V Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 11, 1-45: Lázaro el de Betania, el Amigo, El Resucitado

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

He estado bastantes veces en Betania. He entrado a la que, con mucha
probabilidad, es la tumba de Lázaro. Tanto la población, que crece
desordenadamente, sin ningún plan urbanístico, como la tumba,
decepcionan al peregrino, por su falta de limpieza y decoro. Añádase a
lo dicho que el Muro de la Vergüenza separa el conjunto de plazas y
calles de toda salida directa hacia Jerusalén, que dista no más de
4km. Llegar allí, hoy en día, supone muchos más. No obstante estas y
otras dificultades se esfuerza uno en ir, para poder revivir
emotivamente y en sincera oración, los misterios que en esta villa
ocurrieron. En alguna ocasión me han dicho ¿para qué quieres meterte
dentro, si ya la has visto otras veces? Se refieren a la tumba. No se
trata de ver, sino de meditar in situ. Cuando uno ha bajado las
escaleras sucias, oscuras y resbaladizas y llegado al plano inferior,
mira el sepulcro abierto y vacío y se mete dentro, parece que todavía
oiga resonar las palabras del Señor: sal fuera. Se las dirigió a su
amigo Lázaro, ya cadáver, pero también me las dirige a mí. También yo
debo salir del letargo, de la quietud perezosa en que con frecuencia
vivo.

Quisiera, mis queridos jóvenes lectores, ofreceros algunas reflexiones
que allí me he hecho y he pensado. Ofrecéroslas para que juntos las
compartamos, enriqueciéndonos.

Se habla y comenta, muchas veces con morbosa curiosidad, de posibles
enamoramientos se Jesús. Quien lo hace, ignora que esta clase de amor
ha sufrido muchos cambios. Nuestro enamoramiento goza de unos
atractivos que no son comunes a los de otros tiempos o culturas. El
matrimonio a través de las diversas épocas, ha cambiado mucho en su
génesis y vivencias. Para que me entendáis: Abraham con sus esposas o
Jacob con las suyas, formaban unas familias, sentían unos afectos
personales, muy diferentes a los que puedan sentir nuestros enamorados
contemporáneos. Ahora bien, si estos cambios ocurren con esta clase de
amor, no podemos decir lo mismo de la amistad. El aprecio que pudo
tener Jesús hacia Lázaro, es semejante al que podáis sentir entre
vosotros, sin llegar a su calidad, ciertamente.

Cambio de planteamiento. Quisiera ahora que recapacitarais de otra
manera. Cada uno de nosotros posee dos tipos de conocimiento. El
discursivo y el intuitivo. La intuición, por desgracia, se ahoga
pasada la niñez, casi completamente. Vosotras, mis queridas jóvenes
lectoras, la conserváis con mayor calidad e intensidad que gozan
vuestros compañeros varones. Casi siempre es así. Os ha ocurrido a
veces que estáis seguras de un enamoramiento, sin que nadie os lo haya
demostrado. Estáis seguras, pero, cuando os ponéis a cavilar, surge la
duda hiriente. Ya que, cuando empezáis a analizar palabras y estas no
corresponden a lo que sentís en vuestro interior, vivís gran congoja
interior. En el encuentro de estas dos maneras de conocer, se produce
una lucha que os inquieta, que trastorna vuestra vida, que os inunda
de dudas. Imaginad lo que sentiría el Señor que además de poseer
intuición, capacidad de inducir y deducir, poseía una sobrenatural
ciencia divina, propia de su Filiación al Padre. Os he explicado esto
para que tratéis de comprender el texto evangélico de la misa del
presente domingo. Jesús, un solo individuo, estaba dotado de tres
capacidades de conocer, que no siempre coincidían en sus
apreciaciones. Entenderéis, pues, porque lloraba sinceramente, por la
perdida del amigo, mientras estaba convencido de su poder divino y se
encaminaba hacia el sepulcro para resucitarlo. Lloraba y daba gracias,
sin perder honradez sus dos vivencias simultaneas.

Ya os he dicho que en la actualidad Betania está muy alejada de
Jerusalén, pero, hasta hace muy poco tiempo, ir de una a otra
población era un paseo de meno de una hora. Os lo digo por
experiencia. Así, por aquellos tiempos, las comidillas del pueblo,
eran conocidas al cabo de poco en la capital. Atreverse a hacer un tal
milagro ante las mismas narices de los notables religiosos y
políticos, resultaba un arriesgado atrevimiento. Se jugaba la vida.
Pero Jesús se la jugó sin vacilar. Se trataba de su amigo. ¿obráis
vosotros, mis queridos jóvenes lectores, de esta manera, o escurrís el
bulto para no sufrir adversas consecuencias?

El caso de Lázaro no fue propiamente una resurrección, aunque la
llamemos así. Más apropiado sería decir que fue una resucitación.
Volvió a la vida histórica, gozó de ella y un día le llegó la hora de
morir. Corren por Francia leyendas al respecto. Os he explicado esto
porque si bien fue un gran prodigio, no obstante no se puede comparar
con la resurrección de Cristo. Que esta sí fue definitiva, que no fue
entrar de nuevo en existencia histórica, pues en su caso, en el de
Jesús, abandonados en el sepulcro los condicionamientos
espacio-temporales, existe, a partir de entonces, siempre actual Él,
en la superior realidad eterna.

No olvidéis pues, el ejemplo que nos da el Señor. La amistad exige
fidelidad, como el amor matrimonial. Sus fidelidades exigen aceptar
riesgos, de otra manera serían puro y simple compañerismo o
complicidad. Lo que hizo por Lázaro, si es preciso, lo hará por
nosotros, ya que ha dicho que también somos sus amigos. Nunca os
avergoncéis de amar con ternura, Jesús a la vista de sus amigos, de
los vecinos y de los simples visitantes, no ocultó su pena y lloró.