Viernes Santo

San Juan 18, 1-19,42: Dos Via Crucis: En Getsemani y ya prisionero

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

El Viernes es día de celebrar el Vía Crucis. Os ofrezco dos. Merecen la pena

1.- En Getsemaní.- No busques, si un día vas, el torrente Cedrón. Hace unos cuantos años decidieron encajonarlo en un enorme tubo de cemento subterráneo y pasa a unos metros bajo la superficie. Añádele ahora la carretera que pasa paralela al antiguo cauce del río, para que te des cuenta de lo diferente que era aquel huerto entonces. Les gustaba ir porque al estar hundido en el fondo del valle, gozaba de paz y silencio. A ser propiedad de una familia amiga, se sentían libres y en casa.

Bajar la cuesta les costó poco. Ya te digo que la luz de la Luna dominaba el ambiente. La Luna es la señora de la Pascua antigua. A ti también te debe evocar el gran momento del inicio de la Gran Pascua, la de los fieles de la Nueva Alianza. Es lo físico o astronómico que te queda de aquella noche. Si te fijas bien, verás que tiene cara triste, como aquella noche. Cruzar el río no representó dificultad alguna, no medía su curso más de dos zancadas y las piedras que abundaban, permitían pasarlo sin mojarse.

El Maestro quería estar solo, pero no acababa de despegarse de ellos. Por fin les dijo que se quedaran bajo unos olivos, que con Él, solo se fuesen los tres más íntimos. Fueron ellos los que algo vieron. No mucho, pues, para vergüenza suya, se quedaron dormidos. Pero entre lo que vieron y lo que luego el Señor contó, todos sabemos bastante bien lo ocurrido.

2.- Ya no podía más. Se le veía temblar. Levantaba los brazos al cielo reclamando la presencia del Padre. Aquella noche, aparentemente, estaba ausente. El Hijo Unigénito sin el Padre Omnipotente. ¡qué misterio!. Otra cosa. Aunque no lo había contado, por lo que se vio más tarde, Jesús, estaba al corriente de lo que contra Él los notables tramaban. Nadie se atrevía a comentar que Judas no estaba. Parecía que en esta ausencia se encerraba un misterio, pero no se atrevían a preguntárselo. Delante de Getsemaní se extiende el largo lienzo de la antigua muralla. Delante mismo del lugar se encontraba una puerta, pero no era ella hacia donde el Señor miraba. Sus ojos escudriñaban hacia una que se abría un poco más lejos. Miraba el horizonte, miraba a los apóstoles. Primero se habían quedado quietos hablando bajo, para, poco después quedarse dormidos.

3.- Lo explicó el Señor más tarde. Había querido ir a aquel lugar para entregarse a la oración. Pensaba que recuperaría fuerzas, se llenaría de paz, para proseguir y culminar su camino. Pensaba en ellos, en los discípulos y en nosotros. Pensaba, con su visión de conocimiento divino, en vosotros, en ti, no escurras el bulto ahora, te lo advierto. Como hombre que había estudiado la Ley y sabiendo que se había creado la enemistad de las autoridades, pensaba que le esperaba una muerte cruel: la lapidación. ¿Por qué se había tenido que meter en aquella situación? Se preguntaba afligido. Sí, debía ser fiel al programa del Padre. ¿Dónde estaba el Padre? Jesús sufrió el silencio de su Padre, como vosotros, como tú, sentirás el silencio de Dios. Aquella situación era inaguantable. Sí, lo era. No podía serlo más, sudaba. Todo Él perdía el control corporal, sintió sus ropas mojadas y sucias. Sur piernas dejaron de temblar, porque ni para eso le quedaban fuerzas. Se derrumbó. Como una lombriz que serpentea buscando abrigo, Él se movía preguntándose ¿Por qué a mí? ¿Para qué les va a servir todo este dolor a estos otros? ¿Vale la pena, Padre, aceptarlo? ¿Se lo merecen? Su humanidad se estremecía de incertidumbre y del dolor de su piel hipersensibilizada. Quería huir. Betania estaba cerca y allí nadie se atrevería a hacerle daño. Allí le protegería Lázaro, le mimarían Marta y María. Pero, no. No podía escapar. Debía aceptar, lo tenía muy claro. Era hijo de Dios y gozaba de conocimientos como tal, no encorsetados en el tiempo, ni en lugares concretos. Nos explicó más tarde que, al pensar en nosotros y en vosotros. Sí, en ti, con clarividencia divina, se preguntaba qué sentido tenía aquel momento y lo que iba a venir a continuación.

