupos y
grupitos encerrados en sí mismos. De algunos, los que los observaban
desde fuera de la Iglesia, dijeron que eran sectas. Los que los
mirábamos desde dentro, nos atrevíamos a decir que usaban técnicas
sectarias. Crecieron a pesar de ello, muchos necesitaban amparo y
protección, careciendo de espíritu crítico. O el espíritu crítico lo
reservaban para los otros, los rivales, aquellos que cobijándose en el
mismo cristianismo, no obstante, eran de diferente tendencia. Muchos
se quedaron fuera, con un cierto complejo de solitarios. Siguieron la
mayoría de ellos fieles a unas enseñanzas fundamentales, aunque se
sintieran, a veces, bichos raros.

Y nos encontramos hoy anímicamente muy distanciados. Ocurre que se
descubren errores o pecados, que se atribuyen al grupo, sin constatar
que, si se considera cristiana a aquella comunidad, sus fallos nos
perjudican a todos. Desde fuera se fomenta la difusión de estos
errores o procederes malos, se les da publicidad notoria, de manera
que parece que la existencia de la Santa Iglesia corre peligro. Hay
que recordar aquello de que mete más ruido un árbol que cae, que el
lento crecer de todo el bosque.

Mi escrito puede parecer muy teórico y no he querido lo fuera. No he
facilitado nombres, para que la reflexión que se hiciera cada lector,
pudiera ser sincera. Estoy harto de recibir comunicados que explican
que tal grupo, tal organismo, tal obispo, hacen o dicen cosas que no
gustan. Proponen, casi exigen, campañas de protestas, respuestas
airadas. ¿no es perder el tiempo? ¿no sería mejor despreocuparse de
ellos, por desviados que parezcan, y dedicar la vida y los esfuerzos,
a evangelizar? ¡cuantas ocasiones de trabajar por el Reino se pierden!
Descubro gente sencilla en sus planteamientos que se ha mantenido
firme en sus convicciones, que ha querido ser fiel a la oración, ha
recibido los sacramentos y en su entorno, ha ayudado, ha sido generosa
en la dedicación de su tiempo y en sus dádivas, para las necesidades
de quien fuera. Cristianos anónimos, bosque silencioso que crece,
mientras se derrumban o desaparecen tantos que un día quisieron
sentirse monopolizadores, pretendiendo que todos lo vieran y vivieran
todo, a su manera. La Santa Iglesia continúa creciendo lozana, aunque
sus brotes no sean espectaculares. El Evangelio es levadura oculta
pero eficaz, también en nuestro mundo de hoy.