Solemnidad de San José

San Mateo 1, 16.18-21.24a: ¡Ay. San José!

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Pues sí, a veces siento pena por él. Pena porque no se le admire como se merece. En nuestro palmarés eterno, con seguridad, lo encontraremos subido al podio. No sé en que lugar, ni importa. Tal vez sea mejor decir que, situado en la eternidad, las mediciones espaciales no existen. Fue José un chico importante, envidiado por los mismos ángeles y, no digamos, como le observarían Abraham, su ancestro más ilustre, David, el soberano valiente, Salomón, el emperador… y una larga lista de personajes. Ninguno tuvo una esposa enamorada, de la talla que el la tuvo. Fue un noble de vida discreta. Un trabajador autónomo, manipulador de los materiales más elementales que pueda encontrar el ser humano: los de la construcción.

Seamos sinceros, sise reencarnara David, con su arpa en las manos y su sensibilidad poética, no se ganaría la vida más que posando de estatua viviente, en las calles de grandes ciudades. Y si Salomón reviviera, inmediatamente le intervendrían sus animales, pavos reales, micos y otras hierbas, y le pondrían la correspondiente multa, por importación ilegal de especies foráneas. San José en cambio, en cualquier población se ganaría la vida honradamente. Hoy, que todo se hace con molde y de materias plásticas, sus habilidades con la madera, junto al acarreo y colocación de bloques de piedra, le facilitarían contratos para reparar edificios y en montajes de estilo rústico. Hasta aquí sus cualidades manuales o sociales. Imaginar que era un viejo viudo, fue una fácil manera de obviar algunos problemas de su matrimonio con una joven virgen. Era la forma sencilla de solucionar un enigma. Pero uno piensa: ¿un Dios que escogió a una preciosa chiquilla para que fuera la madre de su Hijo, iba a darle por compañero, un marido de tan poca talla?

2.- Aceptemos, pues, que se trató de un chico trabajador, bueno, discreto, un hombre honrado. Una persona de aquellas que no destaca en una reunión, pero que, si se ausenta, todo el mundo lo echa a faltar. Además de ser el esposo de María, el Padre Eterno le encargó que fuera escolta, guardián de incógnito, a quien se le encargaba la protección de aquel Chiquillo que era su Unigénito. Mis queridos jóvenes lectores ¿habéis tratado alguna vez con un guarda de esta clase? Yo sí, en alguna ocasión y os confieso que siente uno asombro al pensar que la vida de una persona ilustre depende de la pericia y honradez de aquel que expone la suya como escudo protector. Sabe uno que le toca ser discreto, que no le dará ninguna información del personaje que siempre tiene a su lado, que tal vez sea el que conozca más detalles de sus andares, pero le está impedido rebelarlos. La discreción es una de sus características más peculiares, después de su valentía y honestidad. Esto fue lo que le tocó ser y lo ejerció con responsabilidad José. Discretamente murió. Tuvo el privilegio de salir de este mundo acompañado por Jesús y María.

3.- Dejaba el Chico en buenas manos. Dejaba a su Viuda, adornada de Gracia y enriquecida de coraje. En Nazaret se cuenta, que existía de antiguo una tumba llamada del Justo o también sepulcro luminoso. A muy poca distancia de donde el vivió y se movió, está la que se quiere sea esta sepultura. Como el Niño Jesús ya no necesita escolta protectora, debemos pedirle que lo sea ahora de nosotros y que, mientras nos acompaña por la vida, nos enseñe a ser discretos. A ser, como decía Machado, buenas personas, en el buen sentido de la palabra. Que lo importante no es triunfar en los negocios, ni sobresalir en los estudios. La suerte personal más grande, es gozar de la amistad y protección de Dios. Imaginad ahora, cada cual como se le ocurra, como sería su aspecto corporal y, después de ello, pedidle que os mire con simpatía, que os proteja, que os enseñe a ser honrados. Empezaba diciéndoos que a veces sentía pena por él y ahora os confieso: siento pena de aquellos que se empeñan en ignorarlo.