4.- Despertó a los que dormían, más de una vez. Se sintió incomprendido y desagradecido de aquellos con los Él tanto había hablado. Lo mismo pensó de nosotros y de vosotros. De ti, sí a ti te tuvo presente. Unos se habían quedado dormidos, otros se habían escondido. Oye, tú, ¿qué haces, ahora que reflexionas contemplando intemporalmente, estos momentos cruciales del Señor?. Su mente se iluminó y contemplo toda la pena del mundo, toda la injusticia a la que tantos hombres se veían condenados. Pensó en los pobres, en los prisioneros por culpa de ser fieles a sus principios, en los enfermos incurables, en aquellos que morían porque no les llegaban las medicinas que en otros sitios se fabricaban, a precios abusivos. Pensó en las criaturas inocentes que esperaban una vida a la que tenían derecho y de la que decisiones egoístas les privarían. Tuvo compasión de ellos y pensó que su tortura les ayudaría, acepto de buena gana.

5.- Pensó en la indiferencia con que se acogería su pasión. Y sufría entonces la duda más atroz. Se ilumino su visión y contempló como si fueran pequeñas luciérnagas, todas aquellas personas que anónimamente se entregaban a la oración, aquellas que místicamente le estaban acompañando y trataban de consolarle. Pensó también en aquellos que estaban sirviendo a los pobres. Aquellas que con paciencia alimentaban a pacientes desahuciados, aquellos que visitaban a solitarios enfermos, a desequilibradas víctimas de enfermedades mentales, a aquellos que sin ninguna esperanza yacían en situaciones terminales. Estaban, sin saberlo ellos y ellas, acompañándole. Pensando en ellos halló consuelo.

Y al verte a ti ¿Qué sentimientos, crees, le provocaste? Aún puedes corregirte, pues, en estas cuestiones, no se acaban los plazos. Existe sólo la actitud espiritual, válida siempre, si es sincera. Había estado viendo el Señor como una especie de gusanito de luz se iba acercando. Mientras dudaba y se afligía, se acortaban las distancias. Pero no se echó a correr. De repente se levantó, salió al encuentro del pelotón militar y se dejó coger. Fue un acto de enorme valentía, pues, desde aquel momento, perdía la libertad. ¿Qué vio en nosotros, en vosotros, en ti, que le dio coraje para hacerlo?

6.- Via-Crucis, prisionero.- Rehizo el camino, vuelta a Jerusalén, ahora prisionero. Los apóstoles habían huido. Estaba sólo. Peor aun rodeado, maniatado, insultado, por aquella gente ruin, contratada para ejercer un oficio que a nadie gustaba cumplir, a menos que no se sepa hacer otra cosa que oprimir, odiar y torturar. El Padre Eterno los veía juntos físicamente y enormemente distanciados espiritualmente. Claro que tal vez solo el Padre era capaz de reconocer que los de aquel pelotón tenían espíritu. Pronto llegaron al gran casón del gobierno judío. Nadie le tenía en cuenta a Él, era un vulgar prisionero. No podía escaparse. Pero les estorbaba en aquel momento. Era preciso desentenderse temporalmente de Él, sin que peligrara la continuación del proceso. Lo metieron en la cárcel. Aquella gran alma humana que había sabido compadecerse de los hombres, se sentía ahora sola, apartada, despreciada, olvidada. Las tinieblas opresoras le rodeaban. El Padre continuaba en silencio. Él y el Padre era una misma cosa, había afirmado. Ahora se desgarraba y lloraba. ¿Dónde estaba aquel del que tanta necesidad sentía? La cárcel no te imagines que era un edificio con paredes, ventanas, pasillos, servicios higiénicos. Eran, las cárceles de aquel tiempo, cavernas naturales, cerradas al exterior por verjas. Sin luz, sin alimento ¿para qué iban a dar de comer al que pronto iban a matar? En una gruta no se tiene frío, pero se sufre la terrible tortura del aislamiento. El silencio se acumula alrededor y ahoga. Le falta el aire al reo. El divino Reo también se ahogaba. La opresión anímica que sufría ni siquiera le permitía pensar. Si algo se le ocurría era pensar que encima de aquellas rocas, estaban las mansiones palaciegas y los salones de gobierno. Allí estaban deliberando como deshacerse de Él. Como si fuera una losa le aplastaba aquella injusta situación. De repente piensa en tantos mineros en situaciones laborales injustas, que un día oyeron en su mina una explosión y se quedaron encerrados en el vientre de la tierra. Sintió compasión. Injustamente como ellos, estaba encerrado. Iba a rebelarse, cuando acudió a su mente divina, los muchos que en el curso de la historia también son injustamente encarcelados, los sometidos a exterminios raciales, a violaciones humillantes, dolorosas, inhumanas. Se iluminó entonces espiritualmente la estancia y aceptó, por ellos, aquella terrible soledad, el hambre, la sed, el insomnio, el ahogo, la fiebre. En los campos de exterminio, en los gulaps, otros como Él morían. Por ellos se ofreció al Padre. Al Padre que sentía ausente, cuando más lo necesitaba.

7.- Se oyó ruido. Venían a buscarle. Le llevaron a empujones ante la gran autoridad. Aquel gran sacerdote era, debía ser, el Aarón de aquel momento. Pero no lo era. El poder corrompe. La riqueza degrada. El hombre que alcanza una tal situación, solo ambiciona poder continuar en posesión de dominio y conservar su fortuna. Nada importa mediante qué métodos lo consigue. El sentido humano del honor, que residía en el corazón humano de Jesús, se rebelaba al encontrarse a los pies de aquel que disponía de autoridad para matarle. Eso es lo que pretendía hacer. Necesitaba hacerlo bien. Ejercer con elegancia su oficio de verdugo, que encargaría acabarlo a otro.

Le pegaron porque en un momento de lucidez humana, se había atrevido a preguntar. Él, según ellos, no era digno de pensar. Le arrastraron, más que llevaron, al gobernador. Más preguntas. Era absurdo. Todos sabían como iba a acabar aquello, no valía la pena tenerlos en cuenta. Pero el Maestro respetaba aun a aquellos que ejercían sus funciones deshonestamente. Herodes, Él bien lo sabía, estaba empapado de lascivia, que agarrotaba todo intento de cumplir con sus funciones reales. Jesús, a un hombre así, no fue capaz de decirle nada. Y continuaba sintiendo a todos contra Él.

8.- Todos no, una mujer, una extranjera, compañera del gobernador, que ni le conocía de vista, intercedía por Él. Era insólita la situación, una minúscula criatura humana tratando de salvar al Salvador de toda la humanidad. Cosa así solo es capaz de proponérsela una mujer. Alguien como su Madre. ¿Dónde estaría en aquel momento, Ella? Sufrió entonces su ausencia, su separación.

Aquella angustia, aquellos desprecios, empujones e insultos, le anestesiaban para otras torturas. Ni los golpes, ni la infamia de aquella corona espinosa que le encasquetaron, aumentaron su dolor, que ya estaba al borde de matarle. Los azotes sí. Aquel tormento era escalofriante, invasor de todo su ser. ¿por qué se lo añadían? Se ilumino su mente por su esencia divina y contempló tantos que en la historia humana se entregaban a los más aberrantes placeres de sus sentidos corporales. Iba a despreciarlos pero no lo hizo. Continuaban conservando algo de humanidad y Él estaba en la Tierra para salvar cualquier porción humana, por pequeña que fuera, que existiera embozada en las costumbres más obscenas. Aquí radica la degradación del que a los goces corporales más aberrantes se entrega. Curar a aquellos que habían dado su existencia a bajas satisfacciones, solo era posible recubriendo su piel con el bálsamo de su dolor. Del dolor divino, en la humana existencia de Dios. Y lo aceptó también. Pilatos pronunció la esperada sentencia: podéis matarlo, está en vuestras manos conseguirlo. Se apresuraron a cumplir. Nadie salió a defenderle. ¿Dónde estaban todos aquellos que Él había protegido, alimentado, instruido, amado?

9.- Tú ¿Dónde te encontrabas? ¿Dónde estás hoy y ahora? El espacio y el tiempo no existen, te lo confirmarán los científicos. Es preciso que tomes una actitud de acuerdo con la situación. Ser indiferente es traicionar. Añadir pecados a tu vida, frustrar la laboriosa pasión de Nuestro Señor. Ahogarla, despreciarla, tratar de inutilizarla. Cualquier pecado, por pequeño que parezca, es una acción peor que destrozar una imagen de las que estos días salen en procesión. Detente un rato, en silencio piensa y proponte lo que desde ahora vas a continuar haciendo. Piensa, analiza, calcula bien, si por el camino que has emprendido, junto a ti, puede ir el Señor. Se trata de tu vida, de tus proyectos, de lo que llamáis salidas profesionales. Si conseguir atesorar méritos, hacer currículos, escalar categorías laborales, sobresalir como serio ejecutivo, si tantos ensueños a los que te entregas, valen la pena. Piensa seriamente si le puedes hablar de esto a Jesús, ahora que por un momento se ha quedado sólo contigo, arrinconado. Aprovéchate es la ocasión de hablar a solas con Él. A pocos metros de distancia, se prepara el horrendo séquito, pero nadie va a oír vuestra conversación, nadie escuchara su respuesta. Anímate, habla con Él, de esta conversación depende que toda tu vida pueda cambiar